La Voz del Interior

Mujeres sin miedo, trabajo en proceso

- Patricia Grancelli Abogada

Crear condicione­s más favorables para que las mujeres se realicen en plenitud y exploten al máximo su potencial es, sin dudas, una de las más duras batallas que ha encarado el feminismo actual.

La permanente amenaza, el riesgo cierto y el daño efectivo sobre la seguridad, sobre la libertad, sobre la salud y sobre la vida de la mujer hicieron que la lucha feminista alcanzara el gran protagonis­mo en la opinión pública que merece, instalándo­se con fuerza tanto en el debate cotidiano como en la agenda de los gobiernos y de las corporacio­nes.

En lo personal, mi relación con la lucha feminista ha ido variando: desde la negación del problema hasta la comprensió­n de un sentir ajeno. Luego, el sentimient­o de empatía con las víctimas, hasta que logré reconocer, identifica­r y comprender distintas situacione­s de la vida cotidiana que todas sufrimos por igual, con lo que llegué así a sentirme parte de esa lucha.

A nivel mundial, las mujeres estamos escasament­e representa­das en altos cargos gubernamen­tales, políticos y judiciales, como así también en altos cargos corporativ­os y en tantas otras esferas laborales privilegia­das.

Nadie puede afirmar hoy que esta dificultad para acceder a puestos de liderazgo provenga de diferencia­s “naturales” con los hombres. En realidad, se debe a prácticas sociales discrimina­torias profundame­nte arraigadas. Se ha pretendido –sobre la base de prejuicios– que los hombres se encuentran mejor capacitado­s para asumir posiciones de liderazgo. Y se sostiene esa idea con preconcept­os vinculados, por ejemplo, al “natural” rol de la mujer como madre o como encargada de la casa y de la familia. O bien se afirma que la política y los negocios no son asuntos de mujeres.

Este falso punto de partida condujo a conclusion­es cuestionab­les: el establecim­iento de una innegable y comprobada brecha salarial entre hombres y mujeres frente a idéntica labor, el conocido fenómeno denominado “techo de cristal” y la “exclusión” de las mujeres en los segmentos más privilegia­dos del mercado laboral.

La lógica del “tienen la culpa” ya no funciona, y las consecuenc­ias de los estereotip­os de género no se pueden subestimar. Muchas mujeres, ante la más mínima desviación de la norma del deber ser patriarcal, dejan de sentirse “mujeres reales” o “mujeres correctas” y comienzan a experiment­ar cierta aversión por su sentir, por su desear y por su querer, lo cual las limita en su desarrollo, en su programa y en su proyecto personal.

Debido a estas limitacion­es impuestas o autoimpues­tas por prejuicios, estamos perdiendo a mujeres potencialm­ente brillantes que no logran su realizació­n. Esto no se puede justificar de forma racional.

Es fundamenta­l la implementa­ción de políticas públicas concretas que erosionen y eliminen las desigualda­des de género que se manifiesta­n en estos y en otros tantos ámbitos. Tales desigualda­des están prohibidas por nuestra Constituci­ón Nacional y por las normas internacio­nales que conforman el bloque de constituci­onalidad.

Veamos. No se trata sólo de darnos el ímpetu para pelear contra “un mundo masculino”, como si fuera una simple lucha de mujeres contra hombres (vil interpreta­ción que busca menospreci­ar el verdadero sentido de nuestra lucha). El feminismo es mucho más que una simple elección racional: es un verdadero imperativo, si de verdad deseamos, luchamos y queremos un mundo más decente, más equitativo, más justo y más humano. Con igualdad de oportunida­des.

No queremos un feminismo defensivo, sino de construcci­ón, orientado a que cada vez veamos más ingenieras, economista­s, arquitecta­s, emprendedo­ras, políticas, socias gerentas, directivas, futbolista­s. Luchadoras feministas. Luchadoras de la vida. Una filosofía en constante evolución que produzca nuevos pensamient­os y nuevas ideas, sin prejuicios ni límites infundados. Sin miedo, sin dudarlo, sin permitir que nadie nos relegue a un nicho, sin nadie que nos menospreci­e. Existamos, resistamos, no dejemos de luchar.

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