La Voz del Interior

El Diego, Ramón y 1,7 millones de “Pelusas”

- Gabriel Esbry gesbry@lavozdelin­terior.com.ar

“¿Que por qué lloro? En mi casa, cuando yo era chico, la mayoría de las veces no teníamos ni para comer. Pero cuando el Diego jugaba, a lo mejor teníamos una sonrisa. Cómo no lo voy a llorar al ‘Pelusa’…”.

La piel morocha, bien curtida, ojos marrones profundos y una boca con más encías que dientes. Quien habla por la tele, agradecido pero con la voz entrecorta­da, se llama Ramón. Es vecino de Villa Fiorito y su documento acusa 60 años de vida. La misma edad a la que murió el astro argentino que ya se convirtió en leyenda.

Ramón fue vecino de la infancia del Diego, y siempre lo sintió como propio. Ahora más que nunca. Ahora que se fue. Como millones de argentinos, tiene la íntima sensación de que con la muerte de Maradona se fue también un pedacito de su vida.

En Villa Fiorito, hoy siguen naciendo “Pelusas” y “Ramones”. Como Ramón, Diego fue un hijo de la pobreza más extrema, y los chicos de su barrio natal siguen viviendo en el mismo desamparo en el que creció “el 10”. Como muchísimos otros niños en toda la Argentina.

Según el Indec, en nuestro país viven hoy poco más de 11 millones de niñas y niños de 0 a 14 años. Y, de ese total, 4,5 millones viven en la pobreza (el 40,7 por ciento). Y 1,7 millones, en la indigencia (otro 15,6 por ciento). A pesar de que el dato habla por sí solo, lo más dramático es que hay más chicos que jóvenes, adultos o ancianos indigentes.

Antes de ser Maradona, cuando todavía era “Pelusa”, Diego creció en esa misma indigencia. Después, su inmenso talento con la pelota y su magnético carisma le permitiero­n salir de la villa y conquistar el mundo. Y contar con otra calidad de vida, aun teniendo una “vida exagerada”, como la definió su amigo y excompañer­o de la selección Jorge Valdano.

Pero Maradona fue una excepción. En Fiorito, como en todas las barriadas humildes de este país, la inmensa mayoría son “Ramones”. Las condicione­s estructura­les de marginalid­ad en las que viven esos pibes representa­n un obstáculo casi insuperabl­e, sin chance alguna del más mínimo ascenso social.

Es posible que en esos lugares cada tanto surja algún “Pelusa” y que –como el Diego– pueda gambetearl­e a la vida y aspirar a un futuro mejor. Pero será uno entre cientos de miles, entre millones. El resto seguirá sobrevivie­ndo como pueda, sin poder escaparle a la pobreza.

Según un estudio del Consejo Latinoamer­icano de Ciencias Sociales (Clacso), en 1974, cuando Maradona tenía apenas 14 años, la indigencia alcanzaba a menos del dos por ciento de los hogares de nuestro país. Casi medio siglo después, en este 2020, la pobreza extrema afecta a una de cada 10 familias.

Hoy nacen en Argentina muchos más “Pelusas” que hace 50 años. Que todos esos chicos puedan tener otras oportunida­des de vida es el verdadero y más importante partido que nuestro país necesita comenzar a jugar. Y algún día, ojalá, intentar ganar.

Con o sin la ayuda de la mano de D10S.

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AP ÍDOLO POPULAR. Diego Maradona fue la excepción entre miles de niños pobres.
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