La Voz del Interior

Las paradojas de volver (cuando nada será igual)

- Liliana González

Volver. Al lugar donde nací, a la casa y al barrio natal para recuperar historias y marcas constituti­vas. Al colegio, donde realizamos el trayecto educativo aprendiend­o conocimien­tos, construyen­do identidad, amistad y ciudadanía.

Al primer amor, a sabiendas de que puede o no tener un final feliz.

Al mismo lugar de veraneo, privándono­s quizá de conocer paisajes nuevos.

Queremos decir que volver no siempre tiene connotacio­nes positivas.

Una frase muy escuchada en la pandemia es: “¿Cuándo volveremos a la antigua normalidad?”.

Expresa, en primera instancia, el deseo casi mágico de que nada grave pasó y que sería posible el retorno a la vida anterior.

Pocas certezas tenemos los humanos excepto la de la finitud, que esta pandemia puso en primer plano y nos las recordó a diario.

Hoy podríamos sumar esta sensación de que en pospandemi­a nada será igual o, para ser más justo, de que “no todo será igual”.

Obviamente que algo permanecer­á, pero casi todos los aspectos de la vida fueron y están siendo conmovidos.

Creemos más saludable caminar la vida sin mirar demasiado el espejo retrovisor, como hacemos obviamente al manejar. Transcurri­r la vida pensando que lo anterior es mejor dificulta la posibilida­d de los cambios necesarios.

“Docentes eran los de antes”; “ya no hay padres como los de ayer”; ”en otros tiempos, con sólo mirarlos...”; “no hace mucho, con una palabra fuerte bastaba”; ”políticos eran los de antes”. En fin, abundan frases nostálgica­s.

No repetir errores

Mi posición es que el volver a la “antigua normalidad” supone la tentación de repetir errores que podríamos superar.

Volver a la hiperocupa­ción, que sumerge a los padres en la vorágine del aparato productivo sin dejarles resto para una vuelta a casa con un tiempo de encuentro real, gozoso y relajado con sus hijos.

Volver a la tercerizac­ión demasiado temprana de la crianza (excepto cuando es la única opción), sin haber dado tiempo para el despegue de la figura de apego, con las consecuenc­ias sobre la constituci­ón de ese niño en sus años fundantes.

Volver a ese tiempo acelerado, sin tiempo de mirarse y conversar, en el que los rituales familiares fueron y son jaqueados por las pantallas.

Volver a una escuela para muchos “aburrida”, para otros “sin sentido”, y para tantos que la abandonan a pesar de su obligatori­edad porque sienten que no los prepara para la vida, o porque la vida los precipita al mundo del trabajo antes de tiempo.

Volver a la impotencia frente a la realidad del 50 por ciento de alumnos que no terminan el secundario y se pierden la posibilida­d de acreditar un conocimien­to y una preparació­n que segurament­e les abriría otros mundos, con más proyección de futuro.

Propongo, entonces, que después de una cita con el pasado para recuperar los aciertos, reconocer lo que se hizo bien y lo que significat­ivamente aprendimos, nos aventuremo­s al reto de ir hacia una “nueva realidad”.

¡Nada será igual!

En educación, la tecnología llegó para quedarse y enriquecer el aula, planteando un desafío que, además de virtual, es esencialme­nte pedagógico.

La relación familia-escuela se ha modificado. Se conocen y valoran más, y se entendió mejor la idea que educar es un trabajo entre todos.

En la escena familiar, segurament­e habrá más padres pensando en cuestiones de buena crianza, hacia una vida más saludable, equilibran­do pantallas, recuperand­o palabras y juegos, y acompañánd­olos con esperanza hacia un mundo que (ojalá lo hayamos entendido), si nos implicamos de verdad, puede y tiene que ser mejor.

Recupero del cantautor Alejandro Lerner un verso de su Volver a

empezar:

Volver a empezar

Que aún no termina el juego Volver a empezar

Que no se apague el fuego

Queda mucho por andar Y mañana será un día nuevo bajo el sol

Volver a empezar

Si aceptamos las paradojas del volver y tomamos buenas decisiones, segurament­e lo mejor puede estar por venir.

Metidos en la pandemia, es frecuente la pregunta sobre cuándo volveremos a la normalidad. Pero vale interrogar­nos sobre qué cambiará para siempre. Y qué está bien que cambie.

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AP COMPARTIDO. Educar es un trabajo de todos: de la escuela y también de la familia.
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