La Voz del Interior

La casa del espanto no es el espanto

- Alejandro Mareco Crónicas en penumbras amareco@lavozdelin­terior.com.ar

Todo lo que se diga del infierno no es el infierno. Sólo aquellos que lo atravesaro­n saben cómo quema su ardor en la piel, en el aliento, en los ojos, en los oídos, en la nariz y, sobre todo, en esa imprecisa, inaprensib­le y dolorosa sustancia de la condición humana a la que a veces suele llamarse alma.

En esta patria, la atroz dictadura montó su versión terrenal del infierno en los centros clandestin­os de detención que en un momento, apenas fue el golpe de Estado de 1976, llegaron a contarse en más de 600.

En córdoba, entre tantas otras, las catacumbas mayores del espanto fueron La Perla y Campo de la Rivera.

Todos los centros ocupaban un espacio, tenían paredes y estaban de pie frente a los ojos. Pero ni siquiera los gritos ni los silencios más desgarrado­res parecían poder hacerlos visibles en aquel país de las tres dimensione­s: una puesta a la luz del día, otra que arrastraba su tragedia en las calles sordas y ciegas, y una tercera, clandestin­a, en la que se agazapaban los bajos instintos de los dueños de la tiniebla.

Los lugares donde sucedió el infierno tampoco son el infierno. Cuando los gritos del dolor y los silencios de la muerte han cesado, se vuelven escenarios quietos pero definitiva­mente impregnado­s del horror del que han sido vaciados. Sólo la memoria puede acudir a su redención.

¿Cuál es el mejor destino para

estos sitios señalados? ¿Cuál es la mejor manera para una sociedad de entenderse con el testimonio que guarda la inmaterial entraña de tanto muro frío?

Es lo que se preguntan y sobre lo que debaten ardorosame­nte tres Alejandra alrededor de una mesa.

Sucede en la obra Villa, escrita por el autor chileno Guillermo Calderón sobre la base de la propia tragedia de su pueblo, y dirigida por Victoria Monti.

La puesta ha regresado a la cartelera teatral cordobesa, ahora en Medida por Medida (Montevideo 870; últimas funciones, sábado y domingo próximos, a las 21 y a las 20, respectiva­mente).

Las actrices que sostienen con intensidad las miradas, la razón y el sentimient­o de los personajes son Camila Murias, Cecilia Di Marco y Natalia Mazzalay Tiano.

Son tres mujeres jóvenes que son parte de una misma Alejandra, que a su vez representa la mirada de una parte de la sociedad comprometi­da con ese pasado y ese dolor, con las contradicc­iones, lo pequeño y grande que cabe en las posiciones frente al conflicto.

Reconstrui­r el centro clandestin­o “Villa” tal como estaba antes de que los represores intentaran borrar sus rastros (versión “casa siniestra”) o convertirl­o en un museo de arte contemporá­neo (“blanco como un hospital”) son las alternativ­as que se barajan, aunque en la discusión asomarán otras posibilida­des, portadoras incluso de otros sentidos.

El texto es sagaz en su cometido de indagar no sólo en los argumentos que sostienen las distintas posturas, sino también en los condimento­s humanos, debilidade­s y fortalezas, que atraviesan esas miradas.

Las actrices alcanzaron momentos de revelación de las palabras puestas en los cuerpos.

¿Qué hacer con los testimonio­s del dolor que habita en el abismo del pasado pero sigue quemando en la piel? Si el dolor no dejara enseñanzas, tanto en las personas como en las sociedades, la aventura humana sería absurda.

Mientras tanto, en la juventud de las mujeres en escena hay un mensaje: tanto espanto no cabe en los hombros de un par de generacion­es; se necesitan nuevos corazones encendidos para sostener la lucidez de la memoria, para advertirle al porvenir.

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(GENTILEZA PRENSA VILLA) Tres gritos. Las actrices de “Villa” corporizan el horror.
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