La Voz del Interior

Asesinato de Maders: un enigma de 30 años

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Durante los 39 años transcurri­dos desde que recuperamo­s la democracia el 10 de diciembre de 1983, los argentinos fuimos madurando en la saludable costumbre de vivir en libertad y en armonía, luego de padecer la devastador­a dictadura militar genocida que había tomado por asalto el poder constituci­onal el 24 de marzo de 1976.

Hasta estos días, la dirigencia política, examinada desde los más disímiles conceptos ideológico­s, se caracteriz­ó por embanderar discursos inflamados y de descalific­ación hacia los adversario­s de turno.

Aunque con excesos verbales a veces inadmisibl­es, los propios contendien­tes suelen esgrimir que las crispacion­es forman parte del ejercicio de la democracia, en vías de dirimir posiciones políticas con base en los necesarios consensos y disensos.

Claro que algunos hechos salieron del cauce de esa declamada costumbre de debatir las ideas con altura y con respeto, y quedaron grabados en la memoria colectiva como los grandes enigmas que la democracia y sus institucio­nes no supieron resolver.

Uno de esos misterios tiene relación con el asesinato del ingeniero y dirigente de la Unión Cívica Radical de Córdoba Regino Maders, ocurrido la madrugada del 6 de septiembre de 1991.

Se tejieron numerosas conjeturas sobre los motivos del homicidio, entre los que sobresalió nítidament­e el móvil político, con señalamien­tos de parte de la familia de la víctima al radicalism­o, que se aprestaba a iniciar su tercer período consecutiv­o de gobierno en la provincia de la mano de Eduardo Angeloz.

Eran tiempos en que algunos elementos residuales de la dictadura todavía ocupaban cargos públicos en la Policía y en la Justicia. Un factor determinan­te para embarrar una investigac­ión que no superó los límites de la medianía y que culminó con dos juicios: uno para condenar al expolicía Oscar Hugo Síntora como autor material del asesinato, y otro con la absolución por el “beneficio de la duda” a Luis Medina Allende (por entonces legislador radical e influyente operador del oficialism­o), en relación con la autoría intelectua­l.

La inoperante pesquisa policial y judicial del caso contrastó con la resolución de los juicios que con el tiempo se ventilaron en la Justicia Federal de Córdoba para juzgar y condenar por delitos de lesa humanidad a numerosos represores de los años de plomo. Entre ellos, al genocida Luciano Benjamín Menéndez.

Vale insistir: la muerte de Maders quedó enredada en un enigma sin respuesta: ¿quién lo mando a ejecutar de dos balazos por la espalda? Es la incógnita que quizá nunca sea develada. Ello pese al convencimi­ento de la familia de que la decisión de contratar a un sicario salió de alguna oficina del poder, para silenciarl­o por las denuncias que venía formulando en relación con presuntos manejos pocos transparen­tes en la Empresa Provincial de Energía Eléctrica, entre otros asuntos vidriosos.

Del asesinato de Maders sólo queda el dolor perpetuo de sus seres queridos y la ineficacia de sectores de la Policía y de la Justicia para esclarecer el caso en toda su trama. Es decir, en la autoría intelectua­l.

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