Puerto Madero, capital de Morondanga
¿Hasta dónde resiste una espiral de desprestigio la institución presidencial? ¿Cuál es el punto de quiebre a partir del cual el daño que los gobernantes provocan a su investidura termina causando un perjuicio irreversible a sus representados?
Alberto Fernández dañó la presidencia. Cometió un delito al violar una norma que él mismo dictó. Decir que no lo hizo porque no hubo contagios es una falsedad. Es como sostener que no es una infracción pasar con el semáforo en rojo si nadie muere en esa maniobra.
Ese daño moral que se provocó a sí mismo el Presidente no es inocuo para su imagen. Pero degradar su credibilidad como gobernante afecta, sobre todo, a los gobernados. El Presidente dialoga, acuerda o confronta con actores del poder real, interno y externo. La licuación de su palabra devalúa al país.
Esa devaluación es un hecho político. No persiste en el debate público sólo por la agitación de la campaña. La competencia electoral, en todo caso, trae a la luz del día que los dos principales escándalos que afectaron al Gobierno eran previsibles si se observaban con atención algunas señales previas.
Lo ocurrido con la vacunación de privilegio detonó con la confesión de Horacio Verbitsky y se llevó puesto a Ginés González García. ¿Era imprevisible que figuras prominentes del oficialismo se aprovecharan de su posición para medrar con el orden de vacunación?
Si el Gobierno ya había dispuesto la politización del plan de vacunación dando prioridad a sus militantes de base en locales partidarios, ¿cabía esperar un comportamiento distinto a medida que los beneficiarios estaban más cerca de la cima del poder?
Aplica el mismo criterio para el cumpleaños de privilegio de Fabiola Yáñez. Desde el inicio de su gestión, Alberto Fernández permitió que se promueva desde su entorno un rol visible para Yáñez como “facilitadora de políticas públicas” y referente de algunos diálogos regionales, cabe suponer que con la articulación atenta de la Cancillería.
Alberto Fernández no actuó precisamente como un caballero al echarle la culpa a ella por el cumpleaños de privilegio. Pero Yáñez demostró, al organizarlo, que su criterio político autónomo está lejos de la altura necesaria para aquellas ensoñaciones de protagonismo que algunos obsecuentes se encargaron de alimentar. El escándalo de Olivos tampoco era imprevisible. Venía larvado en Instagram.
Según dejan trascender sus intérpretes, Cristina Kirchner entrevió a tiempo el problema. Cabe preguntar si se dio cuenta del suyo. Que no es el rol público de Fabiola Yáñez, sino el de Alberto Fernández.
Y es que el Olivosgate cuestiona otra vez en Cristina la posibilidad de un grave desacierto en sus elecciones clave para la delegación del poder. El antecedente más cercano es el del exvicepresidente Amado Boudou. Otro guitarrista célebre, al que ahora lo une con Alberto Fernández la vocación docente.
En esas vidas paralelas, hay dos detalles relevantes. El primero es que Amado y Alberto fueron las dos decisiones personales de Cristina de mayor impacto institucional. Primero un vice, después un Presidente.
El segundo detalle es que ambos provienen de una extracción política no muy disímil: el alsogaraísmo militante de Boudou y el cavallismo explícito del actual Presidente. Y de un mismo y exclusivo barrio porteño. Si los liberales dejaron como legado la República de Morondanga, fue Cristina Kirchner quien eligió como capital indiscutida al coqueto vecindario de Puerto Madero.
En ambos casos, Cristina buscó desobligarse con algunos reproches. A finales de 2011, Boudou era vicepresidente cuando ella lo destrató con ironía en una teleconferencia, por cadena nacional, desde Berazategui: “Vamos ahora con los conchetos de Puerto Madero”, disparó. Boudou se había presentado para la inauguración del puente Cecilia Grierson de ese barrio, cerca de la terminal de ferries, para el corte de cintas con dos funcionarios del alcalde Mauricio Macri: Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli.
“Tengo una buena opinión de Puerto Madero. Si no, no te hubiera puesto. Puerto Madero tiene su vicepresidente, así que no se pueden quejar”, agregó ella entonces.
Ocho años después, el mismo barrio consiguió el número uno de la fórmula presidencial. Aunque no por concheto pudo evitar que su nuevo referente sea reconvenido por beber de la botella.