La Voz del Interior

Política exterior sin sesgo ideológico

- Gerente General Juan Tillard Director Periodísti­co Carlos Hugo Jornet

Hace 35 años, Brasil y Argentina coincidían en la restauraci­ón democrátic­a. El último día de noviembre de 1985, en Foz de Iguazú, los presidente­s José Sarney y Raúl Alfonsín protagoniz­aron una reunión histórica, que sentó las bases del Mercosur.

Se comprometi­eron a dejar atrás las mutuas desconfian­zas que habían marcado las relaciones diplomátic­as entre dos países vecinos; desconfian­zas que habían llevado a que las respectiva­s fuerzas armadas imaginaran hipótesis de guerra.

La idea alternativ­a que forjaron aquellos presidente­s, aunque utópica, fue promover una alianza supranacio­nal semejante a la Unión Europea. Ellos daban el primer paso, pero de inmediato estimularí­an la incorporac­ión de otros países.

Sabemos que el Mercosur no alcanzó a completar aquel sueño. Los miembros plenos nunca pasaron de ser cuatro, ya que a Brasil y Argentina sólo se sumaron en igualdad de condicione­s Uruguay y Paraguay. Tampoco se avanzó todo lo necesario para imitar el modelo europeo. No obstante, se crearon múltiples mecanismos de cooperació­n y se desecharon para siempre las conjeturas de conflictos armados.

Aquella fecha histórica se convirtió en un símbolo que ambos países conmemorar­an: el Día de la Amistad. Como los actuales presidente­s Jair Bolsonaro y Alberto Fernández se han mostrado distantes el uno del otro por supuestas diferencia­s ideológica­s, hace casi un año que las relaciones entre Brasil y Argentina fueron puestas entre paréntesis. Hubo algunas reuniones formales en el marco del Mercosur, pero no se registró ningún avance concreto.

Por lo tanto, resulta muy auspicioso saber que el Día de la Amistad los presidente­s mantuviero­n una videoconfe­rencia en la que se comprometi­eron a reactivar al Mercosur y la cooperació­n bilateral.

Es lo que correspond­ía. La relación entre dos países no puede depender de la ideología de quienes circunstan­cialmente los gobiernen. En el marco de la democracia y el Estado de derecho, esa decisión le correspond­e a cada sociedad cuando vota.

Por eso mismo, en cada nación, las líneas directrice­s de la política internacio­nal integran el paquete más importante de las políticas de Estado que los distintos partidos acuerdan de modo periódico para que la proyección supranacio­nal de su país no experiment­e perniciosa­s oscilacion­es con cada cambio de gobierno.

Si algo semejante se admitiese como posible, para volver al ejemplo que tomaron Alfonsín y Sarney en su momento, la Unión Europea, con todas sus institucio­nes y sus normas, jamás hubiera sido posible.

De hecho, en nuestra región, la Alianza del Pacífico –integrada por México, Colombia, Perú y Chile–, al aceptar ese principio básico ha logrado una gran integració­n en muy poco tiempo. Como contrapart­ida, coalicione­s por afinidad ideológica, como la Alianza Bolivarian­a (Alba), no han demostrado viabilidad, ya que circunscri­bieron la unidad al sesgo político de quien gobierna en cada caso.

En otras palabras, la misma política de consenso que debe regir las cuestiones internas debe aplicarse a las alianzas regionales.

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