En Caroya, con las podas de los viñedos ahora hacen gírgolas
sótano en el que se montó la producción de las gírgolas que necesitan ciertas condiciones de humedad, luz y temperatura, e incluso de dióxido de carbono.
El proceso productivo demanda unas seis semanas y la madera que se biodegradó vuelve luego a la chacra como fertilizante. Lo único que compran es la semilla en la que se inocula el hongo, pero ya están trabajando con una científica del Conicet para poder abaratar también esa parte del proceso.
Desde que tienen en marcha el emprendimiento, la gírgola propia ya formó parte de empanadas, escabeches, ensaladas o salsas. El consumo anual en Argentina es bajísimo, en parte por la falta de información respecto de sus usos.
“Queremos cambiar el sistema productivo, salir del convencional, lograr que sea sustentable y saludable. Que no genere emisiones de carbono, pero que también sea rentable para que sea sostenible en el tiempo. Apuntamos a demostrar que se puede en la práctica”, sintetiza Julien.
La economía circular se propone la reutilización de recursos: que todo sirva para otra cosa, con un sentido de menor impacto productivo para el planeta.
Meses atrás, en las páginas de este diario se mostró otra experiencia singular a partir de los viñedos de la misma Colonia Caroya: un emprendimiento familiar que avanza en la obtención de harina de uva.