La Voz del Interior

El adiós al pueblo

Dejar la familia y el lugar de nacimiento para ir a estudiar a la ciudad es una prueba que deben afrontar muchos jóvenes de localidade­s del interior. Es un curso acelerado para recibirse de adulto.

- Julián Cañas jcanias@lavozdelin­terior.com.ar

El reloj marcaba las 16.55 de un domingo que para todos era uno más. Para mí, no. Hubiera querido que la silueta blanca del colectivo de la empresa La Victoria no apareciera nunca en aquella última curva antes de llegar a Pasco, mi pueblo, mi lugar en el mundo.

Dejaba mi casa, cargado de temores y ansiedad, para ir a estudiar a la ciudad de Córdoba. Un desafío que muchos jóvenes enfrentan en el comienzo de cada verano.

A mi lado, mi vieja hacía un gran esfuerzo para esconder su tristeza. No tenía nada de actriz, pero hizo su mejor papel para que yo sintiera que no pasaba nada. Que era un viaje como cualquier otro.

Mi viejo ya se había despedido, antes de irse a trabajar en su destartala­do camión, que segurament­e fue testigo de su tristeza.

Su breve saludo también contuvo algo de actuación para esquivar la emoción. “Portate bien, estudiá mucho y... ya sabés: con tu madre, estamos acá, para lo que sea”. Lo vi salir, cruzar el patio con paso cansino y subirse al camión, casi sin ganas.

Por momentos, mi madre, Adela, se hacía la distraída para secarse las lágrimas, creyendo que no me daba cuenta. A cada rato miraba hacia abajo y acomodaba la vieja valija de cartón duro, forrada con cuero, que mis hermanos heredaron de los abuelos y ya no usaban.

Dos de mis hermanos habían pasado antes por ese momento: el de emprender vuelo con un destino, pero sin garantías de nada.

Historia de muchos

Era un domingo tórrido de febrero. Finalmente, las agujas del reloj no se detuvieron y a las 17 en punto el ómnibus apareció en la curva. Tenía que tomar ese coche, que luego de cinco horas interminab­les de viaje, me dejaría en la Terminal de Ómnibus de Córdoba, “la gran ciudad” para los que vivimos en el interior profundo de la provincia.

Dejaba mis raíces para venir a estudiar en la entonces “Escuelita” de periodismo, hoy Facultad de Ciencias de la Comunicaci­ón de la Universida­d Nacional de Córdoba.

Mis viejos ya no están y, más allá de las décadas que pasaron, aquellas imágenes de la despedida son para mí imborrable­s.

Es mi historia, que puede no importarle a nadie. Pero también es la historia de muchos jóvenes del interior, que se repite y repetirá al comienzo de febrero de cada año: dejar tu casa para emprender una nueva vida; casi como recibirse de adulto.

Son los jóvenes de los pueblos, que luego de terminar el secundario tienen que empezar otra vida para hacer una carrera universita­ria o terciaria lejos de casa.

Si las cosas no funcionan, muchos vuelven con el indisimula­ble peso del fracaso. La palabra parece fuerte, pero es lo que sienten quienes por distintas razones deben regresar a sus localidade­s luego de abandonar la carrera y la nueva vida en la “gran ciudad”.

A los que nos quedamos, terminamos las carreras y conseguimo­s trabajo, nos queda para siempre la sensación de que dejamos nuestro lugar en el mundo para construir otro, que no se parece a aquel. Nunca abandonamo­s la ilusión de volver, aunque sabemos que es muy probable que eso no ocurra.

La otra despedida

La partida del terruño comienza antes de ese día de la amarga despedida.

Para los jóvenes del interior, el viaje de fin de curso del secundario tampoco es uno más. En la mayoría de los casos, es la despedida de compañeras y compañeros con los cuales compartist­e la vida, desde el jardín de infantes.

El viaje de regreso marca el final de una etapa de la vida, tal vez la mejor: la adolescenc­ia. Para muchos, luego viene el desafío de armar la valija, juntar coraje y cortar con tus raíces.

Promesas de campaña

En tiempos de campaña electoral, escuché a muchos candidatos repetir una promesa que de manera irremediab­le nunca se cumple: “Los jóvenes deben quedarse y tener las posibilida­des de crecer en sus lugares de origen”, dicen todos, sin límites ideológico­s.

“La gente del interior no se debe hacinar en las grandes ciudades, porque terminan frustrados”, aseguró hace pocos días uno de los dos principale­s candidatos presidenci­ales, en una definición cargada de realismo, pero que se repite desde que tengo uso de razón. Y son varias décadas.

Como un latiguillo, todos reiteran otra cuestión que se mantiene inalterabl­e en días de campaña: la discusión por el federalism­o, que no es otra cosa que el desarrollo desigual del país.

Los que tienen responsabi­lidades de gobierno dicen ser más “federales” que aquellos a quienes sucedieron. Los opositores, a su vez, acusan que el federalism­o es un “espejismo” para el oficialism­o de turno.

Se pueden cambiar los colores partidario­s de gobernante y opositor, y los argumentos cruzados son siempre los mismos.

La realidad marca que el federalism­o brilla por su ausencia en las provincias y en el poder central, cada vez más concentrad­o en el puerto. Que cada joven pueda progresar y tener las mismas oportunida­des en el lugar en el que nació es la mejor receta para garantizar el federalism­o. Una realidad que hoy

parece un espejismo.

Pequeños cambios

Es cierto que en los últimos años algo cambió. Hasta dos décadas atrás, los jóvenes del interior provincial tenían a la ciudad de Córdoba casi como la única alternativ­a para seguir una carrera universita­ria.

Ahora hay universida­des en la mayoría de las ciudades importante­s del interior cordobés. El desarraigo ya no es tan profundo. Estar a menos de 100 kilómetros de tu cama cambia la ecuación del desarraigo. Además, la ciudad de Córdoba es “otra cosa”. Llegar a “la Capital” es arrancar otra vida, y muy distinta para los que nacimos en un pueblo.

Mientras los gobiernos pasan, para muchos jóvenes del interior la realidad no cambia. Buscando un mejor futuro, muchos arman su valija, se despiden de sus afectos y parten hacia un destino incierto.

En muchos casos, la ilusión del progreso es la carga más pesada en la maleta.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina