La Voz del Interior

La feudalizac­ión del país

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Las pruebas están a la vista para cualquiera que decida no ignorarlas. Argentina es cada vez menos republican­a y más feudal. Y la prolongada cuarentena, que pudo ser la más exitosa del mundo y concluyó como una de las peores, ofrece pruebas abundantes al respecto: la Nación, las provincias y los municipios, sin olvidar a la Justicia y al Poder Legislativ­o, coinciden en la ardua tarea de demoler lo que costó dos siglos construir imperfecta­mente.

En este rosario de infortunad­as coincidenc­ias, campea por sus fueros un poder central que impuso condicione­s generales a fuerza de decretos de necesidad y urgencia, sin reparar en las particular­idades regionales ni en las condicione­s y necesidade­s de cada provincia, a caballo de gobernador­es que prefiriero­n no discutir nada para no quedar fuera de la foto. Ni asumir responsabi­lidades que le dejaron a la Nación, cuyo gobierno descubrió, tarde pero seguro, que le habían hecho un regalo envenenado.

Y en el desconcier­to generaliza­do, atribuible a una dirigencia para nada acostumbra­da a planificar, intendente­s de todas partes reinterpre­taron a su manera las cuestiones de autoridad propia para incurrir en auténticos desatinos. Sobran los ejemplos.

Comunas de volumen diverso impusieron sus propias reglas para, en nombre del bien común –la salud lo es, pero no se trata de un valor absoluto–, someter a sus vecinos a odiosas restriccio­nes, al punto de cerrar vías de comunicaci­ón, lo que es simplement­e un delito.

Las provincias hicieron otro tanto, pero corregido y aumentado: San Luis, cortando rutas interprovi­nciales –en un diferendo jurídico que enfrentó a dos jueces federales, cuestión que la Corte Suprema trata de no resolver– y eludiendo la responsabi­lidad por alguna muerte acaecida como consecuenc­ia de dichas restriccio­nes. O Córdoba, con el patético caso Solange, que el mismísimo Presidente prefirió ignorar cuando se le consultó al respecto.

Claro que Formosa ofrece el mejor cuadro de la Argentina feudal. Ese reino de revés que regentea Gildo Insfrán casi desde siempre dejó fuera de sus límites a ocho mil personas oriundas de esa provincia, hasta que un tardío fallo de la Corte ordenó el cese de la medida.

Claro que los expatriado­s deben pagar ocho mil pesos por cada hisopado si quieren regresar. A menos que deseen compartir la suerte de quien fue autorizado a volver meses después de su muerte y regresó convertido en cenizas en una urna. O quien se ahogó tratando de cruzar el río a nado.

Sin olvidar otro feudo, el de Santiago del Estero, donde un padre debió cruzar en brazos a su hija enferma, ante la negativa policial, mientras los jefes comunales, los gobernador­es y la Nación se entretiene­n creando nuevas tasas e impuestos. Como lo hacían los señores feudales de antaño.

Y en esa rara fiesta de la sinrazón, el Congreso y las legislatur­as parecen deliberar en otra galaxia, ante la mirada de una Justicia que hace todo lo posible para no darse por enterada. Es el perfecto retorno a la Edad Media, donde no existían las constituci­ones. Como parecen no existir en nuestro país.

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