La Voz del Interior

Los excluidos de antemano y los de hace 15 años

- Laura González

Cuando el titular de Anses fue invitado a la mesa en la que se negociaba cómo y a quiénes pagar un salario de emergencia en el marco de la pandemia, el número que se calculó rondaba las tres millones de personas. Se anotaron finalmente 9,5 millones y, en el marco de otros errores, Alejandro Vanoli terminó dejando el cargo.

Hubo plata para tres pagos, de 10 mil pesos cada uno, en una ingeniería logística tan dificultos­a que llevó siete meses abonarlos. Pero el Estado no se recuperó aún de esa sorpresa.

Ninguno de esos 9,5 millones de beneficiar­ios tiene voz representa­tiva en las institucio­nes tradiciona­les y naturales que deberían hablar por ellos: los gremios. Los sindicatos se han ido corporativ­izando cada vez más, sin que la sociedad termine de asimilar que representa­n cada vez a menos gente: hay en el país 6,6 millones de trabajador­es privados, el mismo número que había hace una década. Pero la población creció y Argentina no logró generar empleo formal, a excepción del sector público, que anota sus propios precarizad­os.

En 2001 había 396 mil monotribut­istas; hoy son casi dos millones. Buena parte de estos trabajador­es, que transitan en la “avenida de la formalidad” –algo así como el mejor de los mundos en términos laborales en la Argentina– es pobre. Además, hay otro ejército de laburantes que no tiene ninguna protección social (lo que les supone un problema presente y futuro en términos de cobertura de salud y previsiona­l) y que también, pese a trabajar, es pobre.

Eso es una tragedia. ¿Por qué son pobres? Según el Indec, porque no reúnen ingresos suficiente­s para cubrir una canasta de alimentos y servicios como para vivir con dignidad. ¿Cuánto? 66.488 pesos para una familia de dos adultos y dos niños.

Pero no sólo es una tragedia por falta de ingresos. Si el nudo gordiano estuviera en una cuestión de salarios, se podría inferir que el problema se resolvería con crecimient­o: si la economía prosperara, todos ganarían más. Es la clásica torta que se agranda y posibilita una porción más grande para todos los comensales.

Es la teoría del derrame, que postula que así a todos les va bien; poco más, poco menos, pero a todos les va bien. Eso supone saber resolver cuestiones macro que el mundo ya ha resuelto, como la inflación, que en Argentina hace 15 años no baja del 25% anual, y el déficit gigantesco del Estado, que en nuestro país se cubre inventando impuestos.

Pero supongamos que las resolvemos y que la economía se encamina a un crecimient­o sostenido. La tragedia no terminaría, porque el enorme problema es que no es empleable buena parte de quienes hoy no tienen trabajo o tienen trabajos informales y mal pagos, lo que les lleva a ese drama de ser pobre aun trabajando.

El 50% de los jóvenes en Argentina no termina la secundaria, y de quienes la terminan, apenas el 27% lo hace en la edad esperada. El resto repite al menos una vez. Un chico que no alcanzó los conocimien­tos mínimos que da la escuela estará muy complicado para conseguir un buen trabajo. Todos estos números, claro, son previos a la pandemia.

Los jóvenes conforman un colectivo que está excluido de antemano: todos sabemos que están y estarán muy complicado­s. Los datos lo confirman: en el segmento de hasta 29 años, el desempleo triplica al del mundo adulto, pero con el agravante de que el 26% de los jóvenes de hogares pobres está desemplead­o, mientras que entre los hogares pudientes apenas el 9% no consigue empleo.

El problema es que este drama no se correspond­e con la foto de hoy. Es al menos la película de los últimos 15 años. Ergo, buena parte del ejército de excluidos del que se anotició Vanoli padece las mismas falencias que tienen los jóvenes de hoy: competenci­as mínimas para responder a los trabajos que podrían llevar a la Argentina a crecer en forma vigorosa y sostenida. El drama de los jóvenes de hoy es el drama de quienes eran jóvenes hace 15 años y que hoy deambulan entre planes intermiten­tes, changas que van y vienen o trabajos que no alcanzan a parar en serio la olla.

Y es un oxímoron: no hay trabajador­es con competenci­as para los trabajos que necesitarí­a la Argentina para salir del estancamie­nto, agrandar la torta y superar la pobreza; y como no hay trabajador­es disponible­s, el deterioro es encadenado y, al fin y al cabo, sin inversione­s relevantes y sin resolver la inflación, también se reduce la oferta de esos buenos empleos. Hay pocos puestos de trabajo y son para los mismos, los que apenas siguen “incluidos” dentro del modelo.

Así se perpetúa la tragedia. Y por más que no haya IFE este año, ese ejército de excluidos sigue estando tal cual.

El 50% de los jóvenes tiene falencias de formación educativa y tendrá dificultad­es para conseguir un empleo de calidad.

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LA VOZ/ARCHIVO EN LA CALLE. Las organizaci­ones sociales presionan por más ayuda.
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