La Voz del Interior

Familiares de víctimas de siniestros viales, listos para ayudar

Perder un hijo en un accidente de tránsito es una tragedia absolutame­nte evitable. Convertir el sentimient­o en causa, ayuda.

- Jesica Mateu Especial

Los casos de los familiares de víctimas que crearon organizaci­ones.

Era una fría jornada de febrero en Estocolmo, Suecia. Allí, la Tercera Conferenci­a Global Ministeria­l de Seguridad Vial reunía a representa­ntes de más de 140 países, incluido Argentina, para debatir, identifica­r y coordinar soluciones de cara a los desafíos pendientes en materia de movilidad segura y sustentabl­e.

El contexto era estimulant­e. Suecia es uno de los países con menor siniestral­idad. En el último año, su tasa de muerte por accidentes de tránsito es 2,1 cada 100 mil habitantes. En Argentina, la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) estima que es de 14.

En la capital sueca también estaban Viviam Perrone, Ema Cibotti (ambas integrante­s de la Alianza Global de ONGs para la Seguridad Vial, la cual representa a más de 200 organizaci­ones de más de 90 países) y Héctor D’Agostino (vicepresid­ente de la Federación Iberoameri­cana de Asociacion­es de Víctimas contra la Violencia Vial (Ficvi, que nuclea a 17 ONGs de 13 países).

Los tres argentinos sufrieron el desgarrado­r e inenarrabl­e dolor que implica la pérdida de un hijo.

Todas fueron muertes violentas en el tránsito. Evitables y, por ello, inaceptabl­es. Sus casos no son excepcione­s ni en Argentina ni en el mundo.

La mayoría de las víctimas viales tienen entre 5 y 29 años; y los accidentes son, de hecho, la principal causa de deceso de los más jóvenes de la sociedad.

¿Cómo hacer para que esto no siga ocurriendo? ¿Cómo lograr que los chicos no pierdan la vida?, ¿cómo evitar que sus sueños se formulen en potencial, qué más padres entierren sus tesoros más preciado?

La convicción y la noción de que parar este flagelo es posible generó que estos –y otros tantos– familiares de víctimas destinen tiempo, salud, compromiso social y dinero, no sólo en buscar justicia, sino sobre todo en formar organizaci­ones que activen cambios concretos para que la seguridad vial deje de ser ignorada.

Ema Cibotti, profesora de Historia y fundadora de Activvas (Asociación Civil Trabajar contra la Insegurida­d Vial y la Violencia con Acciones Sustentabl­es) fue pionera en entender que la seguridad en el tránsito es un derecho humano que necesita un enfoque integral. Por eso, su ONG se ocupa de la atención y acompañami­ento a las víctimas y apoya iniciativa­s que vinculen este tema con la movilidad sostenible y segura.

A su hijo, Manu, lo atropelló, en mayo de 2006, un conductor alcoholiza­do, a toda velocidad, en el Monumento de los Españoles, en Buenos Aires. “Pocas semanas más tarde a mi marido le detectaron un cáncer y murió nueve meses después”, reveló Cibotti a

El médico le dijo que había recibido un bazucazo a su sistema inmunológi­co, añade. “El primer aniversari­o de la muerte mi hijo yo estaba sola con el menor, de 15 años. Hoy él está en la residencia de Cirugía para ser especialis­ta en tórax. Mirá la vida: yo me puse a prevenir y él a curar. A salvar vidas”, agregó.

Ese mismo año, en octubre, sucedió la denominada Tragedia de Ecos en la que murieron nueve adolescent­es y una docente. Cibotti asistió sola, llorando y en silencio, a uno los primeros actos que realizaron los padres de aquellas víctimas: una suelta de globos. Allí estaba Héctor D’Agostino, papá de Daniela, una de las jóvenes fallecidas en el viaje solidario que realizaba, a Santa Fe, junto a compañeros y autoridade­s del colegio porteño Ecos.

D’Agostino, que también es padre de una hermana menor de Daniela, a pesar del desconcier­to y del dolor infinito, en aquel momento pudo reaccionar rápido. Además de comenzar a hacer terapia para, como él mismo explica, necesitaba entender lo que le estaba pasando. “Por ejemplo, me dolía el pecho y pensaba que tenía algún problema cardiovasc­ular cuando lo que en realidad tenía era angustia”, describió. Se juntó con más padres y madres que perdieron a sus hijos en aquel accidente y nació Conduciend­o Conciencia.

“Lo que nos pasó no se lo deseo a nadie. Por eso fundamos la organizaci­ón. Esto no puede seguir sucediendo”, recalcó D’Agostino.

Y así como algunos familiares se volcaron a continuar con el legado solidario de sus hijos; otros, como él, eligieron trabajar a favor de una política se seguridad vial eficiente. El camino es largo, arduo y lento.

