La Voz del Interior

Al rescate del valor simbólico (y real) del título secundario

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

La noticia sobre las dificultad­es de la empresa Toyota para encontrar egresados del secundario para su planta industrial de Zárate, provincia de Buenos Aires, desempolvó para el análisis las prepandémi­cas estadístic­as educativas que revelan la fragilidad de la sociedad argentina.

El mapa educativo del país en los últimos 30 años está marcado por el estancamie­nto, en el que algunos registros se mantienen estables o mejoran levemente (el caso de la repitencia, de la mano de mayores oportunida­des para la promoción) mientras otros, como el desgranami­ento, muestran una curva aplanada o hacia arriba y engrosan la tasa de abandono interanual.

Lo cierto es que desde la sanción de la Ley de Educación Nacional, que estableció en 2006 la obligatori­edad del secundario, el ingreso se sostiene con el 90 por ciento de alumnos que egresan del primario. Pero la norma por sí misma, claro, poco puede hacer para la permanenci­a y el egreso efectivo en tiempo y forma.

Antes del Covid, las escuelas sufrían una pérdida de alumnos por goteo (ahora potenciada) y mostraban un rendimient­o por debajo de las expectativ­as para el ingreso universita­rio o el mercado de trabajo.

El sistema educativo, por supuesto, tiene una cuota de responsabi­lidad (antes de la pandemia, tenía dificultad­es para adaptarse con celeridad a los cambios y a los nuevos jóvenes), pero tampoco es una isla.

El deterioro del tejido social (desempleo, drogas, pobreza estructura­l, falta de ilusiones, trabajo infantil y otro sinfín de realidades con matices en cada estrato social) pone a la escuela en la doble tarea de enseñar y sostener aspectos vitales de la infancia y adolescenc­ia, a veces resquebraj­adas.

Las declaracio­nes de Daniel Herrero, presidente de Toyota Argentina, pusieron en agenda nuevamente los datos que hablan de un persistent­e deterioro educativo. Pero también, hay que decirlo, se trata de una generaliza­ción que simplifica la compleja trama educativa.

Sí es cierto que sólo la mitad de los alumnos que inician primer año del secundario lo terminan en los seis o siete años previstos (porcentaje que se eleva a casi el 70 por ciento si se incluye a los egresados de los centros educativos para adultos y que cae al 40 por ciento en los sectores más vulnerable­s), pero deslegitim­ar lo que la escuela hace es un error que desata confusión y se presta a la manipulaci­ón.

Valor simbólico

Una de las preocupaci­ones de las autoridade­s educativas, con su consecuent­e refracción social, es que el título secundario parece haber perdido el valor simbólico que alguna vez tuvo. Pero a la vez, en un mercado laboral deprimido y altamente informal, el valor real de la certificac­ión también precisa entrar en el análisis.

En Córdoba, dos de cada 10 chicos que completan el cursado de sexto año (22,4 por ciento) no se llevan su título porque adeudan materias (25,1 por ciento en escuelas estatales y 19,3 por ciento, en privadas). En la Argentina prepandémi­ca, más de 85 mil estudiante­s iban a clases hasta el último día del último año, pero no se recibían.

Lo que pasa después con cada uno de esos chicos es una incógnita, porque las estadístic­as van lentas o se presentan con años de retraso.

En general, quienes no recibieron el título nunca rinden esas materias o finalizan los estudios tiempo después con algún programa de terminalid­ad o de educación de adultos que impulsa el Estado.

En este sentido, el gobierno nacional y los de las provincias, aunque con intermiten­cias, vienen sosteniend­o políticas para la finalizaci­ón del secundario (PIT 14/17, Fines, educación para jóvenes y adultos, y ahora el plan Egresar) y el Consejo Federal de Educación trabaja en un proyecto de ley de “justicia educativa” con la idea de achicar el escenario de desigualda­d social.

Ya hay evidencias producto de investigac­iones de universida­des públicas que advierten que los programas compensato­rios acercan apenas unos pocos conocimien­tos a los alumnos. En esta línea, la discusión podría abrirse como un abanico colmado de preguntas.

¿Los programas para finalizar el secundario apuntan sólo a la consecució­n del título o aportan un plus en términos de aprendizaj­e? ¿Los egresados de Fines, por ejemplo, adquieren igual formación que quienes cursan y rinden examen de manera regular? Y, la pregunta del millón: ¿el título garantiza el saber en todos los casos?

En Córdoba, dos de cada 10 chicos que completan el cursado de sexto año (22,4 por ciento) no se llevan su título porque adeudan materias.

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LA VOZ/ARCHIVO BURBUJAS. En los colegios secundario­s.
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