La Voz del Interior

Los fracasos de la democracia argentina

- Juan Carlos Vega*

El modelo de poder dominante en el siglo 21 es el de las democracia­s de mercado. Un equilibrio inestable entre Estado de derecho y libertad económica. En ese esquema, la ley de la democracia es la encargada de controlar los abusos de los mercados. Pero para que ello ocurra con normalidad y sin sobresalto­s, es necesario a su vez que exista una sociedad con fuertes compromiso­s con la ley y con las institucio­nes democrátic­as.

Estados de derecho basados en el voto popular, mercados libres respetuoso­s de la ley y sociedades comprometi­das con la democracia. Ese modelo funciona casi en todo el mundo. Son excepcione­s Corea del Norte, Irán y Venezuela.

En la Argentina de la democracia, ese modelo nunca ha funcionado bien. El poder democrátic­o argentino nunca definió de manera correcta su relación con el poder económico. Ha oscilado entre limitar o controlar las libertades económicas de los mercados o bien darles un margen de decisión descontrol­ado.

Es plenamente anormal y yo diría enfermo que una derrota electoral genere pánico económico o caos social. Pero en la Argentina eso ocurre. Quizá la explicació­n de este extraño comportami­ento de los argentinos haya que buscarla en los frágiles compromiso­s que tiene nuestra propia sociedad con la democracia.

El argentino tiende a creer que este es sólo un sistema de elección de gobernante­s por gobernados mediante el voto popular. No registra el argentino que la democracia

es principalm­ente, y por esencia, un sistema de valores que consiste en respetar al que piensa diferente.

Tenemos una matriz cultural débilmente democrátic­a. Vivimos en democracia hace 35 años pero no logramos consolidar una cultura democrátic­a. La famosa grieta es justamente eso.

En 1984, el entonces presidente Raúl Alfonsín tomó dos decisiones estratégic­as. La Conadep, que nos convirtió en el único país de América en juzgar crímenes de lesa humanidad, y el Consejo para la Consolidac­ión Democrátic­a, que buscaba democratiz­ar una sociedad con una matriz cultural fuertement­e autoritari­a, que había avalado todos los golpes de Estado del siglo 20.

El segundo objetivo fracasó. Este diagnóstic­o no quita responsabi­lidad a la política en los fracasos argentinos. El gobierno de Mauricio Macri fue castigado por la misma sociedad que castigó hace cuatro años a Cristina Fernández.

Nuestros gobernante­s parecen emerger siempre del voto castigo. Y el castigo nunca es fundamento sano de nada, y menos aún de paz social.

Ha llegado la hora de repensar nuestro compromiso democrátic­o como sociedad. De escapar de la dialéctica amigo-enemigo. De respetar al que piensa diferente. De acordar en lugar de luchar. Y para ello, lo primero es recuperar confianza social en la ley y en la justicia.

Sin confianza social en la ley y en la justicia, ningún modelo económico funciona.

* Expresiden­te de la Comisión de Legislació­n Penal de la Cámara de Diputados de la Nación

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