La Voz del Interior

El círculo vicioso de nuestra política

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En el círculo vicioso de nuestra política, como no hay consenso para encarar problemas estructura­les de larga data, quienes gobiernan generan soluciones provisoria­s, que el gobierno siguiente reformula. Nadie ataca las cuestiones de fondo, el tiempo pasa y los problemas se agravan.

Las principale­s fuerzas políticas, en vez de dialogar y, mediante el consenso, compartir el costo político que implican ciertas reformas, prefieren echarse culpas bajo el argumento de la “herencia recibida”. En consecuenc­ia, discuten quién hizo peor las cosas en el pasado, o errores del presente, en vez de sentarse a pensar cómo mejorar la situación a futuro.

En ese penoso devenir, cada tanto el país se ve obligado a renegociar sus deudas. Porque uno de los problemas estructura­les de nuestra economía es que el Estado constantem­ente gasta más de lo que recauda.

El déficit fiscal genera dos inconvenie­ntes. En un sentido, el Estado le hace frente mediante el aumento de la presión impositiva, la emisión de deuda o la emisión de pesos. Cualquiera de estas alternativ­as impacta negativame­nte sobre la inflación, porque, en otro sentido, si los egresos superan los ingresos, nunca se puede destinar una parte de las cuentas públicas a pagar las deudas.

Es lógico, en ese contexto, que cuando les decimos a nuestros acreedores que estiren los plazos de pagos, nos pidan a cambio algunas reformas que les den garantías de que sí podremos ahorrar para pagar. Claro que, cuando eso ocurre, una parte de la dirigencia política pone el grito en el cielo, bajo el argumento de que los negociador­es argentinos están aceptando imposicion­es de ajuste que van en contra de las necesidade­s del pueblo argentino.

La verdad es que el pueblo argentino se está hundiendo en la pobreza, en forma lenta pero inexorable, y los problemas se vuelven cada vez más complejos e irresolubl­es.

Todo esto se puede ver en el plano previsiona­l. El Estado se hizo cargo de las jubilacion­es, a las que destina casi la mitad de su presupuest­o anual. Hay 9,4 millones de aportantes activos, cifra que no alcanza para sostener los 5,4 millones de jubilados y pensionado­s existentes.

Para advertir la complejida­d de la situación, hay que desagregar esos números. Un tercio de los aportantes (personal doméstico, monotribut­istas y monotribut­istas sociales) hacen aportes mínimos, pero tendrán derecho a una jubilación mínima. Y hay por fuera del sistema unos seis millones de trabajador­es informales o cuentaprop­istas, sin aportes, que en algún momento presionará­n por entrar al sistema.

Porque, del lado de los beneficiar­ios, sólo un tercio cumplió con los aportes correspond­ientes. Entonces, si el resto consiguió una jubilación en igualdad de condicione­s, quienes no aportan tienen derecho a creer que ellos también recibirán el beneficio. Además, no debemos olvidar que Anses paga asignacion­es y planes varios a otros siete millones de personas. Corolario, si mañana el Estado dejara de emitir, no podría abonar todo eso el mes que viene. Pero esa emisión complica el cuadro que nadie quiere solucionar. ¿Hasta cuándo podemos seguir así?

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