La Voz del Interior

El ritmo que es la vida

- Eugenia Almeida Especial

En España la conocieron como Atrapado en el tiempo. En Argentina, los cines anunciaron a Bill Murray y a Andie MacDowell en El hechizo del tiempo, pero con los años se impuso la traducción literal: El día de la marmota. Quizá como homenaje al argumento (un hombre atrapado en un día que siempre se repite), la televisión de aire optó por pasar cientos de veces la película, en especial los fines de semana. Es domingo y en la tele pasan El día de la marmota sonaba con la misma lógica que “llueve y el suelo se moja”. La vi varias veces, siempre en un televisor que tendía a engordar las imágenes. Todos parecían petisos y morrudos.

Creo que fuimos muchos los que recordamos esa película con los primeros confinamie­ntos por la pandemia. La pérdida de paisajes –el estar siempre en el mismo espacio– creó una idea de repetición. Una idea falsa (nada se repite) pero fuerte. Atrapados en un bucle del tiempo.

Dice la poeta polaca Wislawa Szymborska: “Nada sucede dos veces/ ni va a suceder, por eso/ sin experienci­a nacemos,/ sin rutina moriremos./ En esta escuela del mundo/ ni siendo malos alumnos/ repetiremo­s un año/ un invierno, un verano”.

El tiempo parece estar fuera y pertenecer al orden del mundo. Su relación con nosotros: atravesarn­os. Convertirn­os en hojas que flotan en un río. Sin embargo, la experienci­a dice una y otra vez que el tiempo se transforma siguiendo los ritmos de nuestra subjetivid­ad.

El tiempo es veloz

Nos reímos al borde de un acantilado en el País Vasco. Uno de nosotros empieza “reloj, no marques las horas”. Nos vamos sumando, cuatro que cantamos a los gritos, entre risas, jugando a invocar un favor que nos deje aquí para siempre.

Momentos en los que uno quisiera que el mundo se detenga, que se abra un espacio para poder disfrutarl­o todo, cada uno de los detalles.

Aquella vez que vi un tiburón nadando en el acuario de Gijón. La siesta en que me desperté sin saber dónde estaba y me costó recordar cómo habíamos llegado a esa cueva en Purmamarca. El día en que la perra decidió subirse a mi cama a parir sus cachorros. La tarde en que uno de esos cachorros se escondió en una zapatilla y se quedó dormido. Un campo de flores amarillas visto de a dos, desde una motoneta roja y blanca. La noche en que esa otra perra que llegó a la casa muerta de miedo dio su primer ladrido después de dos semanas de silencio. La fiesta de esa noche y ese sonido.

Los días en que ensayamos para dar un único recital de un dúo que fue fugaz y hermoso. Los sábados que Leonardo dedicó a hacerme escuchar uno por uno sus discos de música brasileña, para que esa chica de 16 años aprendiera nombres como Caetano, Maria Bethânia, Elis Regina, Gal Costa, Tom Jobim.

Pausa

“En esta noche mi reloj jadea”, escribe el poeta César Vallejo. Gardel canta “en la plateada esfera del reloj/ las horas que agonizan se niegan a pasar”.

Detenido, retrasado, las agujas del tiempo clavadas haciendo más árido el desierto que nos toca.

Una tarde completa en el pasillo de un hospital, esperando que alguien aparezca detrás de las puertas batientes; alguien que nos diga si el minutero va a moverse o si vamos a quedarnos aquí para siempre. La mañana en la que los amigos llegan hasta mi casa para decirme que Mario murió, Mario está muerto, ahora el mundo es imposible. La madrugada en la que alguien amartilló un arma y me apuntó. La vida que duró ese segundo que tardó en bajar el arma mientras yo levantaba las manos. A veces sigo ahí, en esa calle, de madrugada, levantando las manos y gritando que no tiren.

Los tiempos de los duelos, de la ausencia, de morder tristement­e la pérdida. Las noches de insomnio. La noche invertida desvelando y aturdiendo.

Rebobinar

El tiempo revisitado de los recuerdos. La memoria y sus trampas, sus dispensas, sus reparacion­es.

El vecino que, después de un accidente, borró dos años completos. Ni un solo recuerdo. Ni una pista, nada.

Las risas cada vez que la más despistada de las amigas quiere contar algo y empieza a mezclar todo y el resto de nosotros nos encimamos para corregir esa mezcolanza.

Esa Navidad de invitada en una casa. Cada uno de los integrante­s de la familia plantea una versión diferente de una anécdota que parece menor pero que, a medida que las voces suben, va cobrando una dimensión monstruosa. Algo que comenzó con un “te acordás cuando” y terminó con uno de los hijos gritando que le habían arruinado la vida.

Alguien en Twitter sube una foto de su padre con una carretilla en el jardín y escribe en inglés: “Mi papá murió hace tres años, pero en Google Maps sigue haciendo jardinería, algo que amaba”.

Los datos de contacto de WhatsApp, el nombre de alguien querido que ya no está, ocupando la pantalla para reavivar su ausencia.

Cuenta regresiva

Desde hace años escribo regularmen­te en este espacio. Cuando llegó la invitación y supe que iba a llamarse “Días contados”, lo asocié de modo literal con la descripció­n del espacio: crónicas que hablaran de nuestros días, que tuvieran algún anclaje autobiográ­fico y narrativo. Sólo mucho tiempo después afloró otro significad­o: tener los días contados, saber que hay un límite, estar en cuenta regresiva.

Hace unas noches, hubo insomnio otra vez. Me puse a pensar en el tiempo, en esta columna, me acordé de alguien que sugiere contraatac­ar el insomnio haciendo de cuenta que el día acaba de comenzar, sin importar qué hora sea. Me levanté, me duché, puse café al fuego e hice todos los rituales de mis mañanas, aunque fuera noche cerrada.

Fui hasta la biblioteca a buscar El orden del tiempo, de Carlo Rovelli, un libro que tenía pendiente. Rovelli es físico. Se trata de un libro de ciencia. Pero en cuanto uno empieza a leerlo, descubre que en realidad habla de cómo los humanos percibimos las cosas.

Algunos apuntes: “El tiempo transcurre más deprisa en la montaña y más despacio en el llano (...). No sólo los relojes se ralentizan: abajo todos los procesos son más lentos. (...) Abajo hay menos tiempo que arriba”. Me quedo pensando en la altura a la que estoy. ¿Esto es llano alto o llano bajo? ¿La altitud siempre se toma respecto del mar? ¿A cuántos kilómetros de Córdoba está el mar? Distancias. Tiempos. Medidas.

Me pongo a buscar otro libro. Ese en el que Roberto Juarroz dice: “Toda nomenclatu­ra traba/ la azul enredadera/ cuyos brotes demuestran/ que el silencio es un verbo./ Toda nomenclatu­ra atrasa/ el reloj sin cuadrante/ del ritmo que es la vida”. Ya hay sol afuera.

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