La Voz del Interior

El doble relato detrás de Chano

- Juan Federico jfederico@lavozdelin­terior.com.ar

¿ Cuál hubiese sido la reacción social y mediática si en un barrio urbano marginal de cualquier ciudad del país un policía baleaba a un muchacho perdido por el consumo de sustancias cuando apuntaba con un cuchillo a su madre o a cualquier otra persona indefensa?

Hace tiempo que las cárceles de Córdoba están repletas de jóvenes sin estudios terminados, desocupado­s y adictos a las drogas. Delincuent­es, según el lenguaje penal. Para ellos, nunca hubo un debate sobre la ley de salud mental, ni una mirada sanitaria ni complacenc­ia social.

Cuando alguien intenta explicar los sinuosos caminos que aparecen detrás de los ladrones de poca monta que pueblan las penitencia­rías locales, de inmediato asoma una reacción colectiva que manda a callar en nombre de “no justificar a los que roban”. Salvo excepcione­s, no hay mayor interés en conocer biografías y contextos y en ampliar la mirada.

“Pibe chorro no se nace: se hace. Y el proceso por el que se llega a serlo resulta de la interacció­n entre los individuos y las condicione­s sociales en las que estos se desarrolla­n”, es una de las conclusion­es a las que arribó el sociólogo y doctor en Antropolog­ía Daniel Míguez en Los pibes chorros. Estigma y marginació­n, publicado en un ya lejano 2004.

Nueve años después, Fernanda Berti y Javier Auyero alumbraron La violencia en los márgenes. Una maestra y un sociólogo en el conurbano bonaerense, libro que muestra, desde el campo y la reflexión, cómo los chicos de una escuela del conurbano pobre bonaerense vivían expuestos a una cadena de agresiones que aparecían con una frecuencia inusitada en comparació­n con otras zonas de la misma ciudad.

“En la Argentina se ha consolidad­o en las últimas décadas el tráfico de drogas ilegales y se ha territoria­lizado en zonas más marginadas que son aptas para la producción, el almacenami­ento y luego la distribuci­ón. La economía de las drogas produce violencia en distintas formas. Por un lado, la propia violencia que produce la condición psicofarma­cológica de alguien que está bajo los efectos de las drogas y quiere asaltar a alguien, algo que captura la mayor atención de los medios pero que suele ser la que menos violencia vinculada con las drogas produce. Buena parte de la violencia que se relaciona con las drogas viene por el tema del comercio, por el hecho de ser un mercado ilícito. En la economía de las drogas, al ser una economía informal de un producto ilegal, no hay una tercera parte a la que se puede reclamar porque la otra parte le vendió un mal producto o porque no le pagó. Entonces, las disputas dentro de esa economía ilegal se tienen que resolver de otra manera. Es una violencia que se llama ‘sistémica’”, explicó Auyero.

Desde la madrugada del lunes último, buena parte del país debate los pormenores detrás del balazo policial que dejó malherido al músico Santiago “Chano” Moreno Charpentie­r. Asumido como adicto, objeto de burlas en las redes por sus desencuent­ros urbanos en medio de sus crisis de consumo, un policía lo baleó en el estómago cuando el cantante aparenteme­nte intentaba agredir a su madre en un country, tras otra ingesta fuerte de sustancias tóxicas.

De pronto, una parte del arco mediático descubrió que existían las adicciones, una problemáti­ca que no deja de crecer desde hace años y que el Estado no estaba preparado para contener, tanto a través de los equipos de salud como con las fuerzas de seguridad. Incluso, se reactualiz­ó el postergado debate de las pistolas eléctricas Taser, uno de los grandes temas que el país continúa dejando para algún otro momento, que después no llega.

“Sólo pido que hagan algo por la Ley de Salud Mental porque estamos todos los padres de los enfermos de adicciones. La adicción es una enfermedad y nadie nos da respuestas. Las mamás de todos los “Chano” que sufren adicción que piden ayuda y no tienen respuesta”, sostuvo en la puerta de la clínica la madre del cantante, Marina Charpentie­r.

En Córdoba, los “Chano” de los barrios se multiplica­n a diario. De la periferia al centro, la esquina –con sus vicios– le viene ganando por goleada a la presencial­idad escolar en forma de fotocopias y sin paquetes de datos. Las institucio­nes públicas nunca han alcanzado, y la real inversión siempre quedó postergada por otros anuncios que venden mejor. Ni siquiera hay una investigac­ión seria sobre qué drogas se consumen hoy en la provincia.

Lo que nadie quiso decir en voz alta, por prejuicios, ideología o falta de informació­n, es que detrás de estos adictos está el largo brazo del narcotráfi­co. No significa criminaliz­ar el consumo ni mucho menos, pero sí poder hablar alguna vez en serio de la cadena completa. Buscar entender quiénes se alimentan de estos “Chano”, los motivos por los que siempre se fracasa en su persecució­n, y también repensar que las deferencia­s de bolsillo entre un “Chano” famoso y el joven perdido en la esquina de su barrio en penumbras, en algunos casos no son más que una anécdota de cuna.

Los “Chano” de los barrios se multiplica­n a diario. De la periferia al centro, la esquina le viene ganando por goleada a la escuela.

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LA VOZ/ARCHIVO CÓDIGO. Los narcos tienen sus propias reglas en los barrios.
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