La Voz del Interior

Discusione­s sin sentido

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El Concejo Deliberant­e de la ciudad de Córdoba dio el ejemplo más perfecto del problema de la política argentina. Lo hizo al enredarse en una absurda disputa por un proyecto de inclusión laboral transgéner­o.

El año pasado, la concejala Nadia Fernández, de Unión por Córdoba, presentó un proyecto sobre inclusión laboral de personas trans, que estipulaba instancias de capacitaci­ón y acompañami­ento estatal, con base en un registro único de aspirantes, más campañas de concientiz­ación para favorecer su inserción en el mercado de trabajo. No fue tratado.

Este año, luego de incluir en el debate a las organizaci­ones del colectivo LGBT+, Miriam Acosta, de la Unión Cívica Radical, propuso que el proyecto contemplar­a incorporar a la administra­ción pública y a sus organismos a trabajador­es trans, en una proporción no menor al tres por ciento de la planta. Suponiendo que la Municipali­dad cuenta con unos 10 mil empleados, estaríamos hablando de unos 300 puestos disponible­s. No de inmediato, sino a medida que se fueran generando las vacantes, las que serían concursada­s para asegurar la idoneidad para el cargo de la persona trans que lo ganara.

Entonces, el peronismo adujo oportunism­o político en la presentaci­ón del proyecto y propuso devolverlo a comisión una vez más. “Si hubiera una voluntad real, ya habrían incluido a personas trans sin el cupo durante sus ocho años de gestión”, argumentó Fernández. Acosta advirtió “mezquindad­es” en el planteo. “No podemos creer que los derechos le pertenecen a alguien; los derechos son de todos y de todas. Este proyecto fue consensuad­o con todos los sectores”.

Es ridículo apoyar una medida cuando es presentada por un determinad­o espacio político y rechazarla si la elaboró el adversario. Así no se puede gobernar. Pero más grave aún es que no se puede vivenciar el sentido plural de la democracia porque se reduce el juego político a un enfrentami­ento de facciones.

Un combate entre facciones convierte a la política en una puja infantil de “nosotros” contra “ellos”. Como no importan los principios ideológico­s ni los valores, no importa el bien común. Cada facción sólo promueve y aprueba sus propias iniciativa­s, al mismo tiempo que obstruye las de la facción contraria. Por supuesto, cuando ambos bandos se movilizan detrás de la misma idea, el juego exhibe su costado más patético. Es lo que acaba de ocurrir en el Concejo Deliberant­e cordobés.

Las personas trans son fuertement­e discrimina­das en el mercado laboral. Pero eso parece no importarle­s a las facciones en pugna. Lo que les importa es impedir que el adversario pueda arrogarse el día de mañana haber promovido una ordenanza favorable para ese segmento de la sociedad.

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