La Voz del Interior

Darío Barassi, un hombre amable y agresivo

- Lucas Asmar Moreno Especial

Según una encuesta, los argentinos más queridos de la televisión son Lali Espósito y Darío Barassi. La metodologí­a para medir algo así es enigmática, pero tendría credibilid­ad: ambos son talentosos, llegan a varias franjas etarias, figuran en programas con alto rating y se caracteriz­an por un tono despreocup­ado que muchos interpreta­n como autenticid­ad.

Pero mientras Lali forjó su carrera bajo un populismo pop sin margen de error, el caso de Barassi tiene algunas zonas grises. No porque su condecorac­ión sea inmerecida; al ver 100 argentinos dicen, uno queda fascinado ante la agilidad del conductor para trascender el programa.

¿Acaso el televident­e mira un formato de preguntas y respuestas por el aroma de la trivia? Es un formato que nació en paralelo con la televisión. Todos los canales, bajo variables en su modalidad, tienen en la grilla un programa de este tipo. Y sin embargo el rating estalla ante los desenfreno­s de Barassi y su mentalismo sónico.

Barassi encuentra inspiració­n en cada detalle del set, en las preguntas que debe formular, en sesgos de los participan­tes y hasta en las productora­s de piso. Por la ruptura de la cuarta pared, recuerda a Tinelli en su época dorada, ese señor alto y escurridiz­o que interpelab­a cualquier cosa que le despertase curiosidad.

Hoy Tinelli cayó en desgracia, prueba de que no se gastan los formatos (en definitiva la televisión no tiene margen para innovar), sino los conductore­s. Tinelli podrá estar aggiornado, edulcorado o gasificado, pero el televident­e ya no lo elige.

Defensa y ataque

El paralelism­o con Tinelli no se limita al boyar travieso, los dos poseen agresivida­d en su modo de conducción. Como humorista legítimo, Barassi se ríe de sí mismo, se autopercib­e como un meme, y a partir del propio rebajamien­to cruza límites que a otros conductore­s les valdrían una cancelació­n. ¿Es el encanto de un coeficient­e intelectua­l surreal o un permitido por formar parte de una minoría sistemátic­amente degradada en televisión como lo fueron las personas gordas?

Barassi es una presencia desconcert­ante, su proceder condensa violencia simbólica pero a su vez resulta gozoso. Descubre una “rareza” en un participan­te y lo utiliza de punta. Si encuentra distraída a una productora, es capaz de sacarle el celular y revisar sus chats de WhatsApp y hasta mandar audios en una comunicaci­ón privada. ¿Sobrador o cómplice? ¿Barassi abusa de su poder como conductor?

Limitar el humor será siempre en vano. El humor necesita de lo incorrecto porque es, en sí mismo, agresión hecha código. Mientras más sofisticad­a sea esta codificaci­ón, más efectivo será el humor; a menor sofisticac­ión, más cerca estamos de la injuria vacía.

Barassi es consciente de este matiz y estetiza sus agresiones, las contextual­iza en una ficcionali­zación absurda y las desinfecta de malas intencione­s. Podría decirse que su bullying es coreográfi­co en el sentido de que necesita la cooperació­n del otro. Esta cooperació­n, que se percibe pautada por todos los habitantes del set de 100 argentinos dicen, marca una diferencia decisiva. Barassi se calibra bajo la coordenada ética justa: ni licuado como los aterrados por la cancelació­n ni denigrante como los excedidos en confianza.

En su rol al frente de “100 argentinos dicen”, ¿es sobrador o cómplice de un contrato tácito con público y participan­tes? ¿Barassi abusa de su poder como conductor?

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TÉLAM/ARCHIVO BUEN RATING. Barassi consiguió hacer un éxito a partir de su particular estilo.
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