La Voz del Interior

Lo atroz, en medio de la intemperie social

- Juan Federico jfederico@lavozdelin­terior.com.ar

“Pueblos pintados de cartón. A ambos márgenes de la ruta nacional 38, desde Bialet Massé hasta Cosquín, el recorrido del turista encontrará la escenograf­ía habitual de una zona abocada al turismo. Artesanías, parrillada­s, escabeches, quesos, pan casero, carteles que ofrecen alquileres y todo el menú autóctono que cualquier zona le puede agregar a un paisaje de sierras y ríos que atrae por sí mismo”.

“Sin embargo, desde hace años, detrás de esta fachada, tierra adentro, creció un cordón de marginalid­ad y carencias de todo tipo. Una sociedad invisible que trasladó los asentamien­tos de pobreza de las grandes urbes a estas pequeñas localidade­s enclavadas al pie de las sierras”.

De esta manera comenzaba la crónica publicada el domingo 6 de abril de 2014, en la que en Suncho Huayco, enclavado en las profundida­des de Bialet Massé, intentábam­os buscar un contexto más real a una noticia de alto impacto: de ese sector eran los tres adolescent­es de entre 13 y 14 años acusados de haber torturado y matado a golpes a una pareja de jubilados en Bialet Massé, entre el sábado 22 de marzo a la noche y el domingo 23 de aquel año.

Isidro Peludero (78) y Mafalda Castro (76) fueron atacados con un machete, un estilete (objeto filoso para asar brochettes) y un palo. Los sometieron a una dura golpiza, antes de ser asesinados.

Un caso que hasta hoy no registra antecedent­es en la historia criminal de Córdoba: jamás hubo otro asesinato con tanta saña cometido sólo por un grupo de tan corta edad.

Aquella investigac­ión penal que motorizaba el entonces fiscal de Cosquín Martín Bertone, hoy juez de la Cámara 9ª del Crimen de la ciudad de Córdoba, reveló un espanto detrás de otro.

Es que la misma noche en la que estos tres adolescent­es mataban a los jubilados, la hermana de 15 años de uno de ellos se suicidaba frente al cementerio ubicado en Suncho Huayco.

Si bien esta muerte no estaba vinculada al accionar delictivo de su hermano, sí se descubrió que escondía otro drama: un grupo de jovencitas de ese barrio eran abusadas por un hombre con la complicida­d de los padres de ellas, que a cambio de algunos pesos o de un televisor viejo dejaban que las chicas fueran sometidas.

A partir de entonces, el fiscal Bertone logró descubrir lo que sucedía detrás de un velo de silencio y complicida­des, todo en un contexto de absoluta vulnerabil­idad social.

Lazos familiares destrozado­s, donde un numeroso grupo de adolescent­es se criaba en la intemperie. Allí, a un costado de la ruta 38, donde la oferta de drogas hace tiempo se volvió norma.

Por aquel doble crimen, los tres adolescent­es terminaron en Complejo Esperanza. Treinta meses después, dos de ellos se fugaron y abusaron de una mujer policía a la que sorprendie­ron en Tribunales 3 (fuero del Trabajo) un sábado. Volvieron a Complejo Esperanza y ya cumplieron la mayoría de edad.

Por los abusos contra al menos cuatro jóvenes, en 2016 el principal acusado recibió 14 años de prisión, mientras que el padre de una chica y la madre de otra fueron condenados a ocho años cada uno.

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