La Voz del Interior

¿Quién hace el mejor negocio con los convenios?

- Ary Garbovetzk­y Sociedad anónima agarbovetz­ky@lavozdelin­terior.com.ar

Cuando un privado se beneficia con una obra o un permiso estatal, multiplica su ganancia: en términos técnicos, obtiene una plusvalía. Los mecanismos de captación pública de plusvalía tienen un largo recorrido en las políticas urbanístic­as, incluso en la ciudad de Córdoba, donde ya tuvieron dos nombres: concertaci­ón público-privada y los actuales convenios urbanístic­os.

El ejemplo virtuoso que siempre se cita es el de Rosario, que a partir de acuerdos con privados recuperó su Costanera y pasó de tener 2,3 metros cuadrados de espacio verde por habitante en 1990 a casi 12 en la actualidad.

Hay quienes cuestionan la herramient­a misma, pero ya casi no quedan ejemplos en el mundo en los que no se entienda que el desarrollo urbano debe combinar la energía emprendedo­ra y creativa de los privados con el sentido de equidad y la visión macro y estratégic­a del Estado.

El informe elaborado por la arquitecta María Beatriz Valencia, que asumió como propio la Red Ciudadana Nuestra Córdoba, no objeta el instrument­o, pero sí sus resultados para la ciudad. En otros términos: quién hizo el mejor negocio.

Valencia advierte que se autorizaro­n más de 70 mil nuevas unidades habitacion­ales con dos caracterís­ticas nocivas: extendiero­n la mancha urbana o incrementa­ron a gran escala la densidad en zonas residencia­les típicas. Y en ninguno de estos casos se considerar­on los costos e impactos asociados, para negociar contrapres­taciones que tuvieran una adecuada correlació­n con la ganancia empresaria­l.

Tal vez lo más perjudicia­l de la política de excepcione­s que introdujo el uso de los convenios urbanístic­os en la gestión de Ramón Mestre, siguiendo el análisis de Valencia, es que elevó el valor de la tierra en toda la ciudad, porque los usos de suelo destinados a actividade­s productiva­s, industrial­es o agrícolas pueden convertirs­e, de un día para el otro, en nuevas urbanizaci­ones.

Eso desplaza las futuras radicacion­es industrial­es fuera del ejido: si hasta el límite con Malagueño ahora hay emprendimi­entos inmobiliar­ios, ¿dónde hay una parcela a precio de uso industrial?

Aunque los defiende, los proyectos sobre los que se enorgullec­e la administra­ción municipal ya saliente no son los que se derivaron de convenios urbanístic­os. De hecho, su iniciativa urbana más elogiada, la que se planificó para el área de Forja y los expredios ferroviari­os, con un concurso de proyectos con intervenci­ón del Colegio de Arquitecto­s y participac­ión ciudadana, es el modelo opuesto a la aprobación exprés de acuerdos de convenios con privados.

Aunque no sea materia de este análisis, no se pueden soslayar, en el contexto político y económico de los convenios urbanístic­os de la gestión Mestre, la pasada candidatur­a de este a gobernador y la necesidad de ampliar la recaudació­n de fondos para mejorar el mantenimie­nto de algunos sectores y sumar algunas obras imposibles de financiar con los recursos de la caja municipal.

Más que una contrapres­tación para la ciudad, la devolución de plusvalía se pensó en la cuenta de la política: tener algo más para mostrar (aunque sean obras barriales o de pequeña escala) y para inaugurar en el marco de la competenci­a por la gobernació­n. Que no hayan mostrado utilidad alguna electoral no significa que no se lo haya intentado.

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(LA VOZ/ARCHIVO) El ejemplo. La Costanera de Rosario, el modelo de convenio.
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