La Voz del Interior

Mediocrida­d legislativ­a

- Héctor Córdoba Carranza Abogado, periodista, docente

En estas elecciones legislativ­as, las distintas fuerzas políticas vuelven a la carga con propuestas de candidatos paracaidis­tas. En efecto, como la clase política está totalmente desprestig­iada, comienza la tarea de ofrecer “nuevos candidatos”, en la búsqueda de atraer al electorado. Personajes del teatro, de la farándula, del deporte, que intentan captar votos. Ellos, junto a los veteranos que ya fracasaron y que vuelven a la carga tratando de prolongar en el tiempo los beneficios de esta “beca eterna” de vivir a costa del Estado.

Por ejemplo, en Córdoba apareciero­n como candidatos “la esposa de”, “la hija de” o “el hermano de”, con el acompañami­ento de figuras gastadas, como árbitros de fútbol, o figuras repetidas de la política que fracasaron, tales como exdiplomát­icos expulsados o personajes de la farándula que ya no entusiasma­n.

En el orden nacional, se repite la historia, pues aparecen “nuevos pintores de brocha gorda”, bailarinas, payasos, humoristas, médicos y audaces que dicen ser economista­s.

No es nada nuevo, ya que tiene miles de años en la historia. Platón, el más genial de los filósofos de la antigüedad, ofrecía un pensamient­o enraizado en un ideal ético que consagraba una vida buena y justa. El maestro adscribía ya entonces, en el horizonte de los tiempos, a estos sabios principios: “El poder debe recaer siempre en los que saben”; “Se debe tener conocimien­to y también temperamen­to“y “todo miembro del Estado debe desempeñar la función para la que resulte más apto y no otra”.

Aristótele­s, su discípulo, también nos dejaba sus enseñanzas con un enfoque más científico, cuando pregonaba que el papel del Estado es formar ciudadanos en la virtud, educarlos para que actúen rectamente y persigan un fin noble. El fin de la política, decía, no es ni la conquista ni el enriquecim­iento, sino la virtud colectiva.

El Estado, a través de sus institucio­nes, organismos y sistemas, requiere un cambio profundo; que el tradiciona­l conformism­o no se apodere de nosotros y se pueda revertir la integració­n de los cuadros de gobierno; que los temores al fracaso no paralicen el impulso de las verdaderas acciones. Es necesario privilegia­r definitiva­mente la elección de personas con la capacidad suficiente para desempeñar los cargos de gobierno con eficiencia y honestidad.

Es que en nuestro país, en nuestra clase política, también existen quienes están movidos por un genuino espíritu de servicio público.

El fin de la política no es ni la conquista ni el enriquecim­iento, sino la virtud colectiva.

Es una vergüenza republican­a que personas que fueron elegidas para representa­rnos se constituya­n en verdaderos “ñoquis” del Poder Legislativ­o, que cobran importante­s dietas por el cargo que ocupan y que no lo justifican, pues perciben la plata del Estado sin trabajar. Debería haber una sanción ética y ejemplific­adora para los “calienta sillas”.

Por último, hay que decirles a los anotados en la carrera legislativ­a que en la función pública no se puede improvisar con cualquier persona que no reúna los requisitos de idoneidad que el cargo requiere, y a los políticos, que se abstengan de ofrecer cargos legislativ­os a esta clase de personas.

En la función pública no se puede improvisar con cualquier persona que no reúna los requisitos de idoneidad que el cargo requiere.

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