Córdoba, la de las trampas urbanas Claudio Gleser
Cuando no es un arco de fútbol, es una columna la que se viene abajo sobre nuestra cabeza. Cuando no es un cartel, es el banco de la plaza. Cuando no es un poste electrificado, es una obra mal hecha que se desmorona. Cuando no es un balcón que se desploma, es un hueco en el pavimento, o la vereda que se vuelve una trampa perfecta. Cuando no es un predio flojo de papeles, es una casa o un comercio que se convierten en una bomba de tiempo.
Córdoba tiene, desde hace años, una impresionante colección de trampas urbanas por todos lados, a la vista de todos o escondidas; algunas pequeñas, otras como un elefante. Allí están, listas, precisas. Son trampas que nos hacen jugar con la Parca a la ruleta rusa.
A veces, el lugar es un sitio público. Otras, uno privado. En el fondo, siempre es lo mismo. Por un lado, el descontrol de los entes oficiales que dicen que hacen, se lavan las manos y se pasan la pelota. Por el otro, la irresponsabilidad de vecinos acostumbrados a aquello del “dale, nomás, total no pasa nada”. Hasta que pasa.
Ocurrió hace unas primaveras en Alta Córdoba, con esa fábrica de químicos que voló por los aires sembrando muerte, drama y daños a un vecindario que aún hoy espera justicia. ¿Cuántas fábricas o depósitos seguirán hoy así?
Alta Córdoba, esa barriada que años atrás tuvo, sin que sus vecinos supieran, un depósito de agrotóxicos capaces de envenenarnos. ¿Cuántos galpones seguirán así?
Las trampas están siempre. Volvió a pasar ahora con una pizzería floja de conexiones y habilitaciones que abrió un expolicía, luego de haber caído preso con un arma limada y un inhibidor para robar autos. El
UNA COSA ES LA MALA SUERTE O EL DESTINO. OTRA DISTINTA ES LA IRRESPONSABILIDAD DE NO CUIDAR AL OTRO. NI A UNO MISMO, CLARO.
joven, con tal de pelearle a su crisis, hizo la que quiso. Al parecer, usó tubos de gas en condiciones prohibidas y todo explotó. Ahora vemos el drama, agradecemos que no fue peor, oímos excusas, hablamos de inconsciencias y esperamos imputaciones y demandas civiles.
Pero ya pasó. Otra vez, es tarde. Y así seguimos. Esquivando trampas sin saberlo. Y si sabemos que están, esperamos que no se activen.
Que hable Sandra Meyer, quien perdió a su hijo Juan cuando se electrocutó por tocar un cesto callejero. La mujer absorbió el dolor y lo convirtió en solidaridad con su fundación Relevando Peligros. Aun así, debe ver cómo en la Legislatura le patean para adelante la implementación de una ley de seguridad eléctrica. Total, “dale, nomás, que no pasa nada”.
Una cosa es la mala suerte o el destino. Otra distinta es la irresponsabilidad de no cuidar al otro. Ni a uno mismo, claro.
A la luz de la crisis y de lo que arrastrará en el corto plazo, el panorama es sombrío. Mientras, a seguir zafando y a esperar vivir para contarla, mientras se pueda.
LAS TRAMPAS ESTÁN SIEMPRE. VOLVIÓ A PASAR AHORA CON UNA PIZZERÍA FLOJA DE CONEXIONES Y DE HABILITACIONES.