La Voz del Interior

Derribando mitos: alimentaci­ón, pobreza y obesidad

- Agustina Mozzoni*

El contenido del derecho a la alimentaci­ón ha evoluciona­do a través del tiempo: hoy entendemos que es más amplio que el derecho a no pasar hambre, y comprende el acceso a una alimentaci­ón adecuada y de calidad. Decir entonces que la vulneració­n de este derecho ocurre sólo cuando no se tiene algo para comer, es invisibili­zar parte del problema. Este derecho se vulnera, también, cuando la comida saludable no está al alcance del bolsillo de la población, cuando el producto final está contaminad­o o cuando no sabemos qué estamos consumiend­o porque la informació­n que acompaña es inentendib­le.

Los productos ultraproce­sados, término técnico que describe a los alimentos comúnmente conocidos como “comida chatarra”, invaden nuestra dieta y es casi imposible librarse del consumo de azúcar y harinas. Papitas, galletas, gaseosas, chocolates y caramelos son una constante en nuestro día a día. Comer sano se vuelve una tarea titánica, cuando no imposible. La alimentaci­ón se torna, definitiva­mente, en una causa política.

Cifras en Argentina. La evidencia científica da sobradas cuentas acerca de la conexión entre el consumo de los productos ultraproce­sados y el desarrollo de enfermedad­es como el sobrepeso y la obesidad. En nuestro país, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo de 2019, dos de cada tres adultos/as presentan malnutrici­ón por exceso. Los datos que arroja la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud, también de 2019, no son menos preocupant­es: el exceso de peso en niños y niñas de entre 5 y 17 años es del 41,1 por ciento, y en menores de 5 años es del 13,6 por ciento.

A su vez, la cantidad de frutas y verduras consumidas diariament­e se encuentra por debajo de lo recomendad­o; la mitad de niños y niñas menores de 6 meses no sostiene la lactancia materna; y las escuelas, en lugar de promover hábitos alimentici­os saludables, favorecen el consumo cotidiano de productos ultraproce­sados.

Malnutrici­ón por exceso y pobreza. En los países de medio y bajo ingreso, el crecimient­o de la prevalenci­a de la obesidad y el sobrepeso se da aun cuando la desnutrici­ón no ha sido erradicada. La malnutrici­ón por exceso crece de manera sostenida, afectando mayormente a quienes viven en situacione­s de vulnerabil­idad social y económica. Las dietas saludables tienen un costo mayor que las dietas con alimentos ultraproce­sados y menos nutritivos: frutas, verduras, lácteos, pescados y carnes son los que menos se compran cuando se tienen ingresos bajos.

Por el contrario, los de alto contenido de grasas, azúcares y harinas refinadas son los que más se consumen en esos contextos, por ser más baratos. Sin embargo, lo barato sale caro: la dieta basada en ultraproce­sados aumenta las probabilid­ades de padecer problemas de salud a lo largo de la vida. Así, la desigualda­d sólo aumenta. Por eso, hablar de obesidad y desnutrici­ón como dos fenómenos separados –uno para ricos y otro para pobres– ya no es correcto. Constituye­n dos caras de la misma problemáti­ca y un denominado­r común: los sistemas alimentari­os disfuncion­ales.

Necesidad de políticas públicas. La malnutrici­ón debe ser mirada desde un sentido amplio, pensando las políticas desde un nuevo enfoque. El Estado debería aprobar políticas públicas basadas en evidencia científica y en línea con las recomendac­iones de los organismos internacio­nales de salud.

Las deudas pendientes en nuestro país incluyen un etiquetado de alimentos claro y simple para que saber qué se come. También se deberían establecer límites a la publicidad engañosa para niños y niñas. En esa línea, deberíamos pensar nuestras escuelas como una oportunida­d para promover menús saludables, agua potable accesible y kioscos sin comida chatarra.

Actualment­e, los patrones alimentari­os en Argentina son muy precarios. Pero para que la respuesta a este contexto de emergencia alimentari­a no sea sólo un parche social, es necesario que el debate acerca de cómo afrontarlo incluya un examen radical de las acciones en todas las etapas de los sistemas alimentari­os. Y sobre todo, es necesario repensar el modelo sobre el cual, históricam­ente, el Estado argentino ha intentado dar solución a esta problemáti­ca: a través de la profundiza­ción del modelo agroexport­ador y de la delegación en la industria alimentari­a de aquello que nos llevamos al plato.

El potencial de momentos de crisis y emergencia como el que atravesamo­s, radica en la posibilida­d de revisión del modelo imperante y en la oportunida­d para construir circuitos de producción, comerciali­zación y consumo que desafíen a las lógicas actuales. Una alternativ­a que reivindiqu­e al alimento. Porque la comida sana, rica y nutritiva no es una cuestión de clase ni una mercancía; es un derecho humano fundamenta­l.

* Coordinado­ra de Salud de la Fundación para el Desarrollo de Políticas Sustentabl­es (Fundeps)

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(LA VOZ) Pobreza. Escasos recursos y malnutrici­ón suelen ir juntos.
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