La Voz del Interior

Ricos y pobres frente al factor ambiental

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Las más diversas problemáti­cas sociales se pueden analizar desde la perspectiv­a de grupos poblaciona­les específico­s, para tener una noción de sus impactos diferencia­les. Un caso típico es el de los estudios de género y sus indagacion­es sobre los planes gubernamen­tales, para detectar las políticas diseñadas para un destinatar­io fundamenta­lmente masculino.

Friday for Future (FFF), organizaci­ón juvenil que tomó forma hace unos tres años promoviend­o huelgas estudianti­les los viernes para reclamar contra el calentamie­nto global y el cambio climático, llevó adelante una investigac­ión semejante aunque orientada a su foco de atención, con el apoyo del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

Sabido es que el calentamie­nto global afecta a todo el planeta. Pero ¿impacta por igual sobre los niños en todos los países? En el centro del informe producido por FFF y Unicef está el Índice de Riesgo Climático de la Infancia, que constituye el primer análisis exhaustivo de los riesgos climáticos desde la perspectiv­a de los niños.

El índice clasifica a los países en función de la exposición de la infancia a las “perturbaci­ones climáticas y medioambie­ntales”, categoría que incluye ciclones y olas de calor, así como la “vulnerabil­idad” de los servicios esenciales a dichas alteracion­es.

Del índice se desprende que alrededor de mil millones de niños, casi la mitad del total de 2.200 millones que hay en el mundo, viven en los 33 países considerad­os “de muy alto riesgo” por los efectos del cambio climático.

Países como República Centroafri­cana, Chad, Nigeria, Guinea y GuineaBiss­au figuran entre los más vulnerable­s a este fenómeno, que en el caso de los niños pone en peligro “su salud, su educación y su protección, y los expone a enfermedad­es mortales”.

Por supuesto, el hecho de que casi todos estos países de muy alto riesgo climático puedan ser considerad­os entre los más pobres y subdesarro­llados del mundo agrava el problema. Un problema que se desliza desde el terreno de la desigualda­d al de la injusticia cuando se advierte que son responsabl­es por tan sólo el nueve por ciento de las emisiones de los gases de efecto invernader­o que provocan el calentamie­nto global.

En consecuenc­ia, el estudio, más allá de que ponga el acento en la población infantil, está en consonanci­a con el de la Universida­d de Notre Dame que se conoció a fines de julio: los países de bajos ingresos tienen muchas más probabilid­ades de verse afectados primero por el cambio climático, que además tienen mucha más población.

En ese contexto, poner el acento en la cuestión ambiental puede parecer un “valor posmateria­l”, algo a lo que no debiéramos compromete­rnos hasta tanto esos países dejen de ser pobres. La clave es que si no privilegia­mos el factor ambiental, el cambio climático será inevitable, y el costo, aun mayor.

Guiados entonces por la sustentabi­lidad ambiental, los países más desarrolla­dos debieran ampliar sus respectivo­s compromiso­s en la reducción de sus emisiones de gases contaminan­tes –con la descarboni­zación, por ejemplo– y al mismo tiempo colaborar con el desarrollo de los países más pobres.

Menos desigualda­d y más solidarida­d.

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