La Voz del Interior

Adiós, Cacho: se fue el último cantor porteño

Castaña fue autor de letras memorables, como “Café La Humedad” y “Garganta con arena”.

- Daniel Santos y Germán Arrascaeta

Cacho Castaña, el creador de páginas invaluable­s de nuestra música popular como Café La Humedad, Garganta con arena y Para vivir un gran amor, falleció ayer a los 77 años en el sanatorio Los Arcos, de Buenos Aires, la ciudad en la que este artista nació, creció y se consagró como uno de sus observador­es más precisos.

Del tango a la canción popular, y de la canción popular al tango, Cacho Castaña construyó una obra valiosa que lo convirtió en máximo referente de una bohemia típicament­e porteña, caldeada en los bares y en los cabarés.

Una bohemia que, además, cultivó un machismo extremo. O una misoginia que impulsó, por ejemplo, la composició­n de un tema como Si te agarro con otro, te mato.

En el último tiempo, con la ola verde feminista ganando peso y territorio, Cacho intensific­ó ese perfil sin pudores, con declaracio­nes políticame­nte incorrecta­s, como “a las mujeres hay que volteársel­as”.

Está claro que Cacho Castaña no quiso ni pudo deconstrui­rse.

Diplomado en bares

Sólo se mueren los olvidados. Si lo decía Castaña, habrá que creerle, porque de algo tiene que valer el hecho de haberse recibido con un máster en la calle, diplomado en los bares, graduado en el billar de tres bandas que jugó como un grande, por plata, en las noches porteñas de su juventud.

Murió el gran atorrante de la canción popular, que coqueteó con la música de afuera, primero, inspirado por un Elvis que le quitó el sueño a toda una generación, y que acabó con el tango como una forma de narrar la vida moderna, dedicado a las canciones y a las mujeres, a las que aseguraba conocer de pies a cabeza.

De pies, fundamenta­lmente, porque Cacho es zapatero de oficio y se desempeñó en la empresa de su padre como diseñador, de los 13 a los 30 años, de zapatos de mujer.

Sobre la muerte, Castaña tenía mucho que decir, pero sobre todo repetía que no quería morirse.

Una vez le preguntaro­n qué quería que pusieran en su lápida: “Poné lo que quieras, total yo no la voy a leer, pelotudo”. Ojo, tampoco le gustaban los tributos en vida porque le daban mala espina: “Suenan a lectura de lápida”.

Pese a que siguió cantando y componiend­o, los últimos cinco años Cacho alternó su tiempo fuera y dentro de las clínicas.

Así, no pudo cumplir con su deseo de pasar a la eternidad de modo repentino: “Si pienso en la Parca, no me gusta. Pero si me muero, no quiero caer en una catrera, en una agonía, con todos los ‘blecas’. Si te moriste de golpe, está todo bien”.

Mientras estuvo en coma por una semana en 2010, pensó que había sido el peor año de su vida. “Pero después zafé, y fue el mejor”.

Con humor e inteligenc­ia callejera, Cacho Castaña le confesaba a Alejandro Fantino que le gustaría creer en la reencarnac­ión “porque es más lindo. Si no sería todo fulero, todo mal. Te morís y nunca más. En cambio, así, por ahí volvemos... yo como un águila (risas)”.

En esa emisión de Animales sueltos, agregó: “¿Viste que todas las minas dicen que fueron Cleopatra? Hijas de p... Yo siempre digo que fui un gladiador, que fui un cura, un homosexual. Está bueno creer en la reencarnac­ión. Le da aire a la vida”.

En su infancia de barrio empezó a estudiar música a los 6. Él quería aprender guitarra, pero no le gustó “la cara de ortiba” del profesor y siguió con el piano.

Mientras tanto seguía los estudios en un colegio de curas, y fue monaguillo hasta que le pidió al padre que lo cambiara. Siguió en una escuela estatal y luego tuvo un “secundario tibio”.

Así definía sus estudios inconcluso­s, porque “secundario tibio” sonaba mejor a decir que lo habían echado de la escuela en segundo año. Los cafés son la escuela, solía repetir.

El trabajo, que dejó antes de cumplir los 30 años, tuvo su reemplazo: “Agarré la guitarra para dejar el laburo”.

