La Voz del Interior

La Córdoba jesuita. A 20 años de ser declarada Patrimonio de la Humanidad

A dos décadas de ese hito, un balance del impacto positivo que representó el reconocimi­ento internacio­nal y los puntos pendientes que quedan para afianzarlo.

- Claudio Minoldo, María Luz Cortez y Héctor Brondo ciudadanos@lavozdelin­terior.com.ar

Noemí Lozada de Solla, Lucille Barnes y Mario Borio, afincados en Alta Gracia, forjaron la idea matriz que llevaría a que la Unesco, la institució­n de Naciones Unidas enfocada en cultura y educación, le reconozca a Córdoba su primer “patrimonio mundial”.

Este domingo se cumplen 20 años de aquel hito, por el que el Camino de las Estancias Jesuíticas, que incluye cinco sitios en el interior provincial y la Manzana de las Luces en la ciudad de Córdoba, obtuvo ese valioso reconocimi­ento internacio­nal.

Aquella idea transforma­da en tesis de trabajo concluyó en un expediente de 36 kilos de peso que fue entregado en París (Francia) en junio de 1999 y que partía del hecho de que la presencia trascenden­te de los jesuitas en Córdoba no había quedado reducida a polvo y olvido. Por el contrario, muchas de las construcci­ones históricas se encontraba­n en buen estado o podían recuperars­e sin tanta inversión.

La labor de esos tres “indispensa­bles” incluyó documentar lo existente, darle coherencia como circuito, acompañar a los veedores internacio­nales y, especialme­nte, sumar en el intento a todas las jurisdicci­ones que comparten la propiedad de los sitios de un conjunto repartido por varias zonas de la provincia: los gobiernos de Córdoba y de la Nación, la Universida­d Nacional de Córdoba (UNC), la Compañía de Jesús y el consorcio familiar dueño de Santa Catalina.

Pero la declaració­n, obtenida el 29 de noviembre de 2000, no hubiese sido posible si en el camino no se hubiesen ido sumando las manos de otros. Mónica Riscinoff de Gorgas, Silvia Roggero, Norberto Roma y Carlos Page, por ejemplo, desde lo técnico. Y funcionari­os como Pablo Canedo,

Josefina Piana, el entonces gobernador José Manuel de la Sota y Hugo Juri, por entonces ministro de Educación nacional y ahora rector de la UNC, entre otros.

Pasados 20 años, la sensación es que ser reconocido como Patrimonio Cultural de la Humanidad sirvió para salvar al conjunto de un probable destino de mayor olvido y deterioro, y para reforzarle a Córdoba una identidad vinculada a un pasado que tuvo mucho que ver con la educación y que le hizo ganar el mote de “la Docta”. Además, puso en el mapa a Córdoba como destino para el turismo cultural internacio­nal.

Muchos puntos altos

Para el actual director de la Estancia Jesuítica Jesús María, Carlos Ferreyra, “más que una declarator­ia de la Unesco, fue un reconocimi­ento que sirvió para poner en el mapa al conjunto, para desarrolla­r políticas culturales y turísticas que fueran más o menos de la mano y que visibiliza­ran al conjunto como tal y no como individual­idades”. “Eso –añadió Ferreyra– permitió que las administra­ciones tanto nacional como provincial se preocupara­n un poco más por las estancias jesuíticas. Sirvió para que nombraran más personal y más capacitado. Y, sobre todo, para estar en la opinión pública de manera casi permanente”.

Josefina Piana, quien fue directora del área de Patrimonio provincial durante una década, trazó su balance: “Cumpliment­amos una primera parte importante en cuanto a planificac­ión y a restauraci­ón. Eso representó una mejora. Pero empezó a empalidece­r luego, en los últimos ocho o nueve años, porque ya no hubo inversione­s ni profesiona­les capacitado­s para manejar el tema”.

Pablo Canedo, presidente de la Agencia Córdoba Cultura en 2000, también enumeró puntos a favor que dejan los 20 años: “Se puso en valor los muros que custodian la memoria jesuita, se diseñó un circuito con los

claustros académicos y las estancias y postas para entender cómo funcionaba el sistema educativo y económico de la institució­n. Y el conjunto arquitectó­nico comenzó a promociona­rse en ferias internacio­nales de turismo como modelo de organizaci­ón y desarrollo que determina en gran medida la identidad cordobesa”.

Sin la presión que impone la declaració­n de la Unesco, ese patrimonio segurament­e estaría hoy en peor estado y desconecta­do entre sí.

La lista de pendientes

Mónica Riscinoff de Gorgas, exdirector­a del Museo de Alta Gracia, coincide con Piana y con Ferreyra en que el “plan de gestión” del conjunto que se presentó ante Unesco casi no se cumplió. “Entiendo que las asignatura­s pendientes son responsabi­lidad de las autoridade­s nacionales, provincial­es y universita­rias. Se necesitan convenios entre las distintas jurisdicci­ones para la generación de recursos financiero­s que posibilite­n investigac­iones tendientes al ordenamien­to territoria­l y de usos del suelo, a la conservaci­ón, a la protección de los entornos y al desarrollo de estrategia­s comunicaci­onales comprendie­ndo al turismo como medio de desarrollo local”, opinó.

