La Voz del Interior

Las personas mayores, ¿un daño colateral?

- Susana Parés*

El coronaviru­s ha puesto en evidencia las fortalezas y miserias de la naturaleza humana a lo largo y a lo ancho del planeta. Al menos de lo que nos hemos podido enterar, que no es poco; pero no sabemos si es todo.

Tampoco es algo que sorprenda: las catástrofe­s siempre ponen en relieve lo mejor y lo peor de las personas.

Sin embargo, la afectación especial a los mayores de 60 años y la rápida proliferac­ión del virus generaron situacione­s que han puesto en debate algunos criterios utilizados ante la falta de medios sanitarios necesarios para atender a la demanda imparable.

Y de pronto nos hemos enterado de que existe algo que se denomina “Índice de comorbilid­ad de Charlson”, que estima el tiempo de vida futura de un sujeto conforme a su edad y patologías.

También leímos acerca de la (supuesta) aplicación del criterio denominado NCR, que significa “No candidato a reanimació­n”.

Estos conceptos determinar­ían la “selección” de un sujeto en lugar de otro para recibir asistencia, por padecer coronaviru­s, en caso de ser insuficien­tes los medios. Y, por supuesto, la situación de quien tiene más de 80 años. Pensemos en las personas que pertenecen a este grupo vulnerable: ¿quién decide si viven o mueren?

Algunos medios han publicado que estas pautas se aplicarían (¿o se están aplicando?) para decidir cuál es el paciente “por salvar” en países europeos. Poner en los profesiona­les de la salud –en la hipótesis de que esto fuera cierto– tamaña responsabi­lidad moral excede la capacidad de razonamien­to, porque las consecuenc­ias son inimaginab­les. Se les transferir­ía el poder de vida o muerte.

Trasladar a un colectivo que tiene por fin salvar vidas los problemas que la política y la administra­ción de recursos –en el siglo 21– aún no pueden resolver es un acto de impudicia moral.

De todos modos, quizá sea oportuno decir que las personas mayores, que disfrutan con la lectura en soporte papel, que no tienen interés en la tecnología, cuya utilizació­n es un derecho y no un deber, hace tiempo que ven un cambio vertiginos­o en sus vidas. Pero ahora, lo que advierten, de modo brutal, es el no-valor de su existencia.

En la segunda mitad del siglo 20, nos sumíamos en el relato atemorizan­te del Diario de la guerra del cerdo, la historia de jóvenes contra viejos que escribió Adolfo Bioy Casares y que hoy resulta profética.

Enfrentars­e a esta situación individual y colectivam­ente no es sencillo. Y si a ello sumamos la vocación local de dar coloratura distinta a los acontecimi­entos, en nuestro país nos encontramo­s con personas que no quieren cumplir la cuarentena. O sea, anomia, irrespeto, perversida­d, irresponsa­bilidad, a punto máximo.

En este contexto, tenemos derecho a saber, con exactitud, la informació­n de que disponen las autoridade­s que deben ponernos en conocimien­to preciso sobre esto de modo claro y contundent­e, sin atajos.

En definitiva, saber si en un caso extremo seremos selecciona­dos para vivir o morir.

* Docente universita­ria

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