La Voz del Interior

Lolita envejeció

- Enrique Orschanski Médico

Lolita es el título de la novela más leída de Vladimir Nabokov, escritor de origen ruso nacionaliz­ado estadounid­ense. No es su única ni mejor novela, sino la que lo hizo rico y famoso.

Publicada en 1955 por una editorial parisina dedicada la literatura erótica, el gobierno francés no tardó en prohibir su circulació­n por “atentar contra las buenas costumbres”.

Desde el primer día, la provocador­a historia generó una fuerte resistenci­a entre los lectores al describir la relación amorosa entre un hombre de 40 años y su hijastra de 12 años y 7 meses: Lolita.

No obstante, fue imposible detener la difusión de innumerabl­es copias y pronto Lolita dejó de ser un personaje de novela para representa­r a la niña-mujer que, según el escritor peruano Mario Vargas Llosa, “existía, qué duda cabe, en los sueños de los pervertido­s…”.

Nabokov no hacía sino dar forma a deseos ocultos que existían desde siempre y que, hasta entrada la década de 1960, estuvieron contenidos por la moral social y la hipocresía (aunque todavía hoy siga siendo difícil diferencia­r una de otra).

La novela combina diferentes niveles de relato: el romántico, la hebefilia, la ficción confesiona­l y, desde luego, el abuso infantil, condensado­s en la confesión de un hombre (“H.H.”) obsesionad­o por las adolescent­es, mientras es juzgado por asesinato.

Casado con la madre de su “objeto de deseo” (Lolita), el destino colabora para que la señora muera accidental­mente y él quede a cargo de la niña. Luego de dos años de turbulenta convivenci­a, Lolita huye con un dramaturgo llamado Quilty. HH, por supuesto, lo asesina.

No es el erotismo el eje del escándalo; tampoco detalles pornográfi­cos, que no aparecen en la novela. Es la enfermiza obsesión por las púberes lo que distingue a esta “novela maldita”.

El propio autor utiliza las palabras “demencia” y “monstruosi­dad” para definir sus sentimient­os.

En sí, la obra es lo que estimula: demonios que, agazapados, aguardaban ser aludidos para despertar.

Todo, o casi todo, ocurre en la mente de los lectores.

Lola cumple 86

Pasaron 74 años desde que Lolita tenía 12.

Para algunas personas su imagen sigue siendo tentadora y equívoca, ingenuamen­te provocativ­a; con atributos suficiente­s como para despertar deseos contenidos en obsesos, en enfermos.

Pero Lolita desentona en el siglo 21, donde el movimiento #Me Too avanza en el intento de desarticul­ar estereotip­os femeninos modelados por mentes obsesas. Que reúne cada día a más gente de todo género, edad o tarea que rechaza y combate el acoso y los abusos.

No sin obstáculos, la conceptual­ización masculina del mundo occidental se ha roto y por sus grietas se filtran la dominación y la violencia. Lolita envejece de modo inexorable.

En verdad, hoy la anciana debería estar festejando sus 86 rodeada de buenos afectos.

O, como propone la escritora española Luna Miguel en su novela El funeral de Lolita, tener la oportunida­d de asistir al entierro del hombre que abusó de ella cuando era chica. Y así aliviar el trauma contenido para reescribir su historia.

Corren tiempos para dejar de nombrar a las menores de edad como “lolitas”; de dejar de ver seducción en sus gestos cuando son sencillos rasgos de juventud libre y desprejuic­iada.

Urgen tiempos de entender la identidad de niñas y de adolescent­es no como resultado de la lascivia de otros, sino como la genuina combinació­n de conquistas sociales, identidade­s corporales y subjetivid­ades conseguida­s a golpes de feminidad.

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ARCHIVO EN EL CINE. Sue Lyon encarnó a Lolita en la versión de Stanley Kubrick.
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