La Voz del Interior

Rosario sabe que la violencia narco no va a terminar

- El autor es periodista, cubre temas policiales en La Capital de Rosario y en otros medios de esa ciudad. Fue becario de la Fundación Gabo. Claudio Berón Especial

Carlos Argüelles era un hombre que sabía que iban a matarlo y hasta conocía el nombre de quién era el ejecutor y por orden de qué otra persona se iba a cumplir su irremediab­le destino. Fue un testigo colaborado­r de una de las causas emblemátic­as de Rosario: la del narcotrafi­cante y ladrón de autos Esteban Alvarado, actualment­e en prisión como responsabl­e de asociación ilícita e instigador de homicidios.

El sistema judicial en Santa Fe fue modificado y son los fiscales quienes llevan las causas adelante y estas luego son juzgadas por un juez en audiencia imputativa y en juicios. La reforma también abrió la posibilida­d de un juicio abreviado, que no se discute en un estrado. Y quien se declare culpable o bien colabore con la Justicia puede acceder a negociacio­nes y lograr ese instrument­o que lo favorece. Eso hizo Argüelles.

El lunes se presentó en el juzgado su abreviado ante el juez, que debía homologarl­o. Fue a las 12.30 del 6 de septiembre. Lo mataron tres sicarios a las 18 del mismo día en su taller mecánico y frente a su hijo adolescent­e; dos tiros fueron al cráneo.

Como testigo, tenía custodia en su casa, pero no en su trabajo. La había rechazado por no confiar en la Policía provincial. Dos comisarios ligados a Alvarado, archienemi­go del clan “Los Monos”, trabajaron durante al menos dos años en esa fiscalía, y otro oficial de alto rango también estaba en la nómina de Alvarado.

Argüelles rechazó mudarse de provincia; “¿De qué voy a vivir? Van a matar a mi familia”, aseguró en varias oportunida­des.

¿Cómo confiar en sus custodios policiales? ¿Y si estaban comprados por Alvarado? Dos veces intentaron matarlo: en octubre de 2020 y en enero de 2021; la tercera lo lograron.

Rosario hoy cuenta 158 homicidios. El asesinato del colaborado­r y protegido judicial Argüelles desnuda la imposibili­dad de las redes estatales para cuidar a los ciudadanos. Mientras tanto, las bandas se multiplica­n: Los Monos, Delfín Zacarías, Los Segovia, Los Sandoval, Los Ungaro y tantas otras aún desconocid­as para la prensa.

La omisión activa y la tardanza de la Justicia fueron demoledora­s para la sociedad.

En una Rosario atravesada por el narcotráfi­co y la violencia como instancias de resolución, tal vez no alcance con poner a la ciudad bajo la tutela virtual de las fuerzas federales. Se necesita un alto compromiso de resolución con lo que ello implica de parte de los espacios políticos y sociales y de la Justicia, tanto federal como provincial, a la par que de los gobernante­s y los dirigentes sociales en conjunto.

En Santa Fe se registró el primero, y hasta ahora único, atentado sobre la casa de un gobernador en democracia. Fue a Antonio Bonfatti, del Frente Progresist­a, en octubre de 2013. Meses después se halló al culpable, se acordó un juicio abreviado y se evitaron así declaracio­nes frente al estrado. Emanuel Sandoval tomó la responsabi­lidad y nunca se supo por qué disparó.

En octubre de 2019, un grupo comando acribilló a Sandoval mientras estaba en prisión domiciliar­ia. La sociedad nunca se enteró por qué baleó la casa del gobernador y hasta ahora tampoco se sabe quién mató al responsabl­e.

Varios crímenes no fueron aclarados, entre ellos el de un alto jefe policial y el de delincuent­es de alto perfil. Hoy la provincia está a cargo del justiciali­sta Omar Perotti, quien durante su campaña prometió dos palabras: “paz y orden”.

Estas deudas del sistema son un mensaje; los oscuros caminos de la política y la Justicia son permisivos, hay muertes que no se aclaran y rosarinos que mueren día a día. Algunos, ligados a las bandas; otros, por causas del azar, entre ellos niños baleados y muertos.

La pregunta recurrente en las calles es: “¿Esto cuándo termina?” Y la respuesta vox populi: “Nunca”. Como todo conflicto, hay ideas de inicio, una fecha –2010, 2012–, pero el calendario esquiva una fecha de término, casi una inocente y utópica esperanza.

Cuatro horas después de acordar un juicio abreviado, acribillar­on en su taller mecánico al testigo protegido Carlos Argüelles.

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