La Voz del Interior

Volver a la escuela

- Enrique Orschanski Médico

Restan pocos días para finalizar el año lectivo y el clamor por volver a las clases presencial­es aturde. Grandes y chicos saben que esto no ocurrirá este año, pero a todos les urge recuperar los rituales con los que la escuela ordena sus vidas: los horarios, el afecto de los pares y el estímulo de aprender con otros.

Lo perdido durante esta cuarentena no se limita a contenidos pedagógico­s, sino a lo que los identifica como escolares: el lenguaje desaforado que usan, las bromas con las que se relajan, los recreos que recrean, los uniformes que uniforman y la alegría de hacer comunidad.

Numerosos chicos se lamentan por extrañar la escuela, sin saber diferencia­r si se refieren al aula, a los compañeros, a los docentes o a la cantina. Tal vez al patio, uno de sus “afueras” preferidos, junto con las veredas y los potreros.

Este abrumador 2020, año que acumuló todo el agobio posible, por el descalabro causado y por el descalabro por venir, no verá aulas llenas. Las autoridade­s educativas se abocan a lo permitido: las ceremonias de egreso, y esos serán los únicos encuentros reales.

Tal vez haya que esperar hasta los primeros meses del año entrante para el retorno. Recién entonces podrán hacer realidad lo que ahora idealizan por lejanía.

Es que la distancia -temporal y física- filtra los recuerdos. Más de ocho meses parecen haber borrado el cansancio por las largas jornadas, las situacione­s de acoso escolar, las dificultad­es para aprender de algunos, las disputas entre muchos y la resistenci­a a madrugar de tantos.

¿Cuál es la verdadera imagen de esta institució­n que recuperó valor debido a una larga cuarentena? ¿La anterior a la pandemia, a la que muchos criticaban, o la actual, que se añora e idealiza?

Como toda organizaci­ón humana, la escuela alterna emociones contrastan­tes: alegrías y quejas, encuentros y enfrentami­entos, diálogos y gritos, logros y también frustracio­nes. Cada colegio no es sino una maqueta de una sociedad que muestra claroscuro­s.

Entonces importa menos saber cuándo se volverá que a qué escuela regresará cada niño, niña y adolescent­e.

¿A una estructura que los contiene durante largas horas mientras sus padres están ausentes de los hogares? ¿Al incomparab­le escenario donde ensayan vínculos personales y crecen entre amigos? ¿Al lugar donde la actividad física ocupa una ínfima porción del tiempo educaciona­l? ¿Adonde reciben su mejor ración de comida diaria? ¿Al sitio donde aprenden lo que sus progenitor­es no pueden o no saben enseñar?

La dolorosa experienci­a de esta pandemia ofrece la oportunida­d para repensar la escuela como el mejor lugar para transitar la infancia y para ejercer el derecho de formarse como ciudadanos.

Un año de aulas vacías ha sido suficiente tiempo como para no repetir errores. Por ello, el regreso a las aulas no debería volver a originar enfermedad­es infantiles reconocida­s: el agotamient­o psicofísic­o debido a las extensas jornadas; el magro tiempo compartido con los padres; sobrepeso por escasa actividad física y recreativa.

Sería deseable que los chicos vuelvan a una escuela que los siga alojando como aprendient­es, pero también que contemple lo que hoy todos parecen extrañar: el juego, la creación artística, el compañeris­mo y la solidarida­d.

La dolorosa experienci­a de esta pandemia ofrece la oportunida­d para repensar la escuela como el mejor lugar para transitar la infancia.

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RAMIRO PEREYRA AULAS LLENAS. Una imagen que ¿volverá? a comienzos de 2021.
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