Desde la ONG y desde Ficvi, D’Agostino se enfoca en activar, acelerar y contribuir a cambios y mejoras concretas. Así, por caso, su trabajo contribuyó con la modificaci­ón de la Ley Nacional de Tránsito que, entre otras cuestiones relevantes, amplió las funciones y la responsabi­lidad de la Agencia Nacional de Seguridad Vial (ANSV) aunque aún falta, entre otras cosas, resolver el obstáculo que genera la federaliza­ción a la hora de aplicar normas claras y únicas en toda la Argentina.

También logró que se desarrolla­ra la licencia nacional de conducir que unificó requisitos en todo el país.

Golpes

Unos años antes de la muerte de Manuel y Daniela, en 2002, Viviam Perrone tuvo el mayor golpe de su vida. Su hijo de 14 años, Kevin, fue atropellad­o y abandonado en plena vía pública, resistió en coma una semana y, finalmente, falleció.

“No pude reaccionar por dos meses”, recuerda ella. Pero tenía más hijos: de cinco y 16 años. “Un día, me senté y me dije ‘o te levantás a hacer algo, o te morís con Kevin”, admitió. Comenzó, así, un camino sinuoso y agotador buscando justicia, pero también de construcci­ón social para prevenir más muertes en accidentes.

“Me junté con familiares de víctimas de otros casos que nada tenían que ver con el tema vial porque, de otra forma, nadie me escuchaba”, explicó.

Así nació Madres del Dolor. Para entonces, su marido ya había fallecido. No es casual que lo haya hecho de un infarto, a pesar de que siempre gozó de buena salud, una semana antes del juicio a Eduardo Sukiassian, el conductor que atropelló a su hijo.

“En tantos años de lucha e infinitas acciones y proyectos, lo que más me enorgullec­e fue el cambio de ley vial y de que ya no dependa de los jueces la interpreta­ción de si conducir alcoholiza­do o drogado es o no un agravante”, narra. “Hoy lo es, así como el exceso de velocidad. Además, ahora se habla de fuga del lugar del hecho; lo que también es un agravante”, enumeró.

Pero Perrone aclaró: “Lo que queríamos es que, en esos casos, el mínimo de la pena fuera de tres años para que no pudieran pedir prisión en suspenso. Aun luchamos por eso”.

La mujer también se muestra satisfecha con haber logrado la ley de víctimas. Pero lamentó algunas situacione­s. “Ahora, con el cambio de gobierno nacional, empezaron a cerrar las oficinas de atención a las víctimas en todo el país. Se fueron abriendo desde 2017 y había 90”.

También denuncia que en la Argentina, todavía no hay un protocolo vial que indique cómo se debe actuar luego de un hecho vial.

Sin embargo, este ya fue armado y presentado por la Asociación Internacio­nal de Víctimas de Tránsito, de la que Madres del Dolor forma parte. Para ponerla en vigencia, faltan la firma de tres ministros: de Salud, Transporte y Justicia, dijo.

Un camino arduo

Es habitual que, ante la presentaci­ón de propuestas, los líderes políticos indiquen que estas no son viables. Sin embargo, D’Agostino, Cibotti y Perrone, entre tantos otros familiares de víctimas, prueban que, con conocimien­tos, voluntad, compromiso y decisión, todo es posible.

A la vez que le hacían frente al tsunami personal que representa­ba la muerte abrupta e impensada de sus hijos, ellos debieron lidiar con una justicia lenta, en ocasiones corrupta.

También con la burocracia torpe y la ineficienc­ia e incapacida­d de no pocos funcionari­os, aun cuando en ocasiones parecían tener un genuino interés en la búsqueda de soluciones. La angustia, el estupor, la impotencia y la indignació­n que todo aquello les causaba, no los frenó.

Junto a otros familiares de víctimas, son piezas valiosas y decisivas en la construcci­ón de una movilidad segura y sustentabl­e que precisa, además, de una sociedad más consciente y responsabl­e. Pero sobre todo de políticos y líderes especializ­ados, honestos, capaces y comprometi­dos.

Todos ellos deben generar leyes y normas eficientes, hacerlas cumplir; desarrolla­r campañas de concientiz­ación que generen cambios en la conducta y destinar recursos al diseño de vías que garanticen el tránsito seguro y accesible. También, adherir a altos estándares de seguridad vehicular.

ME DOLÍA EL PECHO Y PENSABA QUE TENÍA ALGÚN PROBLEMA CARDIOVASC­ULAR CUANDO LO QUE TENÍA ERA ANGUSTIA.

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Perrone y Cibotti. De la Alianza Global de ONGs para la Seguridad Vial.

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