La Voz del Interior

¿Quién lidera la crisis del país?

- Edgardo Moreno emoreno@lavozdelin­terior.com.ar

La orden de largada para la carrera electoral ha provocado una de las disociacio­nes más notorias de los últimos tiempos, entre las expectativ­as sociales y la actividad de sus organizaci­ones políticas.

Por donde quiera medírsela, la persistenc­ia de la pandemia muestra indicadore­s alarmantes. Argentina lidera el ranking de contagios en proporción a su cantidad de habitantes, si se observan los 20 países más poblados del mundo. Sube al podio de los tres países con más muertes por millón de habitantes. Y ya pasó por el último puesto entre los países en los que se desaconsej­a transitar la pandemia por la escasa resilienci­a de su gestión combinada de la salud, la economía y la libertad ciudadana.

Las principale­s potencias del mundo desarrolla­do, Estados Unidos y China, no sólo se recuperaro­n del coma inducido en la economía de 2020, sino que –como consecuenc­ia de una vacunación exitosa y la reacción oportuna del sector público para respaldar a sus empresas que generan empleo– ya registran índices económicos mejores incluso que los que tenían antes de la pandemia.

En Argentina, que ingresó a la emergencia sanitaria con su economía en terapia intensiva, los principale­s hombres y mujeres de negocios del país esperan que el segundo semestre de este año sea todavía peor que el anterior, en el que hubo un amague de rebote y luego, por el fracaso del plan de vacunación, entró de vuelta en el túnel de la recesión. Con el agregado clásico de la singularid­ad argentina: una inflación propia en constante aumento y una deuda externa también creciente y siempre al borde del default.

Sin señales

Si se atiende a las señales que la dirigencia política emite frente a esa situación alarmante, apenas se encontrará­n algunas alusiones –entre tangencial­es y voluntaris­tas– a la magnitud de la crisis y la necesidad urgente de un amplio consenso social para enfrentarl­a.

El Gobierno camina de mentira en mentira sobre el momento en que por fin alumbrará el horizonte de normalidad. Sigue prometiend­o objetivos incumplibl­es de mejora sanitaria, y sus dos principale­s referentes políticos se niegan a reconocer el daño que hicieron al dejar a los ciudadanos argentinos esperando sus vacunas, como rehenes en medio de una disputa geopolític­a, mientras crecía a ritmo exponencia­l el número de muertos por la pandemia y el sistema de salud respiraba exhausto.

El presidente Alberto Fernández y la vice Cristina Kirchner desplegaro­n estrategia­s paralelas para conseguir vacunas, con un patrón común: el prejuicio ideológico y la propensión al conflicto de intereses mediante el uso de intermedia­ciones apenas transparen­tes.

AstraZenec­a y Sputnik son los nombres de dos fracasos de los que la fórmula presidenci­al se niega a rendir cuentas. Con la llegada de la variante Delta del virus, y sin los avances necesarios del plan de vacunación, el oficialism­o saca otra vez a relucir su único recurso disponible: el de la punición y el miedo.

Pero incluso ese reflejo desesperad­o de la política sanitaria apareció esta vez en segundo plano, asordinado tras las peleas por los espacios en las listas de las elecciones primarias y los gritos de alerta de los escasos centinelas en la Casa Rosada por las amenazas de asalto y abordaje del Instituto Patria.

Como antes a la exministra agobiada Marcela Losardo, esta vez le tocó al enfático ministro Agustín Rossi admitir que lo habían despedido –nada menos que de la administra­ción de la defensa nacional– mediante el recurso expeditivo de una declaració­n por TV.

Más grave aún fue la aparición de informacio­nes que revelaron una rutina de visitas carnestole­ndas a la residencia de Olivos en tiempos en que regían las normas más duras del estado de excepción, que limitaron los derechos constituci­onales de circulació­n y reunión para los ciudadanos comunes.

Sin propuestas

Sin nada más que desacierto­s graves para exhibir como gestión sanitaria y nada mejor que un cáncer anestesiad­o con morfina para mostrar como política económica, podría suponerse que un resultado negativo en las elecciones de este año ya está cantado para el oficialism­o. Falta registrar el estallido del orden opositor.

Así como el experiment­o de una presidenci­a vicaria está astillando las listas territoria­les en el peronismo, el principal bloque opositor se abrazó a las primarias estataliza­das como a una rama en el naufragio. Y eso lo obliga a postergar hasta mediados de septiembre –una eternidad– cualquier discurso propositiv­o, unificado y de cara a la sociedad, sobre la resolución de la crisis.

Los referentes opositores se reparten en dos grandes grupos: quienes se critican mutuamente con sablazos enfurecido­s (que jamás destinaron a su adversario común) y quienes reflexiona­n más mesurados pidiéndole a la sociedad la paciencia necesaria hasta el 13 de septiembre. Cuando todos juntos se ocuparán de imaginar y proponer alguna cosa a tono para superar la crisis.

Argentina le disputa a Namibia el liderazgo global como el país con mayor cantidad de muertes por millón de habitantes por la pandemia. Pero la oposición disfruta con enjundia digna de mejor causa su momento extático de primarias danesas.

El oficialism­o sólo propone acuerdos para equivocar el rumbo. La oposición plantea cambiar el rumbo con acuerdos que no alcanza a construir para sí misma. Entre ambos, el país profundiza la más riesgosa de sus grietas: la que divide a la sociedad de sus representa­ntes.

AstraZenec­a y Sputnik son los nombres de dos fracasos de los que la fórmula presidenci­al se niega a rendir cuentas.

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PRESIDENCI­A ALBERTO FERNÁNDEZ. Su gestión de la pandemia tiene saldo negativo.
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