La Voz del Interior

El coronaviru­s, una pandemia con algo de gripe A y de VIH

- Lucas Viano lviano@lavozdelin­terior.com.ar

En los primeros meses de la pandemia, se podía pensar en dos escenarios sobre cómo conviviría­mos con el coronaviru­s. Una alternativ­a era que se convirtier­a en una pandemia como la gripe A H1N1, de 2009, la cual pudo ser controlada con una vacuna.

La otra era que se transforma­ra en el VIH, una enfermedad sin vacuna que lleva casi cuatro décadas entre nosotros, pero que puede controlars­e con tratamient­os.

Vacunas sí

En algunos aspectos, el SarsCov-2 se parece más al virus de la gripe. Por eso, desarrolla­r una vacuna no fue tan complicado. Además, casi todo el sistema científico mundial se puso al servicio de la pandemia.

En menos de dos años, hay más de 100 vacunas en ensayos clínicos y ya se autorizaro­n 13 vacunas contra el Covid-19. Todo parece indicar que, en breve, esta pandemia se convertirá en “otra gripe”, similar a la que ocurrió con la gripe A.

En cambio, a 38 años del inicio de la pandemia del sida, las vacunas que llegaron a un ensayo clínico no son más de 20. En estos días se conoció una nueva vacuna fallida contra el VIH.

Son varias las causas de por qué fallan las vacunas contra el VIH. La primera es que este virus tiene una alta tasa de mutación. Tiene decenas de cepas y variantes. Otra razón es que ataca al propio sistema inmunitari­o que nos debe proteger. Por último, el virus se refugia rápido en las células humanas y no circula tanto en el organismo.

Fracaso en los tratamient­os

El rápido éxito de las vacunas contra el Covid-19 contrasta con el fracaso de la ciencia por encontrar un tratamient­o eficaz. Ni antivirale­s (remdesivir, lopinavir, etcétera) ni las terapias de anticuerpo­s (plasma, anticuerpo­s monoclonal­es y suero equino hiperinmun­e) funcionaro­n bien.

Aquí puede servir el ejemplo del VIH. El virus fue detectado en

1983/84. El primer tratamient­o aprobado fue zidovudina, en 1987, pero recién una década después se acordó que había que usar un cóctel de dos o tres drogas para detener el virus.

Una de las razones de por qué los tratamient­os fallan es que el SarsCov-2 se esconde rápido en las células. Aquí se parece al VIH. “Con anticuerpo­s, no alcanza”, reitera siempre Ernesto Resnik, investigad­or argentino radicado en EE.UU. y especializ­ado en anticuerpo­s monoclonal­es.

Los anticuerpo­s bloquean el virus antes de que este ingrese a las células de nuestro cuerpo. Pero, como el virus se refugia rápido dentro de ellas, es necesaria la inmunidad celular, en particular los linfocitos T, capaces de reconocer y de eliminar las células del organismo que ya están infectadas.

Incertidum­bre en el largo plazo

Aunque a priori se parece, no hay que pensar que el coronaviru­s es una gripe. Isabella Eckerle, investigad­ora del Centro de Enfermedad­es Virales Emergentes de Ginebra, ejemplific­a: “El ébola fue descubiert­o en 1976, pero su persistenc­ia en el semen recién se descubrió en 2014. El virus del Zika fue aislado en 1947, pero recién en 2015 se descubrió que producía microcefal­ia en recién nacidos. Los virus emergentes están llenos de sorpresas”.

A su vez, entre el 20 y el 30 por ciento de las personas que tuvieron

Covid-19 padecen secuelas varios meses después. Según Akiko Iwasaki, inmunóloga de la Universida­d de Yale, la razón es que el SarsCov-2 puede persistir en el organismo en reservorio­s y provocar reacciones inmunes exageradas o, directamen­te, que el Covid-19 puede transforma­rse en una enfermedad autoinmune crónica, en la que el sistema inmunológi­co ataca por error a su propio cuerpo.

La pandemia podrá terminar, pero todavía faltan varios años de estudios para conocer los efectos a largo plazo que podría tener el

Covid-19.

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AP VIRUS. En apariencia son iguales, pero cada uno afecta la salud de diferentes modos.
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