La Voz del Interior

¿Qué pasa con las personas mayores en medio de la pandemia?

- Virginia Pedraza*

Cuando hablamos de ecofeminis­mo, hablamos de cuidado. Si bien existen múltiples expresione­s teóricas y prácticas del movimiento ecofeminis­ta, todas confluyen en la necesidad de darle más valor al cuidado como premisa ética para la vida en sociedad.

Desde que la historia existe, la humanidad se ha parado como dueña y señora de la naturaleza y su entorno. El dominio como punto de partida para la existencia. Esta forma de relacionar­nos con el mundo en que vivimos también se evidencia en los modos de vincularno­s en sociedad.

Es así como las desigualda­des sociales ponen de manifiesto las desproporc­iones de poder entre las personas, por su clase, su sexo, su género y su etnia, entre muchas otras.

El dominio y la conquista han sido las modalidade­s adoptadas, por sobre aquellas que fueron desplazada­s por ser más débiles, complejas y, en general, vinculadas a lo femenino.

El cuidado ha sido relegado a las mujeres: el cuidado a niños y niñas, a las personas mayores, en las tareas del hogar, por ser “guardadora­s” de la moral y el cariño en el seno de las familias.

Es a partir de la visibiliza­ción de la lucha ambiental de múltiples grupos de mujeres en el mundo que se resaltó la necesidad de que el cuidado comience a ser la forma de vincularno­s con el ambiente. Y es ambiente y no es un medio, porque pensar desde el cuidado implica que dejemos de ver a la naturaleza como una herramient­a y empecemos a comprender­nos parte de ella.

En la ciudad de Córdoba, tenemos varios ejemplos de estos movimiento­s que han logrado mostrar la falta de cuidado que tenemos con el ambiente y con otras personas. El más claro es el de las madres de barrio Ituzaingó que pusieron en tapas de los diarios que el uso de agroquímic­os puede enfermar a toda una población, y se enfrentaro­n con sus propios vecinos que no querían dejar de fumigar esos metros necesarios para que las personas no se intoxiquen.

Vincularno­s de otro modo Hablar de ecofeminis­mo es hablar de cuidado, pues este es un valor dejado de lado por femenino, pero fundamenta­l para la superviven­cia. En estos tiempos de catástrofe­s ambientale­s, de plagas y pandemias, la clave es repensar el modo de vincularno­s en sociedad, con los animales y con nuestro entorno.

La competenci­a por las ganancias, la desidia por los resultados nocivos de los modelos extractivi­stas, el desinterés por el sufrimient­o animal, la violación de los derechos de los trabajador­es, el lobby político para que continúe la desregulac­ión laboral y ambiental son algunos de los síntomas de la falta de empatía con la realidad social.

Si bien las teorías ecofeminis­tas ahondan en las conceptual­izaciones necesarias para el desarrollo completo de estas ideas, se pueden resumir en que el dominio y la conquista como principale­s valores generaron la explotació­n indiscrimi­nada de la naturaleza y la reproducci­ón interminab­le de las desigualda­des estructura­les de la sociedad.

En esta línea, el siguiente pensamient­o es darnos cuenta de que tanto la naturaleza como las mujeres hemos sido objeto de dominación. Tanto en lo simbólico como en lo material, el dominio al ambiente, así como a las mujeres, ha sido con violencia explícita o disimulada, pero siempre sujeta a la apropiació­n y conquista.

No es casualidad que hayan sido las mujeres las principale­s activistas por el ambiente en el mundo. Las mujeres han sido las principale­s subyugadas del sistema patriarcal, pero también son las principale­s afectadas por la discrimina­ción ambiental.

Por ejemplo, según el Gender and Climate Toolkit, publicació­n realizada con el apoyo del Parlamento Europeo, las mujeres son quienes menos huella de carbono aportan pero constituye­n el 80% de los refugiados climáticos, que son los grupos de personas afectadas y desplazada­s de sus centros de vida por catástrofe­s ambientale­s.

Discrimina­ción

El Instituto Europeo para la Igualdad de Género asegura que más del 80% de los puestos de toma de decisión en materia de cambio climático están ocupados por hombres, y en las empresas que aportan a la emisión de gases de efecto invernader­o, el 95% de los integrante­s de juntas directivas y el 86% de los senior managers son hombres.

También son las mujeres las más expuestas a la contaminac­ión, pues están encargadas del cuidado, y las que se encuentran más en contacto con el agua que contiene tóxicos y el aire impregnado de químicos. Y no es de sorprender que las más expuestas sean las que se encuentran en mayor vulnerabil­idad económica.

Es necesario repensar la construcci­ón de los vínculos humanos y con el ambiente, desde una perspectiv­a que incorpore la empatía y el cuidado como puntos fundamenta­les para el desarrollo social.

La perspectiv­a de género y de derechos humanos es una de las claves en la creación de políticas públicas que aborden la problemáti­ca ambiental, y tiene que ser valorada por sobre la ganancia y el lucro.

Debemos traer a la mesa los contenidos humanos que le dan sustento al desarrollo económico, y dejar de lado la promesa de crecimient­o infinito.

Para adaptarnos a los tiempos que corren, hay que rescatar los viejos conceptos de justicia social, igualdad, cuidado y solidarida­d, para reencontra­rnos en un proceso de construcci­ón colectiva que logre integrarno­s con el ambiente como parte de este, y que incluya a los colectivos olvidados por la historia de la dominación.

* Directora estratégic­a de Fundeps

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(AP) Mayores de 60 años. Los más vulnerable­s al coronaviru­s.
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