Con casi 55 discos, más de 600 canciones registrada­s y cuatro veces más compuestas a lo largo de su carrera, la trayectori­a de Cacho Castaña en la música deja un puñado de joyitas, alternadas con películas populares como La playa del amor, La carpa del amor y participac­iones esporádica­s en televisión (la última fue en Dulce amor) o en el teatro (hace más de 20 años hizo una temporada con una revista en teatro Bar, de Villa Carlos Paz, y hace tres años participó de El gran show en el Coral).

Lleno de proverbios, de frases incorrecta­s, de canciones escritas con sangre y calle, Cacho supo expresar en su poesía sensacione­s cotidianas, amores inconcluso­s y, por supuesto, homenajes extraordin­arios (Garganta con arena, para “el Polaco” Goyeneche, y La Gata Varela, para la portentosa Adriana Varela).

Su prosa habla del barrio, de los bares, de los amigos. “Pasamos la adolescenc­ia jugando al billar en Café La Humedad”, recordaba, además de reconocers­e especialis­ta y poco modesto en el billar de tres bandas.

“Jugaba por plata. Por mucha plata. En esa época se usaba mucho, a los dados, al ajedrez, a las damas; en el boliche había mucho escolazo”.

Horacio “el pizzero”, “el Flaco” Aldo, “el Tano” Rotella, “el Pibe” Carozo... Sus amigos tienen nombres de amigos de letras de tango, pero no eran inventados, sino los nombres de compañeros de sus primeras décadas, antes de que Cacho saltara a la popularida­d como “el Matador” (“Es poeta y es cantante, las mujeres dicen que es un delirante”), un sex symbol que fue referente de una época.

Vida agitada

Las mujeres, todas las mujeres. Susana Giménez, las famosas, las desconocid­as. Su aura de mujeriego empedernid­o, las anécdotas y mitos de una vida agitada, sus dos esposas, sus muchas amantes y una mayor parte del tiempo con “estado civil: arrimado”.

Todo fue parte del universo color Castaña, parte verdad y parte agrandada por el vox populi. “Tuve una vida normal, el mito lo inventan la prensa y la gente. A mí me hacen notas en las revistas y no me la creo. Pago para tener una nota... Si al otro día me creo la nota, soy un gil”.

Para Cacho, las mujeres lo pueden. Las mujeres lo pueden todo, además, porque “son mucho más inteligent­es que nosotros. Por eso en toda Roma los emperadore­s son bisexuales: porque buscaban a un tipo fuerte con la mentalidad de una mujer”, le confió a Rolando Hanglin.

No le gustaba que las mujeres se pusieran plástico. “Se nota una teta de plástico, y los culos están todos fuera de línea total”, agregaba, y acompañaba la idea con que ellas lo hacen a lo argentino, con exageració­n.

A Castaña lo crispaba el exitismo argentino: “A Maradona antes del Mundial no lo quería nadie y cuando ganó tres partidos seguidos lo amaban... y lo dejaron de querer. Argentina, en vez de un sol, tendría que tener un panqueque en la Bandera”.

Mito confirmado

La famosa historia del día en que visitó a Susana Giménez y llegó Carlos Monzón (por entonces era pareja de la diva) y tuvo que saltar por la ventana es cierta.

“Es verdadera porque, de no serlo, no estaría acá”, repetía, y conta

ba la huida desde el primer piso saltando primero a la casilla de Supergas y luego al suelo, antes de refugiarse en el baúl del auto de su amigo que lo sacaría de allí para que no lo viera el campeón.

Cuando Julio Iglesias dijo que había estado con tres mil mujeres, él elevó la apuesta y llevó la cifra a cinco mil. “Sólo un boludo puede contar las minas con las que estuvo”, dijo.

Cacho tiene sus propias frases antológica­s, pero siempre le gustaba citar a otros grandes como Facundo Cabral o Ringo Bonavena: “La experienci­a es un peine que te regalan cuando te quedás pelado”, decía del boxeador, y confiaba haber peleado bastante, pero sin intencione­s de profesiona­lizarse en esa línea.

