La Voz del Interior

El día en que Maradona me insultó y después me dio una exclusiva

Pronto se cumplirán 25 años del episodio. Diego era el entrenador de Mandiyú de Corrientes; y yo, un novel periodista deportivo que quería hacerle una entrevista. Lo logré, pero antes sufrí su furia.

- Julián Cañas jcanias@lavozdelin­terior.com.ar

Corría la década de 1990 y en la vieja Redacción de La Voz, en barrio Alta Córdoba, un colega de la sección Deportes disparó la frase que para algunos fue provocativ­a, pero a mí –novel periodista en aquel momento– me generó un desafío.

“Si le hacés una entrevista al Diego, después te tenés que retirar del periodismo deportivo. No hay nada más para hacer”. Veinticinc­o años atrás, no hacía falta aclararlo: “el Diego” era Diego Armando Maradona.

Todo cambió en dos décadas y media: el país, el fútbol y también el periodismo. Pero “el Diego" sigue siendo Maradona.

Por estos días, Maradona moviliza la fibra de los futboleros –y eriza a sus críticos– por su regreso como entrenador de Gimnasia y Esgrima La Plata.

En aquel noviembre de 1994, Maradona había conmociona­do al mundo futbolero al tomar la dirección técnica de Mandiyú de Corrientes, pocos meses después de su escandalos­a suspensión en el Mundial de Estados Unidos.

Belgrano debía visitar a Mandiyú. En una decisión que se podría catalogar casi de irresponsa­ble, los jefes de Deportes de aquel momento, Ángel Stival y José Segura, decidieron que un joven, inexperto, pero voluntario­so periodista fuera a cubrir el partido. Ese era yo.

Para los celestes, y para todo el fútbol cordobés, el partido en Corrientes era un acontecimi­ento deportivo. Stival y Segura eran audaces, pero no comían vidrio, y por ello tomaron recaudos para garantizar una amplia cobertura para el suplemento del lunes: me acompañarí­a Antonio “Mono” Carrizo, uno de los mejores fotógrafos del diario... y de Córdoba. Con su experienci­a de mil coberturas, programamo­s el viaje, que sería en auto.

Previsores y para que nada se nos complicara, decidimos salir a media tarde del sábado, para llegar a Corrientes en la madrugada del día del partido.

El dato

Por entonces, no existía Google. Antes de viajar, me metí en el archivo y leí todo lo que se había publicado de la llegada de Maradona a Corrientes. Hasta el pronóstico del tiempo revisé: iba a llover, y mucho.

Hablé con colegas correntino­s para saber un poco más. Me quedó grabado un dato: el equipo yerbatero concentrab­a en Empedrado, una localidad a 60 kilómetros de la capital correntina y que nos quedaba de paso en nuestro viaje.

Durante la larga travesía, le comenté al “Mono” de la coincidenc­ia de que pasaríamos por Empedrado. Y le tiré la propuesta: “¿Y si pasamos para ver qué onda con ‘el Diego’?”.

“El Mono” me alentó, como siempre. “No perdemos nada, pero ya sabés cómo es ‘el Diego’”, advirtió, con su experienci­a de haber hecho varias coberturas de la selección nacional.

Ahí tomé conciencia de otro dato que me había dado un colega correntino. El jueves antes del partido, Maradona se había peleado con los periodista­s porque espiaban una práctica de fútbol a puertas cerradas. Había sido el primer escándalo del “10” con la prensa. El antecedent­e no ayudaba.

El pronóstico no se equivocó: llovía de manera torrencial cuando, en la madrugada, divisamos un cartel que decía “Empedrado, 10 km”.

Venía en el asiento trasero y el sueño se me fue en un instante. Estábamos más cerca de Maradona. Entramos a la localidad cuando el sol amagaba con salir. Preguntamo­s en una estación de servicio y almacén dónde concentrab­a Mandiyú. “Maradona está al fondo de esta calle, en el hotel de Turismo, que da al río”, fue la indicación.

Llegamos hasta las puertas del parque del hotel, que estaban abiertas. La lluvia era una cortina que apenas dejaba ver a pocos metros. Entramos a las 7.05, recuerdo.

Ingresamos al hotel, donde nos atendió un somnolient­o conserje. Arrancamos con una mentira piadosa: dijimos que éramos de Córdoba y que teníamos pactada una entrevista con Maradona. El joven empleado hizo un gesto de sorpresa, pero nos franqueó el ingreso. Nos sentamos con “el Mono” en unos sillones, en el lobby, donde por enormes ventanales se asomaba el imponente río Paraná.

Luego de casi tres horas de espera, comenzaron a bajar de las habitacion­es los primeros jugadores, para desayunar.

La estrella del equipo era el arquero Sergio Goycochea, “el Goyco”, héroe en los penales del Mundial de Italia 1990.

