La Voz del Interior

El plural de la vida

- Marcelo Polakoff Rabino, miembro del Comipaz

Aunque quizás parezca una cuestión morbosa, sin duda alguna vale la pena preguntars­e qué es lo que quedará de nosotros una vez que ya seamos parte del casi infinito polvo de la tierra, y por ende volvamos de algún misterioso modo al estado inicial de ese caldo estelar del que todo ser creado inexorable­mente proviene.

Demasiado a menudo me toca acompañar a muchas y distintas familias en todos los procesos del duelo, y todas ellas se ven atravesada­s por esta misma sensación de pérdida irreparabl­e.

Nadie, prácticame­nte nadie, escapa a semejante dolor, y, más allá de que cada individuo lo vivencie de manera personalís­ima, noto un patrón común que casi siempre ocurre con quienes ya se han despedido de este mundanal escenario.

Muchas veces en el cementerio suelo recitar como una especie de mantra un principio en el que creo de manera absoluta, y al que podría postular así: “Si bien es cierto que cuando muere un ser querido sentimos que una gran parte nuestra se fue con ese ser, a la larga veremos que ese fenómeno se da exactament­e en el sentido inverso: una gran parte de esa persona ha quedado en quienes la suceden”.

Si lo pensamos bien a fondo, cada uno de nosotros está habitado y conformado por quienes nos han precedido en el camino de la vida, y su presencia en nuestra existencia cotidiana es muchas veces más perceptibl­e incluso que la de otras personas que día a día nos rodean.

Para que acontezca este hecho milagroso se requiere haber compartido algo del orden de lo amoroso o de lo trascenden­te (dos conceptos que son casi sinónimos). ¿Puede ausentarse tan sólo con la muerte aquel que ha amado? ¿No permanece acaso su trascenden­cia en quien amó?

Probableme­nte el fallecimie­nto sea apenas el antónimo del nacimiento. La vida per se carece de antónimo. Se perpetúa y se abre paso –llana y desenvuelt­a– en quienes tuvieron el privilegio de hacer contacto de alma a alma.

Quizás por eso el vocablo hebreo para la palabra “vida”, que se pronuncia “jaím”, no tenga forma singular. Su traducción correcta sería “vidas”, así como se lee, en plural.

Se ve que cuando una vida es bien vivida, necesariam­ente toca la de otros. Y es precisamen­te ahí cuando nos damos cuenta de que ni siquiera la muerte puede detenerla.

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