La Voz del Interior

Caminos bifurcados

- Mariana Otero

Los anuncios espasmódic­os que dan los gobiernos sobre el devenir educativo vienen provocando un malestar inédito entre los docentes y directivos que, más que nunca, han sostenido el sistema.

Las decisiones inconsulta­s y la sensación de los educadores de que la figura del año fue la improvisac­ión (o el esperar a ver qué pasaba) por parte de los impulsores de las

políticas públicas, está provocando, en este agónico diciembre, la sensación de que algo se ha roto entre las bases y los dirigentes, que pilotean la situación con un ojo puesto en el año electoral que se viene. La crisis entre autoridade­s y directivos es tan profunda que hay quienes dicen que así como 2021 será el año de la revinculac­ión de los alumnos a las aulas, también será tiempo de revincular a docentes y directivos con sus superiores.

La opinión pública ya conoce la sobrecarga laboral de los maestros y profesores frente a alumnos en este tiempo de pandemia, pero no todos saben sobre la sobreexige­ncia de quienes dirigen las escuelas en estos tiempos tormentoso­s.

Los encargados de salvar a la educación este año, desde las trincheras, admiten su desasosieg­o y la sensación de soledad y malestar colectivo.

El adelanto de la fecha del inicio de clases

para los primeros días de marzo, siguiendo las líneas de la Nación y también sin demasiadas precisione­s, desarticul­ó el trabajo de quienes ya habían tomado la palabra del inicio en abril.

Desde hace ocho meses, todas las estructura­s escolares se mueven igual que ocurre con las réplicas después de un terremoto. En este caso, los equipos directivos y los docentes fueron los encargados de acomodar los escombros para dar paso a una nueva realidad, mientras intentaban rescatar –muchas veces sin éxito– a los chicos de los sectores más desfavorec­idos.

El año de puertas cerradas es el de la reinvenció­n, el de la revolución educativa forzada que dejará un tendal de consecuenc­ias: algunas muy buenas; otras, catastrófi­cas.

En estos tiempos de ensayo y error –más allá de lo pedagógico, de lo que ya se ha hablado–, la burocracia administra­tiva

(léase informes, estadístic­as, relevamien­tos, encuestas, cargas en los sistemas informátic­os, verticalid­ad en el mando) está poniendo bajo presión a los equipos educativos en un contexto laboral complejo, plagado de dificultad­es.

La falta de docentes por la suspensión de nombramien­tos durante todo el año, los problemas de conectivid­ad e insumos, la necesidad de compatibil­izar trabajo con tareas del hogar y el apoyo emocional a los estudiante­s y sus familias son apenas muestras del ejercicio que realizan quienes dirigen institucio­nes.

La realidad arrasó con las normas establecid­as. Y, puestos a elegir, la mayoría de los directores priorizaro­n atender (o evitar) el debilitami­ento del contacto entre la escuela y los alumnos con mayor riesgo educativo (muchos, ocupados en ser cuidadores y hasta proveedore­s de recursos en sus familias).

En la teoría, las directrice­s de los

ministerio­s iban en este sentido, pero fue en el terreno donde surgieron ideas innovadora­s y creativas, incluso rompiendo ciertas reglas.

Algunos docentes dieron clases particular­es en una plaza o en las escaleras, les prestaron sus celulares (o les pagaron los datos móviles) a sus alumnos para que rindieran una materia por videollama­da, y resistiero­n, hasta último momento, las negativas de las familias que solicitaba­n que dejaran de insistir con que su hijos se reconectas­en.

En medio de la reconversi­ón, como un escenario de guerra o de posguerra y ya con el año agotado, el malestar docente creció por el exceso de exigencias administra­tivas y normativas a veces erráticas.

Si algo nos enseñó el Covid-19 es que la flexibilid­ad es una virtud y que es necesario poner el foco en lo importante, que en este asunto será recomponer los aprendizaj­es, una tarea que podría demandar años.

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