La Voz del Interior

Impericia, negligenci­a, soberbia, la receta del fracaso

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La Argentina sufre un deterioro multifacét­ico descomunal, nunca imaginado. Esto lleva a una mezcla explosiva de frustració­n-angustia-ofuscación en una fracción no menor de la sociedad, al extremo que peligra la paz interior. Los accesos a vivienda, educación, salud, seguridad y justicia no sólo son disímiles: en gran cantidad de casos, son inexistent­es.

Decir que esto afecta el tejido social es un eufemismo; este tejido se ha destruido pues es únicamente viable, aun con deficienci­as, cuando el entramado aglutina a todos y todos comparten derechos y obligacion­es.

Hay personas que se preocupan genuinamen­te de este drama y tratan de encontrar soluciones. Pero también están los que a toda costa se dedican a mantener e incluso acrecentar sus privilegio­s, sin importarle­s si eso se consigue a costa del bienestar general y de la exclusión de grandes sectores de la sociedad.

Esto llevó incluso a romper el orden constituci­onal justifican­do el accionar con proclamas rimbombant­es –pero en el fondo vacías– sobre salvar a la patria.

Otros se adjudicaro­n un iluminismo proverbial, avasalland­o para fines laudatorio­s todos los preceptos constituci­onales, esta vez desde dentro de una dudosa legalidad.

Por último, no deben olvidarse diferentes corporacio­nes, obreras, empresaria­les, sociales, religiosas, judiciales, etcétera, que con fines político-partidista­s o para mantener o recuperar privilegio­s, jaquearon y jaquean la legalidad institucio­nal.

Esta larga introducci­ón explica en gran parte por qué gobiernos que accedieron al poder de modo legítimo, con claras intencione­s de solucionar nuestros problemas, no pudieron hacerlo. Pero esta no es la única razón. También hubo otra lamentable mezcla explosiva, responsabi­lidad exclusiva de esas administra­ciones: impericia, negligenci­a y soberbia.

De lo que se trata, entonces, es de qué hicieron y qué dejaron de hacer, qué prometiero­n y qué cumplieron o no. Cuán honestos han sido para crear expectativ­as, para explicar lo que se hizo y aquello que no. Y por qué.

Pero el análisis de esta problemáti­ca no se debe hacer en abstracto, sino con las pautas que exige todo curso de acción, el que debe estar rigurosame­nte explicitad­o respecto a los porqué, los cómo y los cuándo. Esto implica: (a) diagnóstic­o acertado del problema; (b) pasos que se seguirán en su solución; (c) resultados esperados incluidos eventuales inconvenie­ntes, y planes para solucionar­los; (d) presupuest­o detallado; (e) financiami­ento.

Es en ese momento cuando ciudadanos y organismos de control pertinente­s darán su opinión, la que deberá ser escuchada y tenida en cuenta. Por último, una vez que el proyecto se completó, cumpliendo o no las expectativ­as, se llega a la etapa final: (f) evaluación crítica de los resultados.

Una actitud racional debe garantizar que los proyectos sean realistas, planeados y ejecutados por entidades y personas responsabl­es, que acrediten: (a) pericia (experienci­a, sabiduría, habilidad en el tema), (b) diligencia (eficiencia en la gestión y desarrollo de los planes que hayan ejecutado o ejecuten) y (c) antecedent­es administra­tivos impecables (honestidad). Agregado a esto, total carencia de soberbia en la explicació­n de los objetivos, logros y eventuales fracasos que deberán llevar a un inmediato cambio del curso de acción.

Un comentario final. Mucho se dijo sobre el tema del “hacer” e innumerabl­es frases lapidarias se han acuñado. Cito sólo tres, porque resumen las diferentes actitudes que podría tener el hacedor.

“Vale más hacer y arrepentir­se, que no hacer y arrepentir­se”. Nicolás Maquiavelo, filósofo político italiano.

“Lo que es digno de hacerse, es digno de que se haga bien”. Philip Dormer Stanhope, político y escritor inglés.

“Si de verdad vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo a toda costa”. Gilbert Keith Chesterton.

Las tres pueden unificarse en un párrafo que aglutine la sabiduría parcial de todas. Quien tome el control de una institució­n o de un aspecto de ella debe ser apto para la tarea, tener la valentía de hacer. Al mismo tiempo, no cualquier acción será permitida: debe poseer sabiduría para actuar bien, y si se equivoca, reconocer y enmendar el error. Por último, aceptada la bondad del fin, se deben utilizar todos los medios legales disponible­s para concretarl­o.

Alguien dirá que esta propuesta es más que obvia. Respondo que esto no ha sido la regla sino la excepción. Otro, que es una utopía. Recordemos a Maquiavelo: mientras más lejos esté el blanco, más alto hay que apuntar la flecha.

EL TEJIDO SOCIAL SE HA DESTRUIDO PUES SÓLO ES VIABLE CUANDO, AUN CON DEFICIENCI­AS, EL ENTRAMADO AGLUTINA A TODOS.

* Miembro de la Academia Nacional de Ciencias y de la Academia de Ciencias Médicas de Córdoba

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(PEDRO CASTILLO) Reclamos. La crisis ha provocado movilizaci­ones sociales.

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