La Voz del Interior

La falsa antinomia Estado-mercado

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Casi resulta agobiante insistir sobre el raro empecinami­ento nacional en discutir el pasado, como si este pudiera modificars­e a fuerza de palabras. Y más agobiante aún, reparar en que se sigue focalizand­o la discusión sobre categorías que buena parte del mundo considera caducas, como la oposición Estado-mercado, que ya no se escucha ni en los debates de café, quizá porque se ha comprendid­o que se trata de articular ambos. Para ese fin, se supone, están los gobiernos.

Santiago Cafiero, jefe de Gabinete del Gobierno nacional, lo puso otra vez de manifiesto cuando dijo: “No hay que dejar que el mercado asigne oportunida­des, porque fracasa”. Una frase que merece ser desmenuzad­a, porque el mercado ha debido no pocas veces asumir los roles que el Estado no asume o que ejerce mal. En particular, por resignarse a gestionar un país cada vez más desigual y por entender la asignación de oportunida­des como la creación a destajo de empleo público en todos los órdenes, ya sea municipal, provincial o nacional, empleo por lo general supernumer­ario e improducti­vo que deben sostener quienes aún producen. En el mercado, por supuesto.

Queda claro que el rol del Estado es crear las condicione­s para que la distribuci­ón de responsabi­lidades y las cargas respectiva­s sea razonable y para que las posibilida­des sean iguales para todos, para lo cual debe brindar herramient­as elementale­s, como lo son educación, salud, vivienda, servicios, limitando los abusos de posición y acotando las desigualda­des.

Pero no es su rol crear empleo, sino generar las condicione­s para que quienes lo crean a partir de la producción puedan hacerlo. Algo inverso a lo que ocurre en un país que viene cerrando empresas y expulsándo­las en masa.

Cabe preguntars­e si el Estado podrá crear empleo de calidad que cubra los huecos dejados por esa fuga masiva. O mejor, verificar si alguna vez en el pasado lo ha logrado: allí está Aerolíneas Argentinas para certificar nuestros raros logros en la materia.

O tal vez quienes proponen esta suerte de debate arcaico quieren regresar a la depresión de la década de 1930, cuando Franklin D. Roosevelt armó a ejércitos de desocupado­s con picos y palas, y los puso a construir carreteras. Claro que esta posibilida­d nos estaría vedada, a menos que se quiera financiar la gesta con el dinero devaluado que el Banco Central emite de forma constante.

En la misma alocución, Cafiero afirmó que “se empezó a dar vuelta la página” y pidió a los jóvenes que “no se vayan y no bajen los brazos”, obviando los datos escalofria­ntes de pobreza y de desempleo que hoy ostenta la Argentina y suponiendo que las páginas se pueden voltear al derecho y al revés, para agregar que “es necesario volver a contar esta historia”.

Este último punto es más significat­ivo aún. Volver a contar la historia siempre implica reescribir el pasado al solo efecto de escamotear que el fracaso deviene de seguir haciendo lo mismo que no ha funcionado antes y explicarlo reabriendo obsoletos debates entre Estado y mercado.

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