De la tuberculosis al Covid-19: hospitales con historia en Punilla
ventanas tras un viaje de entre 11 y
14 horas desde Buenos Aires. Esos vagones se quedaban allí entre 48 y
72 horas más para su desinfección. “Allí había otro trencito que llevaba a los enfermos hasta el interior del predio del hospital. Todos iban con un pañuelo en la mano. Los pañuelos se usan desde tiempos de la lepra. Un pañuelo en una mano y una piedra en la otra, se decía”, precisa Huber a La Voz.
Fermín Rodríguez le vendió el Sanatorium al Estado nacional en
1920, cuando ya la zona se había colmado de pacientes de la “peste blanca”.
Pero muchos otros enfermos se ubicaban en hoteles de la zona que fueron levantados también para acaparar esa nueva demanda.
“El Hotel Edén de La Falda fue hecho para tuberculosos millonarios y en lo que es hoy Bialet Massé estaba el Hotel Santa María, también para enfermos”, remarca. “Esa característica hizo que en todo Punilla hubiera un montón de hoteles de las mismas características”, cita Huber.
Los visitantes al valle eran más por salud que por turismo.
“Llegó a haber más de mil enfermos y pacientes en los hospitales, vivían hasta en los altillos. Tenían todo el confort que existía para la medicina en esos años”, acota.
Huber asegura que la mitad de los enfermos que llegaba para curarse se moría. La otra mitad se quedaba a vivir en Punilla.
El Funes
En enero de 1939 se inauguró el Hospital Domingo Funes, un centro especializado en el tratamiento de tisis pero para mujeres. Fue donado por Susana Funes de Pizarro Lastra, quien había estado internada en el Sanatorium.
Su albacea dejó una resolución en la que se establecía que debía llevar el nombre del padre de la benefactora.
Huber afirma que entre el hospital Santa María y el Domingo Funes había un sendero al que se le llamaba “el camino del amor”.
“Pasaba por el crematorio, que estaba siempre encendido, y por la noche a ese lugar iban los amantes”, relata.
Las vueltas de la historia “quisieron” que el Funes y el Santa María fueran los sitios definidos en Punilla para el tratamiento, hoy, del nuevo coronavirus.
Carlos Borgatello, hasta diciembre pasado vicedirector del Domingo Funes, asegura que desde que ingresó, en 1979, aún hubo años de trabajo contra la tuberculosis, un mal que encontró cura en la década de 1940 pero que no mermó su intensidad de contagio en Argentina ni en el mundo.
“A mí me tocó vivir la última parte de la historia. Cuando me jubilé, pasaron 41 años”, cuenta.
“Cuando no hubo más enfermos de tuberculosis pasó a ser un servicio de clínica médica”, relata el médico ya retirado.