La Voz del Interior

Ballena asesina

- Pablo Albornoz

Sin la presencia de turistas, los delfines tomaron la bahía de Cartagena, sin frascos ni latitas de gaseosas. Los zorros en Bogotá se pasean con los gatos domésticos: “Che, ¿qué onda tu jefe?”; los gatos abren sus ojos verdes y les contestan: “¿Qué jefe?”.

Los jabalíes en Italia hociquean el terrible escenario, no se atreven a hacer chistes ni preguntas. En Venecia, apareciero­n también los cisnes, los patitos lindos y los patitos feos. En España, los pavos reales despliegan sus plumas en las esquinas, eclipsando los colores de los semáforos sin otros espectador­es que un par de osos pardos atentos a la vidriera de dulces.

Mientras en Japón, los ciervos pasean por las calles pisando celulares y tamagotchi­s, en Estados Unidos los coyotes no comprenden las noticias de Donald Trump. Estos animales no irrumpen como nosotros, sólo pasean, olfateando, curioseand­o. Son el verdadero pueblo originario, reclamando su tierra. Fantasmas que ahora se pueden ver, sin banderas ni paros, ni asuetos, ni huelgas.

En las Sierras Grandes de Córdoba, un puma color miel se echó en la reposera en torno a una piscina (en la misma que dos meses antes me había echado yo a tomar una cerveza), mientras los perros guardianes de Adrián (el dueño de la posada) observan desde el comedor con la cola entre las piernas. Un halcón perdiguero en la cúspide de la torre de los Capuchinos no comprende la mudez de sus primas, las gárgolas de piedra, que se muestran menos desafiante­s, sin órganos ni rezos que resuenen en su interior. Todo esto en menos de un mes.

¿Qué pasará con nosotros? Algunos culpan a los chinos, otros a las feministas, y por supuesto, no faltan los fanáticos religiosos que culpan a los homosexual­es y a los abortos. ¿Es el fin? ¿Es el comienzo? Un perro en Buenos Aires le dijo al cerdo: “Mirá, maestro, no sé qué va a pasar, porque yo dependo mucho del humano, y eso también me preocupa; pero voy a repetirte una cosa que escuché siempre a mi amo decir: la culpa no es del chancho, sino de quien le da el afrecho”.

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