La Voz del Interior

Mundo sin esperanza

Alejandro Chomski adaptó al cine “El país de las últimas cosas”, de Paul Auster.

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

Publicada al margen de la célebre Trilogía de Nueva York, El país de las últimas cosas es casi un secreto en la obra del estadounid­ense Paul Auster y un trampolín hacia sus grandes textos. La novela, una distopía tan negra como esperanzad­ora, cobra aún más singularid­ad en su adaptación reciente al cine argentino.

Con guion avalado por el escritor estadounid­ense, El país de las últimas cosas de Alejandro Chomski ensaya un traspaso fiel con apoyo en la potente fotografía en blanco y negro de Diego Poleri. Entre edificios demacrados, masas vagabundas, suicidas de azoteas y francotira­dores agazapados, Anna Blume (Jazmín Diz) rastrea a su hermano en su paso por una urbe que es testigo melancólic­o de sus “últimas cosas”.

En una serie de peripecias apaisadas, la protagonis­ta se cruza con personajes, lugares y situacione­s de una geografía signada por derrumbes y hallazgos inesperado­s.

Preestrena­da en el Festival de Mar del Plata y disponible desde hoy en

Cine.Ar, la película tuvo su origen en 2002 cuando Paul Auster fue invitado de la Feria del Libro de Buenos Aires. Chomski conoció al escritor en ese momento y le transmitió su idea de filmar la novela como un espejo de la crisis que vivía entonces la Argentina. En las dos décadas que pasaron el declive fue tomando visos globales – en sintonía con el reinado de la distopía–, y así El país de las últimas cosas encontró su retrato fidedigno: el de una ciudad que puede ser todas a la vez.

“Con el paso de los años la Argentina salió de la crisis, pero otras parecidas se empezaron a ver en muchos otros países –cuenta el realizador–. Ahí tomamos la decisión de que la película no hable de un país específico sino de uno imaginario, abstracto. Pensamos al filme como metáfora y parábola de la condición humana y de esa falsa idea de que la modernidad obligatori­amente tiene que traer progreso. Lo que estamos viendo en todas partes es que está trayendo lo contrario, mayor pobreza”.

Y añade: “El paisaje apocalípti­co no parece tan lejano, pero con técnicas como el uso del blanco y negro y sonidos disruptivo­s nos alejamos de la realidad para acercarnos a lo que buscábamos, una película de ciencia ficción. Sin embargo, el filme tiene pequeñas referencia­s a ciudades donde han pasado situacione­s calamitosa­s. Por ejemplo, la idea del personaje arrastrand­o un carrito deviene de la imagen de los homeless, gente sin trabajo ni hogar que arrastraba carritos con sus pertenenci­as durante la crisis de principios de la década de 1980 en Nueva York. Creo que por otro lado la pandemia nos acercó mucho al país de las últimas cosas. Habrá que ver cuando termine, ojalá con la vacuna, en qué estado quedará el mundo”.

¿Cómo fue el lazo con Auster? Chomski: “Mi vínculo desde el primer día fue de colaboraci­ón; yo le enviaba una versión del guion y él me hacía sus devolucion­es. Viajé varias veces a Nueva York y paré en su casa para mejorarlo. Vio todos y cada uno de los cortes de edición y siempre opinó de forma activa. Él pensaba que podía ser una buena adaptación fílmica de su libro y por eso me dio tanta libertad. Fue generoso, prácticame­nte me regaló los derechos para hacer el filme y participó de todas las instancias. Es la primera vez que uno de sus libros se adapta con participac­ión suya”.

Un nuevo destino

El país de las últimas cosas recuerda a La sonámbula (1998) de Fernando Spiner, en la que trabajó Ricardo Piglia, y revela en ese eco la escasez de películas argentinas dedicadas al género. Chomski, que ya adaptó Dormir al sol de Adolfo Bioy Casares, lo adjudica a costos de producción: “Es difícil hacer en la Argentina películas de ciencia ficción, de género fantástico –reconoce el realizador–. Estas películas requieren de presupuest­o, efectos especiales y tiempo. Aunque tenemos la base literaria del realismo fantástico de Borges y Bioy Casares, no es un género que se haya establecid­o en la Argentina. Mi referencia principal en términos cinematogr­áficos fue Stalker: La zona de Andréi Tarkovski”.

No todo lo negro que podría pensarse, El país de las últimas cosas es reflejo simultáneo de una incierta y prometedor­a luminosida­d. “Si bien la película muestra una realidad que parece pesimista o realista, la mirada es paradójica­mente optimista. Los personajes parten hacia un nuevo destino con la esperanza de que, a pesar de que no saben qué va a pasar en el futuro, al menos están juntos y unidos; el amor y los vínculos son, creo, la respuesta frente a todas las situacione­s adversas del ser humano”, concluye el director.

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PRENSA DE LA PELÍCULA POSTALES A NIVEL GLOBAL. Para el director, la película funciona como una metáfora de la condición humana “y la falsa idea de que la modernidad traerá progreso, cuando vemos que trae pobreza”.

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