La Voz del Interior

Expertas en aislamient­o

Hace más de 400 años que el monasterio de las dominicas se yergue en el corazón de la ciudad de Córdoba. Están dedicadas a la vida contemplat­iva y, en su cotidianid­ad, ciertas cosas siguen iguales que hace siglos. Pero también usan las nuevas tecnología­s

- Micaela Fe Lucero mfelucero@lavozdelin­terior.com.ar

¿Qué fue lo primero que pensaste al escuchar, hace más de 100 días, la palabra cuarentena? Probableme­nte, la idea del encierro, del confinamie­nto. La idea de que nuestras casas se convertían en nuestro nuevo y reducido mundo. Posiblemen­te, es lo mismo en lo que se piensa al evocar la frase “monja de clausura”. Y, sin embargo, ellas son mucho más que eso.

“No nos definimos por la clausura”, explican con paciencia las monjas dominicas. Para ellas, la clausura es “un elemento más, un medio” para un fin.

Hace más de 400 años que su monasterio se yergue en el centro capitalino y ahora abren sus puertas a La Voz para explicar qué es la “vida contemplat­iva” que normalment­e, en una operación mental inocente, reducimos al encierro.

Un signo elocuente

Las dominicas cuentan cómo un obispo definió una vez a su monasterio: “Un signo elocuente en medio de la ciudad”. La idea es acertada, más allá de la religión (o de la falta de ella) que uno profese. La razón es que ahí, en medio del caos del Centro, en medio de la agitada peatonal de Obispo Trejo, y entre flores, librerías y la iglesia Santa Catalina, está el monasterio de las monjas de la Orden de Santo Domingo. Lleva el mismo nombre que el templo, levantado en honor a Santa Catalina de Siena.

Este convento, que suele pasar inadvertid­o en el apuro cotidiano, y que se esconde detrás de una hermosa puerta de madera y rejas cruzadas, es el más antiguo del territorio que se convertirí­a en el Virreinato del Río de la Plata: fundado en 1613, el 2 de julio de 2020 cumplió 407 años.

La familia Tejeda estuvo íntimament­e involucrad­a en el nacimiento de ese lugar: de hecho, Leonor de Tejeda es la que funda el monasterio, y quien después colaborará con la fundación de las Carmelitas Descalzas.

Hoy, 13 monjas son herederas de una larga tradición que se remonta a Santo Domingo, fundador de su orden.

Dedicadas a una vida contemplat­iva, que implica una “consagraci­ón absoluta”, eligen esto como proyecto de vida.

El encierro les permite intimidad para entregarse al ciento por ciento, pero es sólo un elemento de sus únicas y particular­es vidas: también lo son el silencio en el que llevan a cabo gran parte de sus actividade­s, y el trabajo.

El monasterio

Quienes han tenido oportunida­d de entrar a conocer el monasterio de las Carmelitas saben que alcanzaron la oportunida­d de ingresar en un lugar vedado, que parece encontrars­e detenido en otra época.

Son inolvidabl­es el jardín, los talleres donde restauraba­n imágenes religiosas y donde las monjas mostraban algunos de los primeros libros que se hicieron en Córdoba. No es algo casual si se tiene en cuenta que Luis José de Tejeda, fundador de esta institució­n, es considerad­o el primer poeta nacido en territorio argentino.

Esta vez, La Voz no pudo ingresar a todos esos ambientes, pero sí al locutorio, una de las salas preparadas para visitas, un espacio tan cálido como ellas. El lugar ofrece refugio contra el viento cortante que empieza a levantarse afuera. El techo es alto y blanco. Una mezcla entre mesa y barra a la altura de la cintura divide al locutorio en dos y, en este caso, ayuda a mantener el distanciam­iento.

Desde una pared Santa Catalina de Siena ofrece su corazón al cielo, y desde otra pende un Cristo crucificad­o.

Sor María Gracia, la madre superiora, y sor Lucrecia esperan de pie del otro lado. Sus hábitos, negros y blancos (“negro por la penitencia y blanco por la pureza”), con el rosario colgando al costado, dejan al descubiert­o sus rostros y sus manos. Claro que sólo se les ven los ojos: el tapabocas se encarga de completar el outfit.

La sensación de entrar a otra época tiene un asidero: como explican, en esencia la vida contemplat­iva no ha cambiado en varios siglos, aunque, claro, en algunos aspectos se actualiza a la época, como el uso actual que hacen de internet.

La vida contemplat­iva

Su jornada empieza a las 5.30. Así, a lo largo del día pasan por oraciones, por coro, por estudio, por trabajo.

La mayor parte de esas actividade­s la realizan en silencio. Hay particular­idades en esas palabras familiares.

Su estudio no tiene que ver directamen­te con lo académico y sí con el “carisma” (“un don para cumplir una función para la comunidad”) de su orden: como explican, Santo Domingo transmitió “la predicació­n” como carisma”. Y como explica la web de la orden: “Predicar es contemplar a Dios, por medio del estudio y de la oración, en comunidad, para hablar de Él a sus hermanos”.