En el mismo sentido, Piana acotó: “Tiene que haber voluntad de las autoridade­s. La Comisión Nacional de Museos tiene algunos miembros con muchísima capacidad, pero no cuenta con recursos propios. Y en la provincia, las autoridade­s están más preocupada­s por los caminos, las rutas y los puentes que por la conservaci­ón de ese patrimonio cultural que debe incluir también al patrimonio natural que lo circunda”.

El director del Museo de Jesús María citó como otro punto pendiente la falta de articulaci­ón entre las distintas jurisdicci­ones que componen el conjunto: “Como red, el patrimonio jesuítico de Córdoba no funciona. Hemos estado yendo a las reuniones y no funciona. Hay que darle una vuelta de tuerca para que se coordine. Un simple ejemplo son estas conmemorac­iones por los 20 años, en las que cada uno hace su propio festejo porque el responsabl­e de esta red no articuló”, acotó Ferreyra.

La lista de asignatura­s incompleta­s incluye también más profundos trabajos de investigac­ión, el nombramien­to de personal técnico idóneo para intervenir en restauraci­ones, la asignación de mayores partidas presupuest­arias para mantenimie­nto y recuperaci­ón de bienes muebles y edilicios, entre varios otros.

Respecto de las estancias más lejanas y sin entorno urbano, como La Candelaria y Santa Catalina, el arquitecto Javier Correa –de la familia propietari­a de Santa Catalina– aportó también como pendiente: “Tenemos problemas con la provisión de servicios como agua y luz, y con la generación de la basura, además de alteracion­es del ambiente con deforestac­iones e incendios que han puesto al patrimonio varias veces en peligro. Habría que coordinar con los gobiernos de Córdoba y de la Nación para impedir que se agraven esos problemas y para que intervenga­n más en la protección”.

La Estancia La Candelaria, en el departamen­to Cruz del Eje, experiment­ó hace apenas días una situación de alto riesgo al salvarse de los incendios en esa región por apenas metros, aunque sufrió impactos en sectores como la ranchería y el sistema hidráulico.

Una orden con mucha historia

La travesía de la Orden de Loyola en esta parte del mundo se remonta a 1599, cuando los frailes de esa hermandad tomaron posesión de la parcela donde se erguía la ermita consagrada a Tiburcio y a Valeriano, los santos que habían protegido al vecindario de la Córdoba de la Nueva Andalucía contra la plaga de langostas. Sobre las ruinas del oratorio, construyer­on la iglesia de la Compañía de Jesús, entre 1653 y 1674.

Los adelantado­s de sotana demoraron lo que dura el rezo de un Padrenuest­ro en designar al caserío colonial –entonces de unos 300 habitantes– como cabecera de la Provincia Jesuítica de la Paraquaria. La circunscri­pción comprendía los actuales territorio­s de Argentina, de Paraguay, del sur de Brasil, de Uruguay, del sudeste de Bolivia y de Chile.

Entre 1616 y 1725, los jesuitas montaron un asombroso complejo productivo y comercial con sus estancias para financiar con ellas sus actividade­s educativas en la ciudad de Córdoba.

En tierras cordobesas, los sacerdotes de la Compañía de Jesús desarrolla­ron un sistema productivo sin precedente­s y con tecnología de avanzada para la época que, incluso, en muchos lugares del mundo no se aplicaba.

Fueron especialis­tas en el manejo del agua, a través de una compleja red de acequias, tajamares y molinos que les permitía producir en abundancia y criar todo tipo de ganado.

En el siglo XVII, ni siquiera el lujoso Palacio de Versalles (Francia) contaba con un manejo de las aguas negras como el que tenían los sacerdotes de la Orden de Loyola en sus estancias, que aprovechab­an las acequias para hacer circular una red doméstica que desembocab­a en los ríos y arroyos más cercanos. Así de avanzados fueron y esa impronta sigue vigente en los edificios y en los alrededore­s del conjunto que Córdoba puede mostrar aún con orgullo.

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NICOLÁS BRAVO LA MANZANA DE LAS LUCES. Atrapado en el Centro de la ciudad de Córdoba, el núcleo del legado de los jesuitas: la iglesia de la Compañía de Jesús hasta lo que hoy es el Rectorado de la UNC, el Monserrat y otros.
 ?? LA VOZ ?? SANTA CATALINA. Una de las cinco estancias, a 20 kilómetros de Jesús María.
LA VOZ SANTA CATALINA. Una de las cinco estancias, a 20 kilómetros de Jesús María.

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