Aseguraba en cambio que, si no hubiera sido cantante o músico, hubiera puesto un cabaré. Esa parte rea que le gustaba alimentar se compensaba con expresione­s como el reconocimi­ento de haber sufrido y llorado por amor.

“A lo mejor con el tiempo te das cuenta de que el amor va cambiando; como uno va cambiando, también la manera de amar y de querer. Creo que no hay nada mejor que los comienzos en el amor, cuando está por empezar algo. Después las cosas se desmoronan... caen al cauce lógico y normal de la rutina... la que la sociedad nos impuso”.

El autor de Café La Humedad aseguraba que para escribir una canción de amor “tenés que sufrir. No podés inventar un dolor, salvo que seas un profesiona­l de la mentira escribiend­o. Lo que más escribe el poeta es el desencanto. Por eso no existe El día que me querés, sino El día que me quieras”.

Cacho asegura que siempre fue honesto en cuestiones de amor: “Cuando digo que las amo, las amo en serio; cuando digo que siento amor, siento amor”.

Entre la seriedad de sus proverbios están aquellos más divertidos, pero no por eso menos irrebatibl­es. “Los poetas son todos cornudos... y yo soy un gran poeta”, decía.

Empezó a escribir a los 15 años algunas cancioncit­as de amor, pero apareció Elvis. “Nos llenó la cabeza de humo a todos. Todos escuchamos el Glostora Tango Club, y yo quería una orquesta como Mariano Mores, pero apareció Elvis y nos cambió a todos”.

El tango volvería más adelante, rumbo a las raíces. Había hecho música popular con temas como

Quieren matar al ladrón, pero siempre en sus lados B había algún que otro tango. “A la hora de la verdad, terminé haciendo lo que me gusta. Me gustaría documentar la época con tangos; me gusta la balada”.

De la gente

Castaña aseguraba que sus canciones eran de la gente, que nacían de un estado mágico, sin orden, pero siempre mágico. “A veces te sale el título o la melodía. A veces me pongo y no escribo un pomo. O empiezo a escribir y pienso que ya lo escribí”, reconocía, al mismo tiempo que aseguraba que era mejor de noche, en un momento donde “hay más duendes, más fantasmas, tenés más margen para volar”.

El artista había debutado a los 13 años en la orquesta típica de Oscar Espósito, cuando todavía usaba pantalones cortos, y tocaba el piano en los cabarés de su Buenos Aires querido.

Después llegarían el éxito y la masividad, con películas y millones de simples vendidos de Canciones son canciones, Cara de tramposo o Quieren matar al ladrón.

Y por último el tango, en el que se quedaría para siempre. “Antes era grasa, y ahora soy paquete. Lo cierto es que si logré algún prestigio, fue sin darme cuenta. Haciendo lo mío”, dijo en una entrevista a

Clarín, seguro de que “la gente elige y te pone en el lugar que quiere”.

Después de escaparle a la muerte en reiteradas ocasiones, finalmente lo atrapó ahora, en este octubre agitado tanto por la agenda política como futbolísti­ca. Quizás vuelva como un águila, tal como le dijo a Fantino, o quizás se corporice en otra humanidad de caracterís­ticas impredecib­les.

Pero algo es seguro: a Cacho lo sobrevivir­án sus canciones.

SE FUE EL ÚLTIMO POETA, LA VOZ DE BUENOS AIRES. UN AMIGO ENTRAÑABLE, GRACIOSO, DIVERTIDO.

Susana Giménez

GRAN POETA URBANO. GRACIAS POR SER TAN CABALLERO Y BUEN AMIGO. ¡ESTOY DESOLADA!

Moria Casán

EN NUESTRA JUVENTUD NOS JUNTÁBAMOS A CENAR Y A CONTAR NUESTRAS AVENTURAS. GRACIAS POR TU MÚSICA.

Carlos “la Mona” Jiménez

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(GENTILEZA CLARÍN) Atorrante. Castaña falleció después de haber superado varias internacio­nes.
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(GENTILEZA CLARÍN) Ídolos populares. Cacho junto a Palito Ortega.
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Sus últimos años. Aun con sus problemas de salud, Castaña se presentaba en vivo.
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Amores. El artista junto a Mónica Gonzaga, una de sus parejas.
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