La Voz del Interior

Tristeza en modo chat

- Enrique Orschanski* Pensar la infancia

Leandro llega a la consulta con los ojos inflamados. No parece tener conjuntivi­tis ni el polvo del ambiente; ha llorado. La madre ofrece un pañuelo, pero él lo rechaza sin mirar. Con una mano sobre el hombro del muchacho, el padre confirma que está. Apuramos las formalidad­es de la consulta porque hay algo más importante que decir.

Con 14 años, Leandro muestra cuánto ha crecido. Un incipiente bigote oscurece su labio superior, aunque la mirada es la misma que cuando se pesaba en la balanza para bebés. Los chicos son relojes exactos, no para medir sino para definir el tiempo.

–Te veo más alto –comento, buscando una primera sonrisa.

–Todo le queda corto –se apura en agregar la madre.

El diálogo que sigue procura retirar, capa por capa, lo que oculta el verdadero motivo de la consulta. Como Leandro mira su teléfono a cada momento, el padre le frota la espalda a modo de cariñosa reconvenci­ón.

–Me siento mal –dice finalmente, y resopla. Respondo sosteniend­o la mirada; él la rehuye.

–Muy –insiste en modo adolescent­e. Pero ahora me mira y sus ojos se inundan. Creo entender que busca cómo nombrar su tristeza.

Estoy advertido sobre el origen de su malestar; sus padres habían comentado desencuent­ros, discusione­s y la actual decisión de separarse. La escena no podría ser más explícita: físicament­e lejos, apenas se miran. Vinieron hoy los dos, pero por el hijo.

–No sé cómo decirlo –murmura Leandro.

La inquietud se mantiene hasta que, de pronto, su rostro indica que encontró la forma. Expectante, los mayores miramos; y entonces el muchacho resuelve:

–¿Puedo mandarte un mensaje? Me sale mejor…

Una vez más la sorpresa me conmueve (El asombro siempre viene de la mano de los chicos, al menos donde transcurre mi trabajo). Porque mientras los adultos imaginamos que las infancias y adolescenc­ias transcurre­n por caminos conocidos, cualquier bebé, niño o adolescent­e improvisa atajos que deslumbran.

Aunque angustiado, Leandro encuentra con frescura cómo relatar lo que siente; pero a su modo. Con un breve golpe de vista, pido autorizaci­ón a madre y padre; sin objeciones, respondo: –¡Claro! Mandame el mensaje. Con la velocidad que a esa edad se logra en el teclado, Leandro escribe un largo párrafo sin mirar la pantalla. Su rapidez aclara dos obviedades: una, que domina el chat; otra, que está seguro de lo que siente.

–Listo –dice, y apoya el aparato sobre el escritorio. –Leelo.

–No –respondo, entusiasma­do por tener también mi plan. –Leelo vos. Pero en silencio.

Leandro me mira, confundido. Pensó que con escribir había cumplido su parte, pero el nuevo desafío lo enoja. Elige el gesto clásico de morderse el labio de abajo y revolear los ojos; piensa y luego gruñe:

–Ta’ bien.

Comienza a leer y enseguida su cuerpo cambia; relaja los hombros, inclina la cabeza y de sus ojos brota la angustia contenida. Al terminar, me mira impaciente. ¿Ahora qué?, imagino que piensa. –¿Querés leerlo en voz alta? –No –dice rápido y sin pensar. –Bueno, cuando vos quieras. –Uh, ya fue... lo leo ahora. Creo que aceptó porque pensó que con eso terminaría este entrevero; y porque 14 años de consultas nos otorgan esta confianza mutua.

–Toy triste hace una banda porque me da miedo de q mis papás no me quieran más.

Ahí está, en propias palabras, la verdadera consulta. Despojado de las capas que lo cubrían aparece, tierno y genuino, su miedo al desamor familiar. Los tres, en silencio, recibimos el mensaje.

No sólo el que escribió Leandro sino los otros, los importante­s. Que a los chicos les angustia más el abandono que lo que hacen los padres entre ellos. Y que cuando les falten palabras para nombrar sus malestares, sabrán encontrarl­as en alguna de sus guaridas.

* Médico

 ??  ??
 ??  ?? WhatsApp. Los mensajes también expresan sentimient­os.
WhatsApp. Los mensajes también expresan sentimient­os.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina