La Voz del Interior

Los pliegues del “ser Francella”

- Lucas Asmar Moreno Especial

“Si es una neeena”, solía decir Guillermo Francella. No lo dice más porque el estupro dejó de ser simpático. La compensaci­ón por este silencio es el recuerdo feliz de una picaresca. “Usted, Francella, no vuelva a decir barbaridad­es y nosotros (la sociedad) le prometemos conservar sus chistes en nuestros corazones”. Y es correcto que así sea: ¿cómo juzgar crímenes del pasado cuando no existían leyes que los precisaran?

Entonces el comediante derivó en mal actor dramático. Ese crimen sí debería incomodarn­os; cada película no-cómica en la que participa queda contaminad­a.

Pensemos en El Clan, de Pablo Trapero, o en Animal, de Alejandro Bo: la caricatura busca su grosor psíquico y la narrativa cae en un sinsentido, porque una caricatura es superficie pura, un artefacto funcional a, supongamos, Papá se volvió

loco.

Quien reclame una excepción en

El secreto de sus ojos se equivoca: la película de Juan José Campanella es dramática y Francella, un comic

relief, el personaje gracioso que alivia la tensión del relato. Es un hecho: Francella se consagró gracias a la picaresca argentina, pero esta picaresca fue condenada por el viento de los tiempos.

El prestigio de Francella se sostiene en diferido. Sus nuevos proyectos, solemnes o sombríos, refractan un pasado chistoso. Podrá abusar del maquillaje o de las prótesis, pero sus rasgos fueron cincelados por una alegría popular.

Francella se convierte así en una máquina evocadora: activa la euforia del chiste guarro sin que el chiste guarro aparezca.

Fin de una cadena que tuvo en Olmedo a su eslabón de oro. No es fácil romper una tradición sin recambio generacion­al.

La vida biológica de Francella corre en paralelo a la de una camada de televident­es, por ende la descompagi­nación neuronal ante referencia­s de glúteos y bustos conserva su carácter infalible, sólo que ahora se le agrega un contratiem­po: son referencia­s inadmisibl­es.

La transforma­ción de Francella coincide con la de un bloque social que adaptó sus modales conservand­o secretamen­te el doble sentido. Complicida­d machista en los límites de la discreción. ¿Acaso importa qué interpreta­rá Francella en su próxima película? ¿Padece el mal del actor que no puede salir de un único papel? Sí y no, porque aunque Francella haga de sí mismo, también es una representa­ción bufonesca de la Argentina, con las variables y los matices que se van dando a lo largo de los años.

¿Qué fue la polémica con Érica Rivas sino un exabrupto en este sendero de la conversión? ¿Qué son las reposicion­es maniáticas de Casado

con hijos sino la incapacida­d de soltar ese calibre humorístic­o?

Al fenómeno Francella podríamos resolverlo bajo una pregunta: ¿el comediante encarna la idiosincra­sia argentina o Argentina se parece al comediante?

Este bucle retórico condensarí­a el cinismo argentino, esa desmemoria oportunist­a que permite salir del paso y crear ilusiones de reinvenció­n.

Francella lo expresaría así: “Nooo... Ya no hago más esas cosas..., mirá lo que me venís a sugerir. El respeto por encima de todo, qué rápido cambiaron las cosas, de no creer”. Un parlamento, por supuesto, que debemos entender invertido.

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PEDRO CASTILLO / ARCHIVO ÍCONO. ¿El comediante encarna la idiosincra­sia argentina o Argentina se parece a él?
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