La Voz del Interior

“Rapiñeros”, nuevo espécimen de la fauna delictiva

- Claudio Gleser

No nos falta nada. Podríamos decir, en todo caso, que nos sobran. Los tenemos de distintas formas, metodologí­as y violencias. Toda clase de delincuent­es hay en esta aldea llamada Córdoba. El muestrario no deja de sorprender.

En todo este tiempo, hemos sufrido y visto: bandas jugadas a la hora de atacar hogares, encañonand­o a familias con o sin niños; bandas que golpean y saquean cuando hay o no hay gente en casa; bandas que aprendiero­n a copar barrios y van saqueando viviendas y comercios de a uno; grupos especializ­ados en vaciar empresas con y sin empleados adentro; grupos dedicados a levantar autos con y sin gente arriba; saqueadore­s de vehículos con inhibidore­s de alarmas o a pura ventanilla destrozada; tenemos “escruchant­es” capaces de saquear distribuid­oras, empresas y oficinas completas, ya sea cortando la luz o actuando con la conexión eléctrica indemne.

Tenemos delincuent­es capaces de engañar y meterse en casas de ancianos; y hasta tenemos pandillas que aprendiero­n lo que son las emboscadas, ya sea con pistolas, clavos miguelito o a pura pedrada en las calles.

Sobran los delincuent­es y sobran los tipos de delincuent­es en esta aldea.

Como si algo faltara en la fauna delictiva, estamos aprendiend­o a convivir con una nueva clase de ladrones: los “rapiñeros” de las calles.

Ya habíamos visto a una clase de estos especímene­s robando ruedas y baterías de coches estacionad­os. Estos grupos crecieron, se especializ­aron e hicieron escuela durante la cuarentena de 2020.

En 2021, tenemos otro tipo de “rapiñeros”: los que roban cables, medidores, bocas de tormenta, tapas de metal, rejas y, claro está, canillas.

Es un rapiñaje burdo, crudo, básico. Pero se extiende.

El objetivo es simple: apoderarse de metal para revenderlo.

Con una cotización de entre 900 y 1.000 pesos el kilo en el mercado local, el cobre es el metal más buscado. De allí tanto cable de teléfono sustraído.

Los robos son de noche. La oscuridad es la aliada en las calles.

Los casos se repiten y extienden en la Capital y un poco más allá.

Hay dos clases de “rapiñeros” de cables: están los más o menos organizado­s, que usan escaleras, herramient­as y se mueven en vehículos (incluso camiones); y apareciero­n los otros, los que andan a pie, con mochilas donde llevan una pinza y una tenaza cuanto mucho. Estos últimos son los novatos. Con un poco de conocimien­to y mucha temeridad, aprendiero­n a jugárselas.

Y vaya que se la juegan: con tal de obtener el botín, no sólo roban cables de teléfono, sino que ya están sacando líneas de alumbrado público y de otras empresas, incluso de Epec; con todo lo que ese riesgo implica.

La explicació­n inicial que se esboza está en la crisis misma; en esta realidad que se vive y padece.

Sin embargo, es una aproximaci­ón simplista: reducir que hay más ladrones porque hay hambre, es simplismo barato y erróneo.

El ladrón –el que actúa en las calles, no el de traje– no se hizo ladrón por pobre, sino por una conjunción y degradació­n de valores político-sociales más complejos.

En todo caso, esta clase de robo callejero al límite es una muestra más de lo degradados que estamos como sociedad o en esto en que nos convertimo­s.

Volviendo al punto, desde la Policía dicen que los investigad­ores están investigan­do y que las investigac­iones van a caer sobre quienes compran el metal.

Mientras tanto, los episodios se extienden y la tragedia ya pegó en el palo: una nena cayó en una fosa en plaza de la Intendenci­a, días atrás. El hueco no tenía tapa de acero. Se la habían robado. En su lugar, alguien puso una madera que parecía cartón.

Mientras tanto, los responsabl­es de que la tapa no haya sido repuesta rápido siguen haciéndose bien los distraídos.

El de los “rapiñeros” es un robo al límite que en parte muestra la crisis, pero sobre todo lo degradados que estamos como sociedad.

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