¿Cuáles son las localidades cordobesas que mejor tratan los residuos?
Camilo Aldao suma acciones para reciclar más y para reducir el volumen sin destino. Y agrega medidas contra el cambio climático. La Para y Justiniano Posse, otros casos salientes entre las localidades que más avanzaron.
Son pocos aún –aunque más que hace una década– los pueblos y ciudades de Córdoba que registran avances marcados en el tratamiento integral de sus residuos urbanos.
El destino final de la basura sigue siendo uno de los pasivos ambientales más notorios de la provincia. En ese marco, un puñado de localidades aparecen como modelo. Porque hacen mucho más que enterrar sus desechos: los separan desde los hogares con la colaboración de la mayoría de sus vecinos, los reciclan y transforman en nuevos recursos, y reducen por esa vía el volumen –y el impacto contaminante– de la basura sin destino.
Con casi seis mil habitantes en el departamento Marcos Juárez, Camilo Aldao integra ese lote.
El podio debería compartirlo con Justiniano Posse (del departamento Unión) y La Para (Río Primero).
“Algunos se reían”
Camilo Aldao fue pionero: en 1997 empezó a andar el camino, cuando el entonces intendente Carlos Atilio Carignano lanzó la separación de residuos domiciliaria y los primeros intentos de reducción por reciclado.
Parecía algo de otro planeta, en un país que aún no tenía esto en agenda. “Cuando empezamos no encontrábamos otras experiencias. Algunos se nos reían cuando contábamos qué queríamos hacer”, cuenta Carignano hoy.
Hoy, 23 años después, Camilo Aldao muestra resultados. Carignano, que después de varias gestiones regresó al municipio en 2015 y fue reelecto en 2019, comenta que “desde el comienzo, fue vital la concientización en las escuelas”.
Actualmente, el municipio cuenta con una planta de reciclaje donde llegan los residuos orgánicos (secos) e inorgánicos (húmedos), según su día de recolección.
Los orgánicos (restos de comidas y de podas) forman una gran pila que con la ayuda de lombrices se transforman en compost, un fertilizante natural. Ese lombricompuesto producido luego se entrega a los vecinos que lo requieran para sus jardines y se usa en los espacios verdes del pueblo.
El municipio incorporó una máquina chipiadora que tritura los restos de ramas: una parte se va con los otros orgánicos y con la madera se proyecta producir briquetas (combustible natural de aserrín compacto), en un nuevo proyecto con asesoramiento del Inti (Instituto Nacional de Tecnología Industrial).
Los inorgánicos –vidrios, papeles, cartones, plásticos, latas, metales y restos de electrónicos– son separados, compactados y vendidos para su reciclado. Con lo recaudado, se financian “empleos verdes” y se mejora el sistema. También se procesan los escombros, los neumáticos y los aceites desechados.
Más del 65 por ciento de la población separa en sus hogares. Resta contagiar al resto.
El 70 por ciento del volumen de basura generado se transforma: siete de cada 10 toneladas dejan de ser basura.
El 30 por ciento restante va a parar a un pequeño basural a cielo abierto, punto pendiente que el municipio admite y que proyecta erradicar en un futuro próximo.
En el pueblo, además, los cestos de basura públicos poseen tres divisorios, según el tipo de residuo a dejar. Y hay grandes cajones en sitios clave con iguales divisorios, contenedores con forma de botella para envases y otros como corazones, para tapitas plásticas.
Otra incorporación es la trituradora de papel, que reduce aún más ese residuo y facilita su reutilización. Una parte, por caso, es entregada a la escuela especial local, donde los alumnos la reciclan en coloridas tarjetas para su venta.
Aporte al planeta
El plan en Camilo Aldao es más amplio: contempla, además, acciones locales para mitigar el cambio climático global. Por ejemplo, mediante campañas de concientización ambiental para escuelas y vecinos, la reforestación urbana con un programa que impulsa sumar un nuevo árbol por cada nacimiento, el uso de paneles solares con los que el edificio municipal ya se autoabastece de energía y de termotanques solares en edificios públicos, entre otras iniciativas.
Es, además, de los muy pocos municipios del país que puede mostrar su huella de carbono (los gases de efecto invernadero que genera). Sobre esa medición, se comprometió a reducirla en un 18 por ciento para el año 2030.
No es en Suiza. Ni en Noruega. Es en la llanura cordobesa, en una localidad que padece también los efectos de las crisis económicas nacionales y de las pandemias varias.