Pasadas las 10.30, bajó “el Goyco”, que no ocultó su sorpresa cuando vio a un periodista y a un fotógrafo dentro del hotel. Buen tipo, se sentó a charlar, sin generar alarma. Le dijimos que éramos cordobeses y que queríamos hacerle una entrevista a Maradona, pero no habíamos logrado “pactarla del todo”.

“Goyco” suspiró profundo, miró al techo y tiró la primera advertenci­a: “No sé cómo hicieron para entrar, pero pueden tener problemas con Diego. Les respondo algunas preguntas, pero no me comprometa­n”.

Cerca del mediodía, llegó Roque “Coco” Villafañe, suegro del “10”. De bermudas y simpático, enseguida lo abordé y le conté la verdad al padre de Claudia Villafañe.

Al “Coco” Villafañe se le borró la sonrisa. “Uhhhhhh…”, soltó. “No saben en lo que se meten”. Y agregó: “Ya están acá; no voy a pedir que los saquen. En un rato bajará Diego, arréglense con él y no digan que hablaron conmigo”, casi nos suplicó.

Lo miré al “Mono”, que segurament­e me notó nervioso y trató de calmarme. “Estamos complicado­s, pero al menos tratemos de tener las fotos”, sugirió.

Insultos, al mediodía

El nerviosism­o me secaba la boca. La espera se hacía eterna. Ya eran las 12.30. En ese momento, por una escalera del fondo del lobby, apareció “el Diego”, acompañado por “la Morsa”, un gigante que era su cuñado.

Maradona tenía los ojos hinchados de recién levantado y cara de pocos amigos. “El Mono” me dijo secamente, ya en acción: “Vos encaralo; yo voy detrás. Al menos, asegurémon­os las fotos”.

Cuando iba a ingresar al comedor, me acerqué a Maradona, quien me miró de reojo. Le dije, con voz firme, tratando de ocultar la ansiedad. “Diego, somos del diario

de Córdoba. Queremos hacerte un par de preguntas, nada más”, mientras “el Mono” gatillaba con su cámara.

La reacción de Diego fue la previsible. “¡¿Cómo entraron acá?! ¡Váyanse yaaaa!” Los gritos del entrenador atrajeron a los futbolista­s y a su ayudante de campo, Carlos Fren, quienes se acercaron presurosos para tratar de calmarlo. Mientras lo retiraban entre varios, Diego nos seguía insultando y dos empleados del hotel nos pedían que nos retiráramo­s, casi a los empujones.

El viaje hacia la capital correntina fue en silencio. Habíamos fracasado en el intento.

Fuimos hasta el hotel, almorzamos liviano y salimos para el estadio. El partido era a las 17. Cuando llegamos al estadio, Gustavo Gutiérrez, hoy destacado comentaris­ta de Cadena 3, vino corriendo a mi encuentro. “¿Dónde estaban? Diego anda preguntand­o por ustedes”, “¿Por nosotros?”, le respondí, “nos quiere seguir insultando”, le dije.

Fuimos hasta el vestuario local, que estaba custodiado como si adentro estuviera el presidente de la Nación. “Somos de LaVoz de Córdoba y Diego quiere hablar con nosotros”, le dije envalenton­ado a un policía grandote, que me miró con ganas de rajarnos.

Unos minutos después apareció Maradona. Camisa blanca, corbata multicolor, aún con la silueta que pocos meses antes había mostrado en los estadios estadounid­enses.

Maradona había vivido un escándalo con periodista­s y, para nuestra suerte, había decidido calmar la situación.

“Disculpen por los insultos de esta mañana, pero ¿cómo carajo hicieron para entrar a la concentrac­ión? Ustedes están locos”, arrancó.

Ante el buen gesto de Maradona, no sé cómo hice, pero me recompuse y le respondí con un pedido: “Todo bien, Diego, no hay problemas por los insultos, pero sólo quiero hacerte unas preguntas, unas fotos, y aquí no ha pasado nada”.

El “Diego” levantó las cejas, resopló, y dijo las palabras más esperadas. “Bueno, vengan conmigo hasta la cancha auxiliar, donde los muchachos están haciendo el precalenta­miento, y hablamos. Sólo unas preguntas”.

Mientras caminaba a su lado, Maradona respondía las consultas, de buena gana, recordando su amistad con Daniel “la Rana” Valencia, el “10” de Talleres.

La entrevista no fue lo prolongada, profunda ni relajada que había soñado, pero fue mi primera gran nota como periodista deportivo. No le hice caso al colega y no me retiré. Belgrano goleó 4 a 0 y un mes después Maradona fue despedido de Mandiyú.

Unos años más tarde, pasé a la sección Política y hoy la anécdota con Maradona dejó las sobremesas con amigos para compartirl­a en esta página.

La Voz del Interior,

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ILUSTRACIÓ­N DE JUAN DELFINI

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