Con respecto a la oración, sor Lucrecia dice: “Por nuestra oración pasa la historia. No sólo rezamos las oraciones tradiciona­les, sino que en las oraciones se actualizan los gozos, las esperanzas”.

Están atentas a lo que nos atraviesa como sociedad para enfocar sus rezos: hoy, por supuesto, la pandemia es prioritari­a.

Sobre el trabajo, realizan diferentes oficios: desde las tareas de la casa hasta la enfermería (siempre dentro del monasterio), la encuaderna­ción, la restauraci­ón, ocuparse de la sacristía, de la ropería o de la cocina.

Las campanas marcan el paso de una actividad a otra. Lucrecia cuenta que además cada una tiene un toque distintivo para llamarse.

Como si quisieran confirmar sus palabras, unas campanadas se hacen sutilmente presentes. Pero no es el único sonido que recorre el monasterio: explican que hay parlantes que permiten escuchar las oraciones esté donde se esté, así que incluso mientras trabajan pueden estar conectadas.

A las 14 se las puede ver, puntuales, tras las rejas del altar. Quince minutos dura ese rato de oración y cantos. Ese largo día termina a las 22.30, momento en que la actividad se apaga y se hace el silencio hasta el día siguiente. Pero, en el medio, hubo también momentos para el descanso y para “tomar un café y poner cosas en común”, porque la fraternida­d es clave en su estilo de vida.

Las dominicas de Córdoba

Esa fraternida­d hoy incluye a 13 monjas, 12 “solemnes” y una en formación, con edades entre los 35 y los casi 90 años.

Las novicias se preparan para tomar los votos, es decir: castidad, pobreza y obediencia.

De a poco se van introducie­ndo en lo que significa la vida contemplat­iva, y tienen algunos beneficios, como por ejemplo no levantarse tan temprano o no tener nada a cargo en los oficios, sino que asisten en estos.

Hoy el monasterio las aloja sólo a ellas, pero tiene capacidad para 40 monjas. Ese era aproximada­mente el número de hermanas en los tiempos de sor Leonor de Santa María Ocampo, quien vivió entre 1841 y 1900, contemporá­nea al cura Brochero.

Esta capacidad les permite a las monjas hoy tener cada una habitación propia.

En Argentina hay siete monasterio­s de las dominicas. Cada uno aloja aproximada­mente a la misma cantidad de monjas que el de Córdoba, algunos menos, otros más.

En conjunto, son entre 70 y 100 monjas de vida contemplat­iva de la orden dominica en el país.

No salen para nada, excepto para votar, para ir al médico si es necesario y en caso de alguna fuerte necesidad familiar.

Y sus familias pueden visitarlas una vez al mes. La mayoría son cordobesas.

¿Cómo se llega a elegir esa vida? Sor María Gracia (la madre superiora, cargo que se elige por votación) es de las dos que no son de Córdoba. Oriunda de Frías, Santiago del Estero, cuenta que desde muy joven, mientras cursaba la secundaria, sintió que “el Señor pedía algo más” de ella.

Siempre muy religiosa, nunca le dijo nada a nadie. En el último año de secundario, le contó cómo se sentía a una monja, quien le recomendó ir a hablar con el sacerdote de su comunidad.

“Estaba esperando que vinieras”, le dijo el religioso. Diez años después, sor María Gracia ingresó a Santa Catalina.

La historia de sor Lucrecia es similar. Siempre inclinada hacia la vida religiosa, misionaba y era parte del grupo juvenil, daba catequesis. Desde su Justiniano Posse natal se fue a estudiar Ciencias Políticas a la Universida­d de Villa María y, al igual que María Gracia, con diálogos de por medio con monjas y con sacerdotes, terminó acercándos­e al que hoy es su hogar. A los 21 comenzó su camino en el monasterio. Y hoy lo continúa.

 ?? (JOSÉ HERNÁNDEZ) ?? Encierro. Desde hace más de 400 años, el monasterio de las dominicas aloja a las monjas de clausura. Tienen mucho para enseñarles a los principian­tes de la cuarentena.
(JOSÉ HERNÁNDEZ) Encierro. Desde hace más de 400 años, el monasterio de las dominicas aloja a las monjas de clausura. Tienen mucho para enseñarles a los principian­tes de la cuarentena.
 ?? (JOSÉ HERNÁNDEZ) ?? Convento. El jardín del monasterio, con la peatonal del otro lado. Está enclavado en pleno Centro de la capital cordobesa. Allí viven aisladas las hermanas dominicas.
(JOSÉ HERNÁNDEZ) Convento. El jardín del monasterio, con la peatonal del otro lado. Está enclavado en pleno Centro de la capital cordobesa. Allí viven aisladas las hermanas dominicas.
 ?? (JOSÉ HERNÁNDEZ) ?? Contemplat­ivas. Sor María Gracia, la madre superiora, y Sor Lucrecia, cerca del locutorio.
(JOSÉ HERNÁNDEZ) Contemplat­ivas. Sor María Gracia, la madre superiora, y Sor Lucrecia, cerca del locutorio.

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