De“caño”, enprimer plano, yparaYouTube
Allí se los ve a esos motochoros, acelerando, arrastrando a la vecina para sacarle la cartera. Y están esos otros dos, de traje, entrando en el edificio para saquear departamentos. O aquellos otros saltando la reja para meterse en la casa. Y aquel sujeto que golpea a un vecino para sacarle el auto; ese par de mecheras; esos dos armados que encaran al dueño del bar; aquellos que atacan en la vinería, en el negocio de ropa, en el local de comida, en la concesionaria; y están los boqueteros que se mandan a la fábrica…
Allí están. Allí los vemos. Así actúan.
Si algo también hicieron la inseguridad y sus derivaciones, como el temor, la necesidad de cuidarnos y querer desalentar cualquier ataque, es que estemos bombardeados por videos de toda clase de ladrones en plena acción.
Aprendimos a ver a delincuentes de cualquier tipo que accionan con total naturalidad en las pantallas, sea la de una computadora, sea la del celular.
Chicas, medianas, grandes, fijas, móviles, a la vista, escondidas, camufladas, en blanco y negro, en color, con más o menos resolución, normales o infrarrojas; las cámaras de seguridad nos invadieron. Y no hablamos de las policiales o de las grandes empresas.
Hoy cualquier vecino o comerciante tiene una cámara, ante tanto robo, tanto arrebato, tanto local saqueado, tanto ataque de “caño” en carne propia o frente a sus narices. Antes, uno podía encontrar cada tanto esa calco que decía: “Sonría, lo estamos filmando”. Ahora, con toda naturalidad, nos acostumbramos a que esos adminículos estén en todos lados, sobre nuestras cabezas, apuntándonos.
Las cámaras se volvieron ese ojo que parece captar todo, alimentando nuestras desconfianzas y paranoias.
Basta con charlar con vecinos y comerciantes para escuchar toda clase de historias. Así como muchos destacan su uso y utilidad, otros resoplan por lo bajo.
Son esos vecinos y comerciantes que, tras haber invertido en esos implementos como prevención y disuasión, luego terminan exhibiendo los robos sufridos en carne propia y captados en primer plano.
Allí radica el punto: las cámaras terminaron por mostrar la impunidad de los ladrones; no mucho más. No son pocas las víctimas que, impotentes, terminan enviando los videos a los medios o los suben a YouTube, un poco por bronca o indignación, un poco para escrachar y alertar a los demás ante la falta de respuestas.
Mientras no cesa la venta de cámaras, desde la Policía y desde la Justicia las recomiendan.
Sostienen que son un mecanismo que aporta seguridad, disuade el delito y hasta puede aportar pruebas. Por lo bajo, no obstante, no son pocos los funcionarios que señalan que no siempre terminan sirviendo. Cuando no es que no estaban grabando, había poca luz; cuando no es que la imagen es parcial, los rostros no se distinguen. En rigor de verdad, es algo que también sucede con algunas cámaras policiales o de empresas.
Asimismo, varios investigadores aceptan que buscan las filmaciones cuando el caso es grave ( o salió por los medios). Quizá sea por eso que tanto comerciante se queja de que ofreció los videos y no tuvo respuestas.
A todo esto, ellos, los que terminan filmados, aprendieron a usar cascos, gorras, capuchas para no ser identificados. Otras veces, corren las cámaras hacia arriba o las anulan. Aunque otras tantas veces, y parecen ser las más, directamente ni les importa. Actúan con impunidad, con violencia, sabiéndose filmados pero sin importarles.
Otras veces, y quizá sea lo más triste en el fondo, las usan para enseñarles a los más chicos a reventarlas a hondazos. Las utilizan para “entrenar” a aquellos pequeños que quedaron lejos de la escuela.
ANTE TANTO ROBO, CUALQUIER VECINO HOY TIENE UNA CÁMARA DE SEGURIDAD. ESO SÍ, A LOS QUE METEN EL “CAÑO” POCO LES IMPORTA.