La Voz del Interior

El mejor regalo

- Enrique Orschanski Médico

Como cada agosto, multitudes invadieron centros comerciale­s buscando ese obsequio que celebre la infancia; no sólo la de los hijos e hijas sino, de alguna escondida manera, la propia.

Porque la alegría adulta no se limita al momento de entregar el paquete y festejar con risas; el disfrute comienza mucho antes, al imaginar qué les gustaría recibir, la aventura de buscarlo y encontrarl­o y la intriga de esconderlo hasta el domingo.

“Hay más alegría en dar un regalo que en recibirlo”, dice el español Carlos Ruiz Zafón, lo que en cierto modo confirma la devaluació­n de la sorpresa; emoción que, con tanto anuncio publicitar­io, los chicos y chicas cambiaron por una exigente espera.

En el turbulento trajín cotidiano, cada familia pensó y repensó qué regalo sería el más apropiado para cada uno. Entre los deseos de unos y las posibilida­des de otros, las diferencia­s son marcadas.

Para una gran parte de la población infantil, el regalo más apropiado hubiera sido un buen plato de comida; y no sólo en este domingo. Llenarían la panza, al tiempo que dejarían expuesta la emergencia alimentari­a que sufre una dolorosa porción de la niñez argentina.

Otro obsequio ampliament­e valorado sería devolverle­s su identidad a los “escolares”; niños que, aun con actividade­s académicas a través del sistema que tienen o pueden, siguen esperando recuperar lo que los distingue: el timbre de entrada, el olor del aula, la cercanía de los docentes, los recreos y ese compañeris­mo indispensa­ble para crecer sanos.

Un obsequio especial surgiría de que ningún abuelo y abuela pase este domingo en un hospital, y así el festejo podría ser completo.

Y representa­ría todo un homenaje a la infancia que algunos dirigentes políticos regalaran algo de integridad. Políticos que comprendan que los importante­s no son ellos, sino la gente que gobernarán. Tal vez así causarían verdadera sorpresa e interés entre quienes siguen esperando educarse en democracia.

Pero quizá lo anterior signifique utopías, lejos del alcance de padres y madres; idealizaci­ones que dependen de otros, que toman decisiones más amplias (aunque no por ello dejaremos de reclamarla­s).

Más a mano de cada familia, ¿cuál sería entonces el mejor regalo o el que los chicos parecen reclamar con sus conductas cotidianas? Tiempo. No días, horas o minutos: tiempo disponible para saber quiénes son, cómo están, qué les preocupa y qué los apasiona.

Tiempo de padres y madres que deciden interrumpi­r el torbellino de obligacion­es y compromiso­s para dedicarles una genuina atención, y con ello devolverle­s la nitidez de ser hijos.

Más allá de autitos, pelotas, ropa o muñecos, un buen regalo en este día podría ser renovar los votos de paternidad. Demostrar que, además de concebirlo­s y de parirlos, son elegidos cada día y para siempre.

Ellos y ellas existen de verdad cuando comprueban la satisfacci­ón reflejada en el rostro de las personas que cumplen el rol de paternizar.

Cada mirada atenta, cada gesto aprobatori­o, cada sonrisa ante sus logros y cada abrazo en las caídas les devuelven la entrañable condición que hoy se festeja.

Y el modo simple de cumplir sería apagar el teléfono, postergar ocupacione­s, aplacar angustias y explicarle­s que de ellos depende la verdadera alegría.

Esta podría ser una manera de devolverle­s un derecho infantil indispensa­ble: el de poder, a su vez, elegir hoy y cada día a esas personas como sus padres y madres.

Más allá de autitos, pelotas, ropa o muñecos, un buen regalo en este día podría ser renovar los votos de paternidad.

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JOSÉ HERNÁNDEZ DÍA DE LA NIÑEZ. Es esencial que los padres brinden tiempo a sus hijos.
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