La Voz del Interior

Feliz cumpleaños, Charly

- Martín Cristal

En el primer año de los cinco que pasé en Ciudad de México, Charly García ofreció un concierto gratuito al aire libre. Creo que fue el mejor entre todos los que vi de él.

El escenario era un mecano gigantesco armado en una esquina del Zócalo capitalino. El Zócalo es la plaza central de la ciudad: un cuadrado de cemento sin árboles ni plantas, con la superficie de cuatro plazas San Martín cordobesas y con un mástil de 90 metros de altura como único adorno. Rematado por una bandera mejicana que flamea –pesada y gigantesca– sólo si el viento realmente se esfuerza en moverla, el mástil está enclavado en el centro geométrico de aquel desierto patrio, área favorita de marchas y protestas, dado que el Zócalo está justo enfrente del Palacio Nacional.

Era un domingo a la 1 de la tarde y hacía mucho calor. De camino, mis amigos y yo habíamos pasado por un minimercad­o para comprar una gaseosa grande y una petaca de ron, con los que hicimos dos litros de cuba libre. Apenas llegamos al Zócalo, nos dimos con que ya se había juntado bastante gente (aunque no tanta como en otro concierto gratuito que más adelante vería en el mismo lugar: uno de Café Tacuba, en el que incluso vendían periscopio­s caseros para poder ver el show por sobre las cabezas de los demás).

Esos recitales sin cargo solían hacerse a esas horas porque el verano azteca designa que hacia el anochecer llueva todos los días.

“Los dinosaurio­s van a desaparece­r”. Ese era el título del concierto. Un dinosaurio de goma de tres metros de alto, con charretera­s y gorra militar, se paseaba entre la gente mientras todos esperaban que arrancara el concierto. Nuestra botella de cuba libre se acabó antes de que eso sucediera porque, fiel a sus costumbres, García subió al escenario 45 minutos tarde.

Tal como puede verse en los registros y fotos del álbum en vivo Demasiado ego –grabado ese mismo año–, García apareció con la cara pintada de plateado; él y todos los miembros de la banda usaban los brazaletes rojos, blancos y negros de Say No More, que recordaban a otros brazaletes lamentable­s (no precisamen­te los que usan los capitanes de los equipos de fútbol).

Esa sensación incómoda era subrayada por algunas poses del propio García, que por momentos se volvían medio fascistas. Los (no) gestos del músico aparentaba­n estar influidos por el consumo de cocaína. No faltaba el vasito de whisky sobre el teclado.

La primera parte del concierto fue igual a la del que ya había visto en Villa María (en el verano austral de 1998-1999), poco antes de irme a México. Cerca de la revolución, Promesas sobre el bidet, Pasajera en

trance… una ametrallad­ora de hits. La lija de su voz te hacía pensar que el tipo ya no podía cantar más, sólo que todavía nadie se había animado a decírselo.

Después tocó un par de temas nuevos; según él mismo los presentó, eran “un cover de Neil Young arreglado por el niño y un tema del niño arreglado por… el niño”. El niño, claro, era él mismo. No recuerdo el de Young, pero el tema del propio Charly era El peso, que empieza diciendo: “Yo nací en Jerusalén / tenía un feeling que no podía ser”. Después enganchó con Canción para mi

muerte. Fin de la primera parte.

A pura emoción

En adelante, no garantizo que el orden de los temas sea el correcto: hablo de un concierto de hace 22 años y en cuya segunda parte imperó la emoción.

Según recuerdo, Charly regresó al escenario y tocó algunos temas de El

aguante. Me pareció lo más flojo del día, quizá porque ese es el disco de él que menos me gusta, pero sobre todo porque el sonido en ese segmento no fue de lo mejor.

Solucionad­os esos problemas técnicos, la añorada

María Gabriela Epumer se quedó sola haciendo

Lament (incluido en esa maravilla llamada La hija de la lágrima).

Enseguida llegaron Los dinosaurio­s yla canción de Charly más conocida en todo México: “No voy en tren” (!). García ni siquiera recordaba la letra; dejó que la gente la cantara. También se olvidó la letra de Chipi Chipi , a la que le inventó partes nuevas.

Cuando subió al escenario la monumental, totémica, querida y admirada Mercedes Sosa, la ovación del público fue tremenda. Salió al ruedo con Rezo por vos; y luego con la que –para mí– fue la sorpresa más linda de la tarde, quizá porque no esperaba que la cantara ella: Hablando a tu corazón. Una mixtura espectacul­ar: la base de máquina que tiene ese tema junto con el vozarrón de Mercedes explicándo­te que no puedes ser feliz con tanta gente hablando, hablando a tu alrededor… Yo sentía que me lo decía sólo a mí, y que ya no había toda esa gente alrededor.

Después llegaron Cuchillos y–a dúo con Charly– Volver a los 17.

Cerraron juntos con la hermosa De

mí. Toda esa sección del recital fue extraordin­aria.

Charly amagó con no volver más (otra de sus costumbres), pero volvió e hizo No toquen al mango, con una viola manchada de aerosol. Y luego Alguien en el mundo piensa en mí .Y Canciones de jirafas.

Y hubo más. “Este es un tema que compuse para el Día de la Madre”, dijo Charly para presentar Kill my Mother.

Durante el tema, en el medio de todos los “kill my mother, kill my sister”, etcétera, se mandó un “kill Calamaro”, bien clarito. En esa época, no se llevaban muy bien.

“El que sigue es un tema polifónico con el que me hice moderno”: así introdujo Nos siguen pegando abajo. Otra sorpresa fue No llores por mí, Argentina, de Serú Girán. A esa altura, ya era tarde y se había largado un aguacero hermoso. Empezó a hacer algo de frío. Los músicos se sacaban fotos entre sí sobre el escenario.

Otras citas que recuerdo del García de ese domingo: “El que no está acá es un boludo” / “esto es Say No More, los demás que se mueran de envidia” / “esta es la única banda que toca para presidente­s, la que hará la revolución”. Y una con rima: “Mi amor, te quiero / pero te llevaste a Cerati / y me dejaste a Melero”.

También se mandó un tema de Los Beatles, It’s Only Love. En el solo de teclado, sin dejar nunca de tocar, aclaró: “No se asusten, chicos, esto lo puede hacer cualquiera”. En otra parte similar, fingió un bostezo, en plan “esto es tan fácil que me aburre”.

Final: grita “Maten a Luis Miguel”, patea un micrófono y se va. La gente aplaude a rabiar bajo la lluvia.

Salté durante todo el concierto como un demente: terminé empapado, medio borracho, sin pilas y con una contractur­a muscular en la espalda (estuve torcido casi cinco días). Pero estaba recargado de felicidad.

De paso me reencontré con una pareja de cordobeses con la que después seríamos amigos en nuestra estancia mejicana. Y también me vino bárbaro recibir un poco de sol, para recuperar algo de color (una semana antes, dos personas distintas me habían dicho que yo estaba VERDE – en lo que parecía otra referencia garciesca–; es que yo no salía de la casa, ocupado con mi primera novela, de la que ya había escrito 18 capítulos).

Veintidós años después

Llevo escritas seis novelas y Charly García cumple 70 años. Desde acá, le deseo la misma felicidad que él me dio a mí en aquella tarde mejicana. O antes, en el concierto de Villa María. O después, en un Cosquín Rock donde lo esperamos durante horas mientras mirábamos 2001: Odisea del espacio ,de Stanley Kubrick, en las pantallas gigantes que se prolongaba­n en el cielo estrellado de la Comuna de San Roque. O la misma que me dio en aquella fiesta ochentera donde sonaba Buscando un símbolo de paz cuando me animé por primera vez en mi vida a sacar a bailar a una chica.

La misma felicidad que me dio tantas otras veces. Ojo, Charly: manejala bien, porque puede llegar a ser demasiada para un solo cuerpo. Feliz cumpleaños, maestro.

Say